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Los tesoros de Bodonal de la Sierra

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Ilustración: Borja González Hoyos

Hoy se cumplen 72 años de la aparición de un tesoro en nuestras tierras.  Corría el 5 de marzo de 1943 cuando tres vecinos de  Bodonal de la Sierra, Julio y Leandro Quintanilla Guerra y  Manuel Quintanilla Martín, empezaron a extraer tierra de un pequeño montículo con la intención de cerrar una zanja abierta en La piedra El Cano,  dentro de la finca Los Llanos.

 

Allí encontraron, sobre una roca, una vasija de cerámica. Jamás imaginaron que dentro encontrarían un tesoro compuesto de 19 piezas de oro macizo de más de un kilo y medio. Las piezas son de la Edad del Bronce y el tesoro se puede contemplar en el Museo Arqueológico Nacional.

 

De todas las piezas, del siglo XII a. C., tres son brazaletes y 16 son fragmentos de torques o collares, en parte rotos.

 

Los brazaletes se realizaron a partir de lingotes doblados y martilleados, sencillos y de ejecución tosca presentando secciones poligonales irregulares. Los fragmentos de torques pertenecen a un tipo de collar caracterizado por un grueso alambre con los extremos ensanchados y vueltos, cuyo origen es irlandés y su área de dispersión abarca Gran Bretaña y Francia. Su presencia en Extremadura se debe al influjo de las corrientes culturales atlánticas del Bronce final que caracterizan la orfebrería y metalurgia de esos momentos.

 

El tesoro de Bodonal de la Sierra (A. Briz)

Llama la atención el hecho de que en la proximidad del «tesoro» haya aparecido en una estela antropomórfica de la que solo lo separan unos centenares de  metros, lo que indica según el profesor Luis Berrocal-Rangel  que ambos pudieran estar estrechamente relacionados.

 

Aunque no puede afirmarse que existiera una exclusiva implicación entre estos antropomorfos y el trabajo o comercio de objetos aúreos, Almagro Gorbea lIega a aventurar el «carácter jerárquico de las personas representadas y su posible relación con sociedades mineras, tal vez especialmente dedicadas a la obtención de oro».

 

Tesoro de Bodonal de la Sierra (A. Briz)

Esto refuerza la supuesta relación entre los dos hallazgos de Bodonal,  bien considerando los fragmentos de torques de oro como material de un aurifer, preparado para su refundición, bien como apreciado ajuar funerario, destruido ritualmente tras la muerte de su dueño.

 

El antropomorfo de Bodonal (A. Briz)

El antropomorfo de Bodonal representa una manifestación (posiblemente  póstuma) de un personaje, probablemente una mujer, con un gran prestigio social, económico y religioso. Esta manifestación, propia del mundo atlántico peninsular, es el último eslabón de una tradición de motivos antropomorfos megalíticos, reflejos de cierta religiosidad cuya función se volvió eminentemente funeraria  coincidiendo con el Bronce Final Atlántico, época de un gran esplendor en intercambios y en explotaciones metalúrgicas, en especial del oro.

 Tesoros, al fin y al cabo, materiales y mágicos, aúreos y pétreos. Tan desconocidos y atrayentes como nuestros propios antepasados.


 

 


Señores de las tormentas: Los Amorachinis

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Desde la antigüedad el hombre a mirado al cielo. De él venían los rayos benefactores del sol y la lluvia que hacia crecer las cosechas, pero también del cielo provenían los rayos que incendiaban los pajares, los truenos que hacían temblar los cimientos de las casas y los pedrizos que machacaban las cosechas.

 Y el hombre siempre ha creído que alguien mandaba en esas nubes…

 Ya las leyes bárbaras de la época de Chindasvinto condenaba a “los productores de tempestades que con sus encantos , malogran las viñas  y mieses” y siglos más tarde Antonio de Torquemada (el escritor del siglo de oro, no el famoso inquisidor) , nos  habla de los demonios que mueven los vientos con mayor furia de la acostumbrada, congelan las negras nubes fuera de tiempo, atraen el horrísono trueno, los rayos y los relámpagos, y provocan aguaceros, granizadas y pedriscos para fustigar las mieses y las viñas, y así originar la desolación en los campos y reducir a nonada las esforzadas y henchidas de esperanza labores de los agricultores.

 

 

Aún hoy, y según nos cuenta el historiador Jose María Dominguez Moreno, por la comarca de la Tierra de Granadilla el genio que vive en las nubes es «un demonio enfáu». La presencia de tal demonio en el foco de la tempestad es conocida en la práctica totalidad de la provincia de Cáceres, ya bajo el prisma de la escatología cristiana, ya como un ente mítico.

Y en otras zonas de Extremadura tenemos al zancarrón, un personaje mítico extremeño que tiene poder sobre las tormentas, los pedriscos y la lluvia.

Y en Las Hurdes, tenemos al peculiar Duende Entignao, del que ya hemos hablado en otra ocasión, y también a los “primos” de los nuberos astures: los amorachinis.

Los amorachinis son pequeños seres maléficos, algunos con aspecto de bebés, que juegan sobre las negras nubes de tormenta. Dicen que solo tienen un ojo, pero con una puntería tal que bien pueden incendiar una casa con su certero lanzamiento de los rayos que fabrican en el volcán de El Gasco.

 

El "volcán" de El Gasco , donde se fabrican los rayos (A. Briz)

 

Contra ellos, en muchos montes se clavan rudimentarias cruces de torvisco, aunque de poco les sirve a los incautos contra los que lanzan sus rayos para entretenerse.

Aún recuerdo como hace ya quince años, en una pedanía de la Siberia, oculta entre bosques, paseando por el minúsculo cementerio de la iglesia, mientras contemplaba una tumba toscamente labrada escuche la voz de un pastor  a mis espaldas:

-       A ese lo mató una nube…

 

Y otro botón de muestra nos lo ofrece el periodista Iker Jimenez cuando recoge el desgraciado accidente como el que tuvo por protagonista al pastor Daniel Azabal Martín al que el 8 de mayo del 1995 le partió un rayo en el sentido más literal de la expresión. Esa tarde se vio atrapado por una ruidosa tormenta que le obligó, en las cercanías de la alquería de Cambrón, a guarecerse debajo de un viejo puente de piedra.

 

De repente, de un modo inexplicable, las cabras que se protegían temerosas salieron corriendo de la guarida y quedaron en medio de una explanada. En cuanto Daniel salió al exterior notó «como si ardiera por dentro» instantes después que un gran relámpago quebrase el cielo oscurecido. Un rayo le había entrado por el hombro izquierdo y había atravesado todo su organismo hasta desembocar por el testículo del mismo lado rebotando de nuevo en el suelo mojado.

Encontrado  por un matrimonio que paseaba  tras la tormenta, fue ingresado de urgencia en el centro de salud de Pinofranqueado y fue posteriormente trasladado al hospital Virgen del Puerto de Plasencia, donde todos los doctores quedaron asombrados al ver un hombre alcanzado por un rayo en pleno campo y que no era ya cadáver.

La recuperación, al parecer,  fue prodigiosa, y el facultativo demostró que, a pesar de que el rayo físicamente había recorrido órganos vitales, no había daños en su interior. A su regreso a Cambrón, muchos ancianos le decían al oído:

 

-        «Eso son cosas de los “amorachinis”»…

 

Los amorachinis viven en las nubes y las conducen… (Jimber)

A estos amorachinos se les llama también “mulachinih del cielu”, y asegura el investigador Félix Barroso que lo de “mulachín” viene de “amolanchín” o de “amolador”. Nada de extraño resulta que la antigua mentalidad creyera que, entre las nubes, habitaban unos seres capaces de dar vida a los rayos, asimilándolos a los amoladores, que hacen brotar chispas de las muelas cuando afilan algún objeto metálico; de aquí que a los rayos se les denomine comúnmente en esta zona como “chispas”.

Así, y del mismo modo, a los afiladores gallegos o portugueses, que en determinadas épocas solían acercarse por estos pueblos, también se les nombra como “mulachinih”. De hecho, en numerosos pueblos de Extremadura se afirma que la llegada del afilador anuncia lluvia…y desgracias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El mantel de la Última Cena y los caballeros templarios

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Ilustración: Borja González Hoyos

Pocos lugares tan mágicos como el castillo de Alconétar y su torre de Floripes. Y pocos tan sagrados como la catedral de Coria. Y puede que estén unidos por un objeto sagrado…

Porque fue en Alconétar, a orillas del río Tajo, donde los caballeros templarios edificaron una fortaleza sobre las ruinas de un templo romano. Cuenta la leyenda que allí custodiaban, entre otros objetos mágicos, un mantel que, al conjuro de determinadas invocaciones, se llenaba prodigiosamente de todo tipo de manjares.

 Tras la disolución de la Orden del Temple, se “descubrió” en el subsuelo de la catedral vieja de Coria una reliquia, que la Iglesia afirmaba era el mantel empleado durante la Última Cena.

La leyenda se reafirma si observamos que las tradiciones señalan que el mantel, junto con otras muchas reliquias, fue llevado a Roma por Santa Elena, madre del emperador Constantino. Desde allí pasaría al “Tesoro de Carlomagno” y éste la llevaría a Extremadura, y concretamente a Alconétar,  donde cuenta la leyenda que el emperador luchó contra  Fierabrás , emperador de Alejandría. Tras la derrota de Fierabrás, el emperador quiso festejar la conquista con un banquete, pero no había comida, y es aquí cuando la leyenda toma dos direcciones.

Unos afirman que utilizó el Mantel de la Sagrada Cena, que llevaba en su equipaje, mientras otros declaran que un musulmán cautivo le reveló la existencia, bajo la Torre de Floripes, de un tesoro del que formaban parte unos “manteles mágicos” que, al  conjuro de ciertas fórmulas mágicas, hacían surgir de la nada toda clase de alimentos y bebidas deliciosas, hasta quedar los comensales tan satisfechos que no necesitaron nada más en tres o cuatro días.

El mantel de la Santa Cena (Ángel Briz)

Sea como fuere, cuentan que allí lo encontraron los templarios, siglos después, al tomar posesión de Alconetar en 1167.  La leyenda cambia ahora los “conjuros” por “rezos”, y afirma organizaban cada Jueves Santo una comida de caridad, con los “manteles mágicos” expuestos sobre una gran mesa en el patio del castillo. Cuando el capellán recitaba estas misteriosas invocaciones, aparecían de la nada toda clase de alimentos que eran repartidos, sin límite alguno, entre los necesitados de la comarca.

La primera referencia documental es de 1404, cuando Benedicto XIII, el llamado Papa Luna, otorgó una bula por la que reconoce su autenticidad y permite su exposición y culto cada 3 de mayo en el balcón de  la cercana catedral de Coria. Miles de personas acudían a contemplar y tocar un mantel de lino blanco y azul al que se le atribuían propiedades milagrosas, y tal era el fervor que se desataba que, temiendo por la integridad del mantel y de los fieles que luchaban por tocarlo, el obispo Juan Álvarez de Castro prohibió las ostensiones públicas en el XIX.

El mantel de la Última Cena en la catedral de Coria (A. Briz)

En unos minuciosos estudios llevados a cabo en 1960 por el Museo de Ciencias Naturales de Madrid se llega a la conclusión de que el tejido fue tejido en el siglo I aproximadamente.

En el año 2007, y según narra es su crónica para El Mundo el periodista Jaime Lázaro el prestigioso equipo del ex miembro de la NASA John Jackson de la Universidad de Colorado (quien también ha analizado la Sábana Santa de Turín), investigó a fondo la pieza de Coria y obtuvo unos datos asombrosos.  Textualmente, se falla que la ciencia confirma que eso que el mantel es perfectamente coherente con el tipo de tejido, el tipo de textura y el tipo de lino usado en Palestina en el siglo I que las las similitudes con el  Santo Sudario de Cristo se han demostrado  evidentes.

Jackson fue quien descubrió que la figura del Sudario de Turín es una imagen tridimensional, y la intuición del ex científico de la NASA, incluso antes de conocer la existencia de la tela de Coria, era que la Santa Síndone tuvo que ser un mantel, por la precipitación con la que fue enterrado Jesús.

Para los investigadores, la Sábana Santa y el mantel extremeño fueron usados conjuntamente en la Última Cena, ya que para los judíos, en las grandes solemnidades, y la Pascua es la mayor de ellas, era común utilizar dos manteles de manera ritual, para recordar la travesía por el desierto tras abandonar Egipto.

La catedral de Coria (Ángel Briz)

El mantel puede contemplarse ahora en el museo catedralicio de Coria, en la sala de las reliquias, guardado en una arqueta mejicana de plata entreabierta desde la que se puede contemplar la reliquia en la que supuestamente cenó el mismísimo Jesucristo.. Una reliquia que, como todas, se basa en la fe de cada uno.

Los creyentes no necesitaran el veredicto de la ciencia, los racionalistas considerarán inconcluyentes los  resultados de los estudios y los amantes  de las leyendas  creerán a pies juntillas en la magia ocultista del mantel templario. Hay para todos. Es lo bueno de los sueños, aunque se guarden en arqueta de plata.

La misteriosa luz de la laguna de Magacela

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Ilustración: Borja González

Magacela es un precioso pueblo extremeño que tiene de todo: pinturas rupestres en sus abrigos rocosos, castillo legendario con cementerio incluido, sepulcro prehistórico con figuras grabadas, estela  de  guerrero cornudo… y extrañas luces que llevan siglos (y quizás milenios) sobrevolando una zona muy concreta al pie de la montaña.

Todo empezó hace miles de años,  cuando nuestros antepasados prehistóricos dibujaron en el abrigo de la Peña del Águila a un extraño personaje con cuernos al que se ha identificado con un brujo o chamán. Y unas líneas de agua. Y un sol con estela. Danzas, enterramientos, estelas, astros, ídolos y brujos que aún hoy nos gritan en silencio sus motivos, aunque no consigamos entenderlos.

Ya en el llano, en el lugar donde aparece la extraña luz,  construyeron un sepulcro megalítico, un dolmen de corredor en el que también dejaron constancia de soles y serpientes y extrañas líneas parecidas a cometas que surcan algunas de sus piedras.

El dolmen de Magacela (A. Briz)

Estos soles y líneas onduladas, ocultos durante milenios bajo una colina artificial, adquieren una extraña claridad cuando descubrimos, muchos siglos después, la apasionante historia del Fray Diego Becerra de Valcárcel, Prior de Magacela en el año 1684, quien decide escribir en un libro los curiosos relatos de los lugareños que afirman que, desde tiempos inmemoriales, una extraña luz se adueña de esta zona cuando el sol se esconde.

La laguna de los Santos, en Magacela (Ángel Briz)

       “En una laguna que està en la falda de la Sierra de Magazela se ve una luz muy resplandeciente, que es del tamaño de la que dà una hacha de quatro pavilos, y suele hazer unos circulos en aquel lago, y se consume, ò desaparece en un sitio contiguo, que llaman del Texar, y otras vezes sale de la laguna, y pasa el camino á baxo de la Hermita de nuestra Señora de los Remedios, hasta una piedra larga, y angosta, que està con èl con unos caracteres antiguos, y buelve al texar, donde se consume.”

Tras tomar declaración ante notario a diez testigos, que juran haber visto la extraña luminaria, el prior decide, en un arrebato tan piadoso como incomprensible, que estas extrañas luces son las señales que indican que allí se encuentran los restos de San Aquila y de su esposa Santa Priscila, santos romanos que, según afirma el prior sin ninguna base histórica, sufrieron martirio en Magacela en el año 95.

Vista de Magacela desde el dólmen (Ángel Briz)

Envuelto en un fervor casi místico, el prior llama a lo más granado de la sociedad de la época para que sean testigos del prodigio. Caballeros de la orden de Alcántara, notarios de la Santa Inquisición, vicarios del priorato, alcaides de la zona, abates, licenciados y hasta fiscales generales del priorato… Todos se reúnen para contemplar la aparición de las supuestas reliquias que deberían estar bajo la extraña lápida grabada con misteriosos caracteres.

La expectación es máxima cuando los obreros elevan la losa y se encuentra debajo unas piedras en forma de acueducto, pero cuando deciden seguir cavando… Su gozo en un pozo (nunca mejor dicho) porque después de cincuenta días soleados se desencadena tal tormenta y lluvia que “aquel dia despidieron las nubes tanta agua y se ha continuado despues en abundancia tal, que no se pudo trabajar mas, por averse llenado de agua el sitio que se abriò, donde estava la losa”.

Pero no hay mal que por bien no venga, porque la lluvia obliga a tan ilustres personajes a pernoctar en Magacela, y esa misma noche son testigos de la misteriosa luz que, saliendo de la laguna, sobrevuela la colina del dolmen.

El prior considera que estas fuertes lluvias  repentinas son una señal del cielo para que no se continúe con las excavaciones, y aunque nunca consigue encontrar los restos, da nombre a la laguna (que desde entonces se llama laguna de Los Santos) y nombra a San Aquila y a Santa Priscila patronos del pueblo, ordenando levantar una ermita cerca de la laguna, (de la que hoy sólo se conserva la estructura) para que se celebren cultos en su honor, declarando como fiesta el ocho de julio, conocida hoy como “la fiesta de Los Santitos”.

La laguna de los santos, el merendero, el dolmen y el tejar de Magacela (A. Briz)

Y así vemos como, una vez más, un lugar sacralizado por nuestros antepasados más remotos termina siendo santificado por la iglesia, y laguna, ermita y dolmen terminan dibujando un triángulo mágico en el que unas curiosas luminarias campan a sus anchas desde hace siglos.

Y digo bien cuando afirmo que siguen campando, porque las luces se siguen apareciendo, y es tan lento su paseo aéreo que hasta se deja fotografiar.

Los nuevos testigos de la luz del lago 

Miguel Angel Tena fue testigo de la luz en 2011 (Israel J. Espino)

Atardece el 17 de octubre de 2011. Miguel Ángel Tena, de Castuera, y Ginés Mateo y Chelo Benítez, de Quintana de la Serena,  se encuentran en el dolmen de Magacela observando sus extraños grabados.

No  han oído hablar nunca del prior de Magacela, ni conocen la leyenda. Jamás escucharon nada de las extrañas luces, pero eso no es óbice para lo que les va a ocurrir esa noche. La oscuridad comienza a envolverlos, pero los tres deciden quedarse dentro del dolmen, sentados, relajados. De pronto, sobre las 21,00 horas, Chelo ve algo en el cielo.  Una luz intensa, blanca, muy baja, se está acercando lentamente desde la laguna y pasa silenciosamente sobre sus cabezas en dirección al tejar.

La luz de Magacela (Miguel Angel Tena)

“No era nada que hubiese visto antes”, me cuenta Miguel Ángel.  Y, ni corto ni perezoso, saca el teléfono móvil y consigue fotografiar la luz cuando ya se está alejando.

Ginés todavía se emociona cuando lo recuerda, y coincide con Miguel Ángel: “No había visto nunca nada igual”. Los tres, en ese momento, relacionan la luz con el fenómeno ovni.

Mary Gutierrez observó una esfera de luz en en lugar en 2014 (Israel J. Espino)

Tres años más tarde, en octubre de 2014, hay un nuevo testigo de la extraña luminaria. Mary Gutiérrez, que se encontraba junto a un grupo de amigos en el pequeño merendero que separa la laguna del dolmen, observa una extraña bola de energía que cruza por detrás de sus compañeros. La luminaria va  y viene tres veces antes de desaparecer.

La leyenda ha vuelto a convertirse en realidad. Lo que parecía un cuento perdido en un  legajo polvoriento ha demostrado, una vez más, seguir existiendo al margen de la lógica, de los hombres, y de los siglos. La luz de Magacela sigue viva.

 

 

El terrible dragón de las Villuercas

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Ilustración: Borja González Hoyos

Hoy que se celebra San Jorge no está de más acordarse de los otros dragones extremeños. Concretamente aquellos que asolaban nuestras sierras cuando Extremadura era un bosque eterno de árboles sagrados.

En las afueras de la localidad de Cañamero, en plenas Villuercas extremeñas, se encuentra un abrigo rocoso en el que los lugareños han encendido hogueras desde hace miles de años. Allí, en las paredes, se pueden observar numerosas pinturas rupestres, seres antropomorfos  pintados por nuestros más remotos antepasados y extraños signos ahora desconocidos.

 Sin embargo, la pintura que más llama la atención no está dibujada, sino que es natural se encuentra, dibujada en rojo, en el centro mismo de la cueva. Es lo que parece ser un dragón, y tiene su leyenda. Una leyenda tan arraigada que da nombre a la cueva.

En 1916 el abate francés H. Breuil se encontraba por la zona buscando rastros rupestres cuando un pastor de Cañamero le cuenta porqué esa cueva recibe el nombre de la cueva de Álvarez o Cueva de la Chiquita.

Allí los pastores han decidido resguardarse desde siempre con su ganado, como atestiguan las piedras ahumadas y los restos de cerramiento pétreo, como si el lugar protegiese no solo de los elementos, sino también por la magia que se desprende.

El dragón de la cueva de la Chiquita (Ángel Briz)

Allí, un cabrerillo llamado Álvarez guardaba su ganado. Un día encuentra una culebrilla de las muchas que abundan  en el cercano arroyo Ruecas, un animal  tan pequeño que decide llamarla “Chiquita”, y  comienza a criarla en la cueva con la leche de sus cabras. Pero pronto es llamado a “servir al rey” en el ejército.

El dragón de la cueva de la Chiquita, en Cañamero (Ángel Briz)

Pasado el tiempo, el cabrero, ya licenciado, regresa a su cueva y llama a “Chiquita”, que se ha convertido en lo que realmente era, un enorme dragón devorahombres que acaba con el cabrero al no reconocerlo.

La visita, con leyenda o sin ella, es impresionante, y el lugar, al abrigo de los mensajes de color rojo que nos  legaron nuestros antepasados y con el rumor del río a nuestros pies, es totalmente mágico.

Cabañas del castillo, en las Villuercas (Jimber)

Imaginamos que sería el mismo dragón que, según cuentan en Retamosa  y recoge el historiador Jose María Dominguez  llegó a deslomar de un coletazo la sierra de Las Villuercas, a la altura del pueblo de Cabañas del Castillo. Nadie osaba entrar en aquellos parajes, en siete leguas a la redonda  por miedo a ser devorado, hasta que un forajido que huía de la justicia no tuvo más remedio que adentrarse en aquellos parajes. Tras deslumbrar al monstruo con una patena que había robado de la iglesia de Jaraicejo, consiguió dar muerte al inmenso reptil.

Con esta hazaña el forajido pasó de delincuente a héroe, y no sólo fue perdonado, sino que como premio a su gran hazaña recibió amplias tierras en propiedad y la potestad de erigir una fortaleza, la que luego se conocería como el castillo de Cabañas.

Lo cierto es que hace cientos años que los dragones no aparecen por esas tierras. Pero su imagen ha quedado grabada para siempre en  nuestro subconsciente. Y sobre todo,  en la memoria pétrea de las  sierras villuerquinas.

 

Los árboles encantados de Extremadura

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Ilustración: Borja González

No hace falta que esperemos a  la mágica noche de San Juan para encontrar árboles encantados  en nuestros campos. Donde menos lo esperamos, salta la rama, y las hojas sagradas ondulean con el viento susurrándonos leyendas.

Cuenta José Antonio Redondo  que en el palaciego Trujillo existía un espino florecido cerca del zahurdón de las ánimas, un espino que tenía la virtud de facilitar la preñez a toda mujer que lo tocara,  por lo que las mozas evitaban rozarlo  “porque no quedara en evidencia su virtud”.

El espino de las Ánimas cobro tanta fama  que aquel paraje, antes perdido y abandonado, se convirtió en uno de los más visitados de la época.

Historias parecidas existen en la misma comarca, como la del Almendro Florido del castro de la Coraja , un poblado celta cercano a Aldeacentenera.

El almendro, quizás por sus flores blancas y tempranas, es considerado un símbolo tanto del renacimiento de la naturaleza como de la fragilidad y de la dulzura.

En la mitología griega, el almendro se encuentra ligado a la fecundidad, pues de los órganos sexuales del andrógino Agdistis, que fue castrado por los otros dioses del Olimpo, brotó un almendro y de éste nació Attis, del que ya hemos hablado en otras ocasiones y cuya efigie aún se pasea cada primavera por nuestros campos.

Los almendros, en Extremadura, son testigos de amores imposibles (Jimber)

 

Otro de estos almendros encantados se encuentra, según nos cuenta José Juan Martínez Bueso, pasando un trecho la ermita de Belén de Zafra camino al Castellar. Sus flores están siempre mustias, sus almendras son las más amargas de lugar, y su acre sabor perdura en el paladar durante días.

La historia cuenta que había una pareja de enamorados que solían encontrarse junto al almendro. Prometidos al fin, el joven es llamado a servir al reino y la niña queda sola, esperando noticias que por fin llegan. Su amado ha muerto.

Cuentan que la niña no dejó de llorar durante días frente al almendro, derramando  las más desoladas lágrimas al saber que su enamorado jamás volvería junto a ella, y esas mismas lágrimas regaron el almendro, tornando sus flores cenicientas y acre su fruto.

Otro almendro encantado con triste leyenda es el que existía hasta hace bien poco en la legendaria fuente de María Miguel, junto al puente de Jerez, en la salida norte del templario pueblo de Fregenal de la Sierra.

La leyenda cuenta cómo dos jóvenes enamorados, María y Miguel, se reunían en esta fuente para verse, aunque los padres de la joven se oponían a este amor. Al más puro estilo legendario, los padres mandan asesinar a Miguel mientras esperaba a su amada, y al llegar María y encontrar a su novio muerto no soporta tanto dolor y fallece al poco tiempo.

La fuente de Mariamiguel, en Fregenal de la Sierra (Ángel Briz)

Los padres, arrepentidos, acuerdan enterrarlos juntos en las cercanías de la fuente, y cuentan que de sus tumbas nació un almendro, testigo mudo de su amor eterno que durante años dio sombra a los frexnenses.

El almendro, por desgracia, lo cortaron recientemente. Es el fin que tienen algunos árboles mágicos y algunas leyendas, pero con la diferencia de que éstas, aunque intenten talarlas, tienen hondas raíces clavadas en la memoria y  ramas jóvenes  que siguen alzándose hacia las estrellas.

Y de vez en cuando, cuando nadie lo espera, vuelven a florecer.

Don Vicente Maestre, un cazatesoros del siglo XIX

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Ilustración: Borja González Hoyos

Aunque parezca mentira, hay quien cambió su suerte al llegar a sus manos un “mapa del tesoro”. O concretamente, un libro de tesoros. De estos ciprianillos o gacellitas ya hemos hablado en otra ocasión, pero debíamos hablar, sin duda, de aquellos buscadores de tesoros que dedicaron parte de su vida a correr tras un sueño de joyas y monedas de oro.

Don Vicente Maestre es un personaje extremeño digno de conocerse, nacido en Gata,  escribió en 1860 un trabajo llamado “Tesoros escondidos en Extremadura según las tradiciones y fábulas árabes”. En él cuenta cómo a los 20 años vinieron a sus manos unos manuscritos de tesoros árabes, pero recordando la impugnación que a esa clase de manuscritos había hecho hacía más de un siglo el padre Feijoo, los despreció, y solo los conservó por fidelidad a su sistema de no romper papel alguno. Pero el tiempo, que es paciente, pasa, y 30 años más tarde, él mismo cuenta como

“…trasladada mi casa a esta ciudad de Coria en octubre de 1858 y hecho una expedición minera con un amigo ingeniero i otros a las Hurdes y algunos pueblos de la Sierra de Gata en mayo de 1859, fue tanto lo que oí hablar de tesoros, y tales particularidades nos contaron, y tales citas hicieron, que por ello  creí ya merecer el negocio un serio, detenido e imparcial examen; y entonces volví a leer esos libros míos, me proporcioné otros, y tomé muchas noticias y en unión con un amigo ilustrado pero no poco entusiasta, y por consejo de otros más fríos hicimos tres expediciones reuniendo por ellas curiosos e interesantes datos…”

Pero todo héroe tiene su némesis, y por la misma época vivía en San Martín de Trevejo Don Juan Peralta, vecino muy rico cuyos padre y abuelo tenían fama no ya de buscadores de tesoros, sino de halladores, ya que se decía que su abuelo, N. Peralta, había recibido un “libro de tesoros” en herencia de su tío, un fraile recluido en la cercana Ciudad Rodrigo.

Maestre seguía las huellas de Peralta tras los tesoros... (Jimber)

La riqueza de la familia parecía provenir del descubrimiento de estos tesoros, una vez que tuvieron el libro en sus manos, y al parecer uno de los que sacaron a la luz fue un peñasco argamasado y lleno de oro que se encontraba oculto  en la fuente Sobrea o Sobrera.  A decir de Don Vicente Maestre, en 1860 la fuente, que se encuentra en el término de Eljas, aún conservaba el peñasco, pero el tesoro lo había sacado hace muchos años el tal Peralta. “Yo nada aseguro –insinúa Don Vicente- pero lo cierto es que su fortuna proviene de ello y he hablado con personas que dicen conocieron personalmente al repetido abuelo y aseguran era pobre y luego muy rico. No respondo de la verdad”.

Armado con su “libro de tesoros”, Don Vicente intenta encontrar el tesoro de “la Fuente Vieja” y en  1860  localiza la fuente, en el término de Cilleros. Allá que se va ilusionado, solo para comprobar que, una vez más se le habían adelantado. Encuentra el terreno removido, aunque no recientemente, y mientras cabizbajo ve como se le escapaba otro tesoro de las manos cuando casi lo tocaba, acertó a pasar por allí un cabrero portugués que residía en esos parajes desde hacía 45 años, quien le relató que sobre 1815 otro buscador de tesoros más afortunado, (el ya famoso para nosotros  y millonario por entonces Peralta), había sacado el tesoro.

Otras veces no se le adelantaba Peralta, sino algún otro afortunado. Buscando nuestro Maestre otro tesoro que al parecer se encontraba “en las vegas de Peñarubio” descubre  emocionado que esas vegas, aunque han cambiado de nombre, (cosa que hay que tener en cuenta, como ya hemos contado) comprenden lo que entonces se llamaba la “Huerta de las Moreras” en la Encomienda de Benavente, en Zarza la Mayor.  Don Vicente Maestre se planta en el paraje y pregunta por el poste, y su gozo se ve de nuevo en un pozo cuando unos cabreros (¿que haría nuestro buen amigo Maestre sin sus cabreros que siempre le sacan de dudas y le informan de su tardanza?) le cuentan que el poste por el que pregunta el cazatesoros lo arrancaron para hacer un chozo, y que más abajo (¡oh, desilusión!), en el cerrito de Peñarubias uno encontró casualmente en 1846 una olla con polvo de oro que estaba enterrada “pero viendósele ya el borde”.  O lo que es lo mismo, enseñando la patita.

Don Vicente recorrió la Sierra de Gata tras los tesoros marcados (Jimber)

Justo en este enclave se encontraba otro tesoro ya encontrado. El libro decía que en Sierra Alta había una plazuela con una cruz, y bajo la cruz un tesoro enterrado de monedas de oro. Lo cierto es que en el término de Zarza la Mayor había un castillo  cuyas ruinas tienen forma de círculo. Cuando en 1860 apareció por allí nuestro Maestre vio aún, tirada en el centro del círculo de los cimientos del castillo, la cruz de piedra y un gran hoyo, y a los paisanos asegurando (una vez más, y no sería la última) que Peralta “hace muchos años” había sacado de allí un tesoro. Lo que parece cierto es que en 1859 el cedacero de la villa de Eljas se acercó con otro vecino del pueblo a buscar tesoros en ese lugar, y rebuscando en los escombros del hoyo aún hallaron una antiquísima moneda de oro que vendieron en Ceclavín por 100 reales.

Las piedras mascan el tesoro (Jimber)

Solo un año antes, en 1858,  nuestro protagonista se había llevado una nueva desilusión. Decidido a encontrar una caldera de oro que se encontraba en una fuente o pocito junto a unas “piedras con letras” en  las “ventas del Caballo”, se convenció de que el sitio exacto se encontraba en el término de Cilleros. Allí fue a ver, siguiendo indicaciones, al cabrero (¡otro!) Rafael Naranjo, que tenía allí la majada y sembraba en el pocito, quien le dio una noticia buena y otra mala. La buena era que las “piedras con letras” habían existido, y la mala es que se las habían llevado para hacer un corral. Si desilusionado quedó el buen Maestre, peor iba a quedarse cuando el cabrero se enteró de que buscaba un tesoro. Le contó a Don Vicente que volvía a llegar tarde, ya que su amigo Fernán Furreras, jornalero de la Zarza, un buen día que se encontraba por allí arrancando jaras para un horno encontró una olla llena de polvos negruzcos que tiró, creyéndolos de salvadera, llevándose tan sólo un dedal de ellos, que resultaron ser polvos de oro. El pobre de Don Vicente, sin embargo, no hizo el viaje en balde. El buen cabrero le llevó a ver el sitio donde se halló el tesoro y pudo ver tres pedazos de la antigua olla que encerró el tesoro. Menos da una piedra.

Don Vicente no dejó nunca de buscar tesoros y de coleccionar libros que marcaban la X en rincones perdidos, convencido como estaba de que Extremadura es tierra fronteriza donde celtas, romanos, godos, árabes, judíos  y cristianos ocultaron sus más preciadas pertenencias antes de salir pitando. Razón no le faltaba. Y si no, que se lo pregunten a Peralta.

 

 

 

¡San Antonio, que viene el lobo!

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El año pasado por esas fechas hablábamos de las apariciones antonianas  y de la mano que tiene San Antonio para cuidar niños perdidos, pero si hay algo por lo que es conocido este santo es por la protección a los animales en general y al ganado en particular.

De hecho, y según nos cuenta el investigador Félix Barroso, era costumbre frecuente en la comarca de Las Hurdes la de terminar por las noches el rosario familiar con esta frase:

-“Un padrenuestro a San Antonio Bendito, “pa” que nos guarde el alma, la casa y el ganadito”.

Cabras, ovejas, vacas, perros, cerdos e, incluso, gatos perdidos o robados regresan hasta donde les espera su dueño si el responso a San Antonio se reza con suficiente fervor.

Pero donde San Antonio gana por santa goleada es en la lucha contra el lobo, el sabio mudo que desaparece como por arte de magia  cuando el responso “sanantoniano” sale de los labios del devoto que se encomienda al santo. Y no es fácil, porque es creencia común que, al ver al lobo, se ponen los pelos de punta y la lengua gorda, impidiendo la articulación de cualquier palabra.

El responso a San Antonio…

 

Lo de llamar a San Antonio tiene su miga, porque al ser santo tan demandado tiene responso y responsorio. La diferencia nos la cuenta el historiador e investigador José María Domínguez Moreno: El  responso se pronuncia en cada caso concreto, como cuando se pierde una persona o un animal.

Según le contaba el Tío Venancio de El Cerezal, el responso debe decirlo “quien lo sepa”, preferiblemente antes de la noche, y dura tres días. Si a los tres días el animal no ha vuelto, hay que echarlo otra vez.

La mayor parte de los responsos responden a un mismo esquema, aunque presentan algunas variantes. Como afirma Domínguez Moreno,  “son todas ellas sencillas, ingenuas, donde se mezclan, a veces, expresiones y giros sin sentido, totalmente dislocados. Parece como si fuera una retahíla de antiguos ensalmos, retocados por la cristianización; una mezcolanza de antañones conjuros y de agua bendita de las iglesias”.

San Antonio protege al ganado (Jimber)

 Los responsos incluyen  invocaciones tan precisas como estas:

“Antonio, Antonio, Antonio,

Antonio divinisanto,

tres cosas sean lo mandado:

que lo perdido sea hallado,

que el lobo sea alejado,

y lo muerto, resucitado”.

 

o

“Antonio, Antonio, Antonio divino y santo.

Lo lejo, acercao.

Lo perdío, resucitao.

Si algún animal me falta,

bicho viviente no le haga daño.

Gloria al Padre, al Hijo

y al Espíritu Santo”.

 

O este otro

“Cuando algo se pierda,

tú lo cogerás.

Al ganado perdido,

la boca del lobo y de la raposa

no lo comerá,

ni la piedra de rayo le caerá.

Antonio divinisanto,

lo muerto resucitado.

Y en la vida y en la muerte

 estés siempre a mi lado”.

"...que lo perdido sea hallado, que el lobo sea alejado..." (Jimber)

… y el responsorio oficial

El responsorio, por su parte, es una oración que cuenta con el visto bueno de la iglesia y que suele encontrarse impresa en la mayoría de los devocionarios. Es costumbre el recitarla al final de cada oficio de la novena que en el mes de junio se dedica a San Antonio. Afirman en los pueblos que su rezo durante los nueve días seguidos supone un “seguro a todo riesgo” para los animales domésticos.  Incluso hay quienes escriben la oración en papeles y los guardan en corrales y apriscos para buscar los favores del santo.

Muy conocidos y bastante tétricos son los primeros versos de este responsorio:

Si buscas milagros, mira

muerte, horror, desterrados,

miseria, demonios, heridos,

leprosos, enfermos y sanos.

Con estos mimbres no es extraño que en ocasiones se haya manipulado el responsorio para hacer el mal, como cuentan que hacían las brujas de Salorino y de algunas alquerías hurdanas, que recitaban la oración de San Antonio “del revés” para atraer a los lobos hacia los rebaños que ellas deseaban.

Pero de estas “pastoras de lobos” hablaremos en otra ocasión. Seguramente en la próxima luna llena…

 

 

 

 

 

 


María Candelaria, una hechicera contra la impotencia femenina

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Ilustración: Borja González

Ahora que parece que están a punto de aprobar la llamada “viagra femenina” es el momento de decir bien alto que este remedio ya la habíamos inventado en Extremadura hace siglos.

Concretamente la inventó una señora de Fuente de Cantos llamada María Candelaria,  allá por el siglo XVII, que se hizo famosa por curar la “impotencia” a las mujeres, según rescata  de los archivos de la Inquisición Fermín Mayorga .

Si ustedes no quieren (o no pueden) esperara a la comercialización de la píldora rosa, tomen nota de la fórmula de la Candelaria, que se la damos gratis, porque además, y como cosa curiosa, nos ha llegado íntegra.

En primer lugar, María pedía a las señoras sexualmente  inapetentes   uñas de los pies y de las manos,  cabellos de diferentes partes del cuerpo (las partes las dejamos a su imaginación) y un trozo de pan mordido. Todo esto se quema y las cenizas resultantes se mezclan  con agua para conseguir una  pócima  a la que se agrega romero, cilantro seco e incienso.

La pócima no tiene efecto si al más fiel estilo “harrypottesco” no se remueve  con una rama de retama, con la que hay que rocíar a la paciente por todo el cuerpo, mientras se recita la siguiente jaculatoria:

Las mujeres acudían a menudo a las hechiceras (Jimber)

 

Santa Maria parió virgo,

Santa María a Jesucristo,

Santa Isabel a San Juan, y

Así como esto es verdad,

Así se sane este mal.

Contaban las pacientes que mientras las rociaban con la pócima, se le “espeluznaban los pelos y sentían pasar un temblor por entre cuero y carne”. Vamos, que la María, sin querer ser poeta,  las ponía a punto de cama con la rama de retama.

Lástima que la Inquisición acabase metiendo mano (y en el peor de los sentidos) a la pobre María,  y cerrase lo que había sido un buen negocio para todas las partes. Para María, para sus clientas, y para los maridos de las clientas, que estarían deseando (supongo yo) que la Candelaria se  pasase a sus señoras  por la rama.

 

Cinco castillos encantados para visitar en la noche de San Juan

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Pocas noches tan encantadas como la noche de San Juan, y pocos lugares tan encantadores como los misteriosos castillos que jalonan las tierras extremeñas sirviendo de morada eterna a damas hechizadas, moras, hebreas o cristianas, que esperan eternamente a que algún aguerrido extremeño (o alguna valiente extremeña) ose desencantarlas.

Por si ustedes no tienen planes para esta noche, ahí van unos cuantos castillos extremeños con moradora encantada. Lo demás, corre de su cuenta.

Grifo del palacio de Galarza o casa de los Trucos, en Cáceres (Israel J. Espino)

Jariza y los anillos mágicos del castillo de Jaraiz

La infanta Jariza, según nos cuenta el insigne Publio Hurtado, continúa viviendo entre las ruinas del castillo de Jaraiz de la Vera gracias a un anillo mágico que lleva en su dedo corazón. Como digna antecesora de las brujas cacereñas pasa la noche de San Juan cabalgando por los aires sobre un grifo cuya parte superior es la de un águila gigante, con orejas puntiagudas, plumas doradas, afilado pico y poderosas garras. La parte inferior de un temible y gigantesco león, con pelaje amarillo y musculosas patas y rabo con plumas.

Y aunque el grifo es custudio de tesoros, la infanta Jarifa lo utiliza para volar en su lomo, de picacho en picacho, buscando nidos de águila entre las altas rocas de la Vera, esperando encontrar el huevo que lleva en su interior otro anillo con el que, por fin, pondrá fin a su hechizo.

Mientras la bella agarena recorre los picos puede usted aprovechar para buscar bajo el castillo un talismán con poderes mágicos, hecho de oro y piedras preciosas y con un peso superior a los 400 gramos que los árabes ocultaron. Afirma el investigador Alonso Corrales Gaitán que infinidad de personas, venidas algunas desde muy lejos, perdieron muchas horas en buscarlo, aunque puede ser que alguno perdiera algo más que el tiempo, ya que la bella Jariza es la custodia de este talismán, y  trata por todos los medios de engañar a los ambiciosos buscadores de tesoros.

Lo cierto es que hacia el año 725 el caudillo árabe Abadaliz construyó el castillo de Jariza, que daría su nombre a la población, alrededor del cual se instalaron árabes, cristianos y judíos, y del que subsisten restos en las casas del soportal alto de la plaza, donde actualmente se encuentra el ayuntamiento.

castillo de Peñafiel o Racha Rachel, cerca de Zarza la Mayor (Hoy)

La juguetona mora del castillo de Racha Rachel

Otra bella mora encantada que se entretiene con el personal habita en las ruinas del legendario  castillo de Peñafiel, (también llamado de Racha Rachel, o Roca de Raquel)  no lejos de Zarza la Mayor. La bella Rachel posee un talismán con forma de una esferita de oro, gracias al cual se transforma en rana o en gentil paje, que enloquece, bajo esta última  forma, con su labia y sus melindres, a las muchachas del contorno. Aunque a esta me da la impresión de que no tiene mucho interés en que la desencanten…

El castillo de Segura de León (Jimber)

La Dama del castillo de Segura de León, la contadora de estrellas

Segura de León, bella población con tesoro y con castillo, cuenta también con su hechizada particular, la antigua señora de la fortaleza, que está condenada, para salir de su encantamiento, a contar todas las estrellas que tachonan el cielo de Segura en la noche de San Juan. Su desencanto estriba en que llegue a contar en una noche las estrellas que tachonan la bóveda celeste, tarea que siempre llega a interrumpir la aurora que, al desplegar sus inmensas cortinas de luz, ocultan a los ávidos ojos de la contadora un resto de “lamparitas del cielo”, obligándola a repetir el recuento a la siguiente noche…

La Melusina del castillo de Montánchez

El castillo de Montánchez (A. Briz)

También esta noche mágica de San Juan se enciende misteriosamente una luz entre las almenas del castillo de Montánchez, y su resplandor puede verse desde el pueblo, y aparece una doncella al abrirse una de las almenas del castillo con una vela encendida y un libro en ristre, en el que escribe conjuros maldiciendo o bendiciendo los campos de toda la comarca.

Hay voces, como la del historiador José María Domínguez Moreno, que afirma que se trata de una Melusina que logró que los cristianos tomaran el baluarte de Montánchez , ya que estando un sábado acampados junto a la fuente del Trampal “una enorme serpiente de largos cabellos atravesó por medio de las mesnadas cristianas sembrando el pánico entre los caballos ya dispuestos para el ataque. Antes de que pudieran imaginar la serpiente había desaparecido de su vista. Los caballeros siguieron su rastro entre espesos y altos matorrales y no tardaron en dar con su guarida. Era ésta un amplio túnel que comunicaba directamente con el castillo. Y fue por este pasadizo por el que penetraría un grupo de los más aguerridos cristianos para tomar la fortificación. Sorprendentemente no encontraron rastro ni nunca supieron de la fabulosa culebra peluda que los había guiado hacia la victoria. Cuenta la leyenda que se trataba de una núbil princesa agarena que, cual Melusina, cada día final de semana tomaba forma de serpiente, aunque conservando su cabeza humana, y por el recóndito pasadizo bajaba hasta la fuente del Trampal a peinarse los dorados cabellos. Al considerarla culpable de la derrota su padre, el caíd, maldijo a la virgen mora, que desde aquel fatídico día vive transformada en sierpe bajo las huras del castillo. Sólo la noche de San Juan recobra su forma de mujer y se la ve pasear sobre las almenas portando en la mano una vela encendida”.

El aljibe del palacio de las Veletas, en Cáceres (Ángel Briz)

La Mansaborá del Alcázar de Cáceres

Algo parecido le ocurrió a la “Mansaborá”,  la princesa mora hija del Caid de Cáceres, que se enamoró de un capitán cristiano al que daba acceso al Alcázar por una galería subterránea llamada “Mansa Alborada” que avanza, tortuosa,  soterrada y ya obstruida hasta la ronda de las huertas. Los encuentros galantes se suceden hasta que el capitán utiliza el pasadizo para acceder con todo su ejército y  ganar la ciudad.

El Caid maldice a su  hija y a sus ayas, transformándolas en una gallina y varias polluelas de plumaje de oro recamado de piedras preciosas, que solo pueden salir del túnel donde quedaron encerradas las noches de San Juan (otros afirman que en San Jorge), para andar por los tejados y aljibes de la casa de las Veletas (únicos restos de su castillo árabe) lanzando lastimeros píos a la luna…

 

 

El mágico paraje de Los Barruecos

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En plena llanura cacereña, junto a Malpartida de Cáceres, el viajero se desconcierta al encontrase, de repente, en medio de un paisaje mágico,  el Monumento Natural de Los Barruecos, una espectacular creación natural que el ser humano a creído tocada por los dioses.

Santuario rupestre de los Barruecos (A. Briz)

No hacía falta que la guía Repsol viniera a decirnos que este es el Mejor Rincón de España. Muchos ya lo sabíamos. Porque los Barruecos  (y voy a dejar de lado a propósito al museo Vostell) es un espacio mágico donde uno se reencuentra consigo mismo, salpicado de charcas y enormes piedras graníticas que conforman este paisaje sugerente y único, en el que la naturaleza y los dioses se sienten más cerca que en ninguna otra parte.

Las peñas del tesoro, en Los Barruecos (Angel Briz)

La erosión ha moldeado las moles pétreas durante millones de años dando lugar a singulares bloques redondeados, con multitud de formas caprichosas como Las Peñas del Tesoro, El Tiburón, La Seta, La Bomba, el Caracol o La Horca, de la que la leyenda cuenta que sus agujeros servían de soporte para las sogas destinadas a ahorcar durante el imperio  romano.

Las curiosas formas de las piedras siempre han ejercido una poderosa atracción y quizá por ello, o por la magia que desprende el lugar,  ha sido utilizado durante miles de años como necrópolis, santuario y centro espiritual.

En los Barruecos encontramos no solo pinturas rupestres y grabados desde la Edad del Cobre hasta la Edad del Hierro, sino también poblados neolíticos, restos  de  poblaciones romanas y numerosas tumbas antropomorfas excavadas en la misma roca. Aquí, hace solo unos años, el un incansable investigador cacereño, Juan Rosco, descubrió En Los Barruecos tenemos un observatorio astronómico de la Edad del Cobre en el que los rayos del sol pasan por un agujero natural de una roca, y a determinadas horas , durante los equinoccios, iluminan completamente un grabado antropomorfo ubicado en el interior de la roca.

El observatorio prehistórico de los Barruecos (Angel Briz)

Pero si existe un lugar mágico en este paisaje es sin duda su diminuto santuario rupestre, oculto en el interior de una gran piedra caballera y al que solo se puede acceder reptando. Una vez que se ha conseguido pasar al interior de la roca el concepto de “útero de la tierra” cobra todo su significado. Las pinturas del interior, trazadas en color rojo, te rodean en todo momento. La sensación que se experimenta en su interior es pura magia milenaria.

Y si hablamos de magia no podemos olvidarnos de Las Peñas del tesoro, enormes rocas graníticas de evocador nombre llamadas así porque, según la  voz del pueblo, allí aparecieron unos pequeños exvotos en forma de cabra relacionados con el culto a la antigua diosa Ataecina, deidad del renacer, la fertilidad, la naturaleza, la luna, la curación y el mundo subterráneo.

Ex voto a Ataecina de Malpartida de Cáceres , actualmente en el MAN (Ángel Briz)

Realmente estas dos cabritas de bronce (que actualmente se encuentran en Madrid, en el Museo Arqueológico Nacional, y cuya reproducción a escala Godzilla puede verse en las calles de Malpartida) fueron encontradas en 1885 en otro lugar, cerca del pueblo.. Pero ese mismo pueblo muchas veces es más sabio de lo que pensamos, y no suele errar mucho en su memoria, y cuando a esta inmensa mole de piedra la denomina “La Peña del Tesoro”, por algo será.

Porque cuando la piedra suena, magia lleva.

Reaparece la Dama Negra del Hospital de Badajoz

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La Dama Negra ha vuelto. Y sigue como siempre. Alta, con ropas oscuras hasta los pies y con el rostro enmarcado en la oscuridad, como si llevase un velo negro o un peinado excesivamente rígido.

Nadie sabe quién era, ni que quiere, ni qué o a quien busca, pero ya pocos dudan que sigue deslizándose en la penumbra de los pasillos del hospital Perpetuo Socorro de Badajoz, atravesando paredes y puertas cerradas, desapareciendo en huecos imposibles o en recodos sin salida, siempre en la noche y siempre en silencio, como los buenos fantasmas de toda la vida.

Pero a diferencia de otros espectros,  la Dama de Negro no es etérea ni transparentosa, sino que tiene una materialidad que asombra al más pintado. De hecho, es tan física que no asusta, porque los testigos  no sospechan siquiera estar viendo a un fantasma, sino que creen a pies juntillas estar observando a una extraña mujer de negro que quizás chirríe un poco por sus largos ropajes y su extraño peinado, pero que en ningún momento parece sobrenatural… hasta que desaparece ante sus asombrados ojos.

El primer testigo que se decidió a habla con nosotros se la topó una noche de ronda, junto al encargado de seguridad del hospital, hace más de 20 años, por los pasillos subterráneos que unían el Perpetuo Socorro con el Hospital Materno Infantil. Desde entonces, las apariciones de la Dama Negra no han hecho más que crecer, incluso delante de aquellos que se burlaban de los rumores y que las achacaban a delirios de los testigos.

Raquel no se burlaba, porque conocía de primera mano a algunos compañeros que la habían visto. Lo que no sabía es que iba a tenerla pegada a su cuerpo la noche del viernes 11 de septiembre….

El Hospital Perpetuo Socorro de Badajoz, residencia de la Dama Negra (Extremadura Secreta)

Aunque Raquel no es su verdadero nombre, es trabajadora del hospital y nos permite grabarla, aunque no se atreve a dar la cara.  Como otros muchos testigos (especialmente los que trabajan en el edificio) no quieren que sus compañeros y jefes los reconozcan.

Raquel, sin embargo, no estaba trabajando la noche del viernes, sino que se encontraba acompañando a un pariente cercano que estaba ingresado en una habitación de la primera planta. Eran las cuatro de la madrugada cuando la Dama Negra entró en la habitación, y ella estaba dormitando.  Pero el enfermo sí estaba despierto. Y lo vio todo.

El paciente es un familiar de edad avanzada que desconocía por completo el largo historial de apariciones de la fastasmagórica mujer. En la habitación, compartida por dos enfermos, se encontraban también las dos acompañantes. Cuatro personas a las que inexplicablemente fue a unirse, en la madrugada, otra presencia más: La Dama Negra.

Por estos pasillos del Hospital Perpetuo Socorro aparece la Dama Negra

Sobre las cuatro de la madrugada  el testigo, que estaba tomando corticoides, siente la boca seca, y se despierta para beber un poco de agua de la botella que tiene en la mesilla, cuando se sorprende al ver en la habitación a una señora muy alta y  vestida de negro de la cabeza a los pies.

El enfermo, tras el sobresalto inicial,  está a punto de preguntarle a la señora si quiere algo, pero enseguida, al ver lo atípico de la situación, piensa que, quizás, a lo mejor, la señora ha entrado a robar, y decide observarla haciéndose el dormido. Y con los ojos entrecerrados observa cómo la mujer se coloca  a los pies de su cama, se inclina hacia adelante y le mira. Se acerca a la otra cama y observa al otro paciente. Se vuelve y observa a la acompañante de su compañero de habitación, mira atentamente toda la habitación, las taquillas, la televisión, y termina observando a la propia Raquel, que dormitaba en uno de los sillones. La Dama Negra mira entonces hacia hacia la puerta, que permanece cerrada… y desaparece ante la atónita mirada del enfermo, que no entiende como la misteriosa señora ha entrado y ha salido de la habitación con la puerta cerrada, ni consigue explicarse quien era ni que quería esa mujer alta y enlutada.

Pero al día siguiente, cuando, nada más despertarse, le cuenta a Raquel los extraños sucesos de la noche, ella sí reconoce, inmediatamente, quien era la señora. La Dama de Negro había vuelto. Si es que alguna vez se había ido…

Lunas de Sangre: Cuando la diosa se encanuza

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Ilustración: Borja Gonzalez Hoyos

Estamos inmersos en un eclipse total de Luna, más conocido como “Luna de sangre”… ¿No es emocionante?  Se le llama “Luna de Sangre” porque el satélite se tiñe de rojo, ya que  al entrar al cono de la sombra de la Tierra, la luz del Sol, que pasa por la atmósfera terrestre, se refracta en los colores del arco iris, excepto el rojo, que se dispersa y hace que veamos a la luna de ese color.

Aquí  ya estamos acostumbrados a las lunas de sangre, pero no se crean ustedes que nos hace mucha ilusión. Como afirma el antropólogo  Flores del Manzano,en Extremadura se encuentra muy  divulgada la creencia de que ciertos astros, por su color y forma, presagian desgracias colectivas.

Y es lógico, hasta cierto punto, que las formaciones rojizas en el horizonte, sobre todo cuando van asociadas a la luna, sean indicativas de males venideros, ya que el color rojo siempre se ha asociado con la sangre. De hecho, todavía se pueden encontrar muchos ancianos extremeños que afirman que la guerra civil española fue anunciada por una enorme luna teñida de rojo.

En el pueblecito de El Torno, en el Valle del Jerte, tienen claro que si aparece la luna “encanuzá”, es decir, muy enrojecida, ocurrirán sucesos trágicos.

El horizonte enrojecido no presagiaba nada bueno (Jimber)

Sombras en la luna

En otros lugares como  Las Hurdes se afirma que cuando aparecen unos puntos rojizos dentro de la superficie totalmente llena de la luna, es que una mujer estaba a punto de parir. Y lo bueno es que aseguran que se cumple inexorablemente…

Cuando las manchas lunares eran de un negro cetrino era indicio inequívoco de que esa madrugada saldrían las manadas de lobos, impulsados por una fiereza extraordinaria, lo que hacía desaconsejable poner un pie fuera de la seguridad de la  casa durante las horas nocturnas, bajo riesgo de perecer entre sus temibles colmillos.

Pero sin duda, la figura más conocida que aparece en la superficie de la luna es “El hombre de la luna”, conocido en todas las culturas y en todos los tiempos. En Extremadura también tenemos nuestra propia versión, recogida en Las Hurdes por el periodista Iker Jiménez, en la que se cuenta que esa figura es la de un  hombre con su mulo, un buhonero  mentiroso y soberbio que intentando un día timar a los hurdanos, afirmó en un pueblo:

-       «Que me trague la Luna si miento».

Acto seguido la blanca luna descendió, mostrando su rostro más temible, y engulló sin compasión al fanfarrón y a su pobre borrico. Desde entonces, condenado por haber faltado el respeto a la diosa de la Noche, purga su pena en los oscuros  reflejos  de sus siluetas, viviendo eternamente con su jumento en la faz de la luna.

La luna llena a ves esconde extrañas figuras (Jimber)

Rezando a la luna

Y es que lo de observar la luna nos viene de antiguo… Cuando éramos celtas, las noches de plenilunio salíamos a los campos e  iluminábamos los montes con grandes hogueras. Alrededor del fuego danzábamos y entonábamos canciones y rendíamos culto a la luna.

Más tarde, cuando fuimos romanos, cambiamos el nombre de la diosa y la llamamos  Diana, y la adorábamos en Ibahernando, Santa Cruz de la Sierra, Abertura y Arroyo de la Luz, entre otros muchos lugares donde aún no han aparecido vestigios arqueológicos que atestigüen su culto.

Ya por aquel entonces a los niños les colgábamos del cuello medias lunas grabadas en metal con el fin de librarles de maleficios e impedir que “los cogiese la luna”. Estos amuletos protegían de los alunamientos, de los que ya hablamos en otra ocasión y también evita los “pechos alunados” de las madres en periodo de lactancia. También para atenuar la artrosis paralizante y para acelerar las menstruaciones este amuleto era “mano de santo”.

Según los arqueólogos  Barrientos, Cerrillos y Álvarez, el culto a la Luna con connotaciones funerarias pervive en Extremadura hasta bien entrado el siglo IV  a. C., lo que constituye una muestra de su enorme importancia en la mentalidad popular.

Y lo curioso es que estos amuletos lunares continúan pasándose de abuelas a nietas, miles de años después.

Amuleto lunar de Ahigal (Jose María Domínguez Moreno)

Hechizo de luna

Si Diana- Selene es diosa de la luna, también lo es de las brujas, por lo que no es extraño que los hechizos relacionados con la blanca luna abunden en nuestras tierras.

Ya hablamos en otra ocasión de la influencia que la luna se cree que tiene en el momento de la concepción o en la selección del sexo del futuro bebé, así que vamos  a centrarnos en lo que es sin duda un rito ancestral que se continuaba practicando  hasta hace bien poco.

Nos cuenta el historiador Domínguez Moreno como en el pueblo cacereño de Ahigal, en las cercanías del embalse, bajo la luz de la luna llena, las muchachas que deseen conocer el rostro de su futuro marido deben formar un corro agarradas de la mano, y entonar el  siguiente ensalmo:

Luna, luna, lunera.

Dame un novio aragonés:

No me importa que sea manco

Ni que mire del revés,

Y que no tenga narices

Ni que esté cojo de un pie,

Ni que ande por la noche

Por encima de la pared.

¿Dónde está mi novio?

¿Dónde está?, que lo veré.

A la una, a las dos y a las tres”.

Llegado este punto, las mozas deben soltarse, levantando los brazos, mientras miran fijamente a la luna. Tras un breve instante, en el que el silencio debe ser total, la luna hará imaginar a la joven el rostro de su futuro marido.

Tras la aparición se deben bajar nuevamente los brazos, se toman de la mano de nuevo y vuelven a girar en corro, recitando la siguiente salmodia:

“A mi novio he encontrado,

a mi novio lo encontré.

A la luna, luna, luna;

A la luna, luna, oré.

A mi novio lo he encontrado

Y pronto me casaré”.

Las que participan en el juego aseguraban que, pasado el tiempo, se casaban  con el novio que la luna les había hecho imaginar.

Las extremeñas seguimos rezando a la Luna (Jimber)

Las extremeñas, brujas o no, seguimos rezándole a la luna miles de años después de elevar nuestra primera plegaria a su frío y blanco  rostro nocturno.

Esperemos que Selene nos siga escuchando. Aunque el novio, por lo que a mí respecta, se lo puede quedar junto al señor del burro.

 

 

La Caragontía de Montánchez

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Ilustración: Borja González Hoyos

 

 

 

Templo de la verdad es el que admiras

No desoigas la voz del que te advierte

Que todo es ilusión, menos la muerte”

 

 

 

 

Con estas inquietantes palabras nos recibe el  cementerio de Montánchez, recién elegido el mejor camposanto de España, un tranquilo y bello lugar encastrado en lo alto de un pueblo que sabe a jamón y huele a  sierra.

Si alzamos la vista desde las bellas tumbas del cementerio descubriremos otros de los atractivos de Montánchez: su castillo, cuya conquista afirma el pueblo y la leyenda que se debe a una serpiente, que muestra a los cristianos el camino que han de seguir para llegar al corazón de la fortaleza defendida por los almohades.

 

Cementerio y castillo de Montánchez (Angel Briz)

Cuenta la leyenda recogida por el historiador Jose María  Domínguez Moreno que estando un sábado acampados junto a la fuente del Trampal, una enorme serpiente con la cabeza cubierta por una mata de pelo atravesó por medio de las mesnadas cristianas, sembrando el pánico entre los caballos.

Los caballeros siguieron su rastro entre espesos y altos matorrales,  y no tardaron en dar con su guarida. Era ésta un amplio túnel que comunicaba directamente con el castillo, y fue por este pasadizo por el que penetraría un grupo de los más aguerridos cristianos para tomar la fortificación.

Sorprendentemente no encontraron rastro ni nunca supieron de la fabulosa culebra peluda que los había guiado hacia la victoria, pero cuenta la leyenda que se trataba de una núbil princesa mora que, cual Melusina, cada domingo tomaba forma de serpiente, aunque conservando su cabeza humana, y por el recóndito pasadizo bajaba hasta la fuente del Trampal a peinarse los dorados cabellos.

Al considerarla culpable de la derrota, su padre, el caíd, maldijo a la princesa mora y la arrojó al aljibe, que desde aquel fatídico día vive transformada en serpiente bajo las galerías  del castillo.

Sólo durante la noche de San Juan recobra su forma de mujer y se la ve pasear sobre las almenas portando en una mano una vela encendida y en la otra un libro, en el que escribe maldiciendo o bendiciendo los campos de toda la comarca.

El castillo de Montánchez (Angel Briz)

Otros paisanos, como Aurelio Jimenez, nos confirmaban la ubicación exacta de los dos pasadizos secretos que salen del castillo: uno llega hasta el pueblo y otro hasta la derruida ermita de Santo Domingo. Aurelio nos contaba también el nombre que recibe la princesa: La Moracantana, y también su peligro, ya que como el aljibe al que la arrojó su padre comunica con los pozos del pueblo, las niñas no pueden asomarse a los brocales  en la Noche de San Juan, porque  esa noche La Moracantana recupera sus poderes y, convertida en serpiente, se las lleva al fondo con ella.

La ermita de Santo Domingo, donde desemboca el túnel del castillo (A. Briz)

Ya tenemos a la agarena maldita de Montánchez como prima de la Mansaborá cacereña e hija de las Moracantanas de los pozos. Pero nos queda una semejanza todavía  más importante y resbaladiza…

Las serpientes, como animales asociados a las fuerzas telúricas de la tierra, los mundos subterráneos o  los ciclos de renovación y  de fertilidad, se han vinculado  a la figura de la mujer en la mitología  de muchas culturas a lo largo de la historia, entre ellas la extremeña. Lo recordarán porque ya hemos hablado de esas raras culebras que mamaban de nuestras mujeres.

Y qué mejor forma de unificar a la mujer con la serpiente que fundiéndolas en una sola. Surge así el mito de Lamia, reina de Libia que, según la tradición griega,  concibió  hijos con el propio Zeus.  Pero la celosa Hera, esposa del dios, los asesinó y transformó a la amante de su marido en un monstruo condenado a no poder cerrar los ojos y tener que mantener siempre viva la visión de sus hijos muertos. Zeus le permitió extraérselos  y volvérselos a poner,  para que así pudiera descansar algunos momentos. Lamia, por desesperación y venganza, raptaba a los niños de otras madres, para luego terminar con sus vidas. Tenía el rostro de una bella mujer y el cuerpo de serpiente.

Y es en esta figura de la Lamia  donde encontramos los paralelismos más significativos de la figura serpentiforme de Montánchez, a la que me atrevo incluso a poner nombre: la Caragontía.

Pero… ¿Quién es esta Caragontía? Publio Hurtado menciona a este ser en 1902, recogiendo la exclamación que lanzaba este ser maldito:

Yo soy la Caragontía

Que ando de noche y de día

Y el que me oyere cantar

Cerca tiene su agonía”,

Y nada más se sabe de ella. Ni qué era, ni quién era, ni donde vivía…

Me atrevo, pues,  a aventurar que tal vez esta Caragontía fuese la princesa mora encantada del castillo de Montánchez, basándome en las muchas similitudes existentes  (incluido el nombre) entre esta última y la “Tragantía” del castillo de Cazorla, en Jaen, tanto que parecen primas hermanas.

La leyenda jienense nos cuenta que, ante el inexorable avance de las tropas cristianas, el rey moro del castillo de la Yedra encerró a su bella hija en una cavidad secreta oculta en los cimientos de la fortaleza, tapiando con una gran losa  la entrada,  con la intención de rescatarla cuando las tropas cristianas se hubieran marchado.

El mismo rey se refugió  con su tropa en la cercana sierra que rodea al pueblo. Sin embargo las tropas cristianas alcanzaron al monarca y a su séquito,  dando muerte a todos ellos y ocupando la población de Cazorla.

La princesa,  aprisionada en la cavidad, ignorada por todos, bebía el agua que goteaba al filtrarse entre la tierra, y comía los insectos que buscaban refugio en el subsuelo. La incapacidad de moverse en aquel reducido espacio, y la viscosidad de las húmedas paredes, propiciaron que sus extremidades inferiores se fueran uniendo y adquiriendo forma alargada y redondeada, con escamas como los reptiles. Mientras se producía la metamorfosis se escuchaban terroríficos lamentos, que atemorizaban a los nuevos moradores del castillo y a todos los habitantes de Cazorla, rasgando el silencio de las noches.

Cuentan que desde entonces, solo puede salir, como la nuestra, en las noches de San Juan, en las que se puede oír su amenazante lamento. Porque si la de Montánchez canta, la de Cazorla también:

 

Yo soy la Tragantía

 Hija del rey moro

Y el que me oiga cantar

No verá la luz del día

Ni la noche de San Juan”.

 

Entrada al Cementerio de Montánchez (Angel Briz)

Así que ya saben, si quieren acercarse a conocer el cementerio más bonito de España, procuren no hacerlo en la noche mágica de San Juan. Y si no les queda más remedio, cuando escuchen un silbido reptiliano tápense los oídos, antes de que la pobre y desdichada lamia comience con su canto.

Hagan caso a las palabras del cementerio y “no desoigan la voz del que le advierte”… La voz silbante y agónica de la Caragontía.

 

 

La señora Fermina ve muertos

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Fermina y su difunto marido (Angel Briz)

La señora Fermina ve muertos. Ha comenzado a verlos ahora, a la vejez, a sus 86 años bien llevados, cuando pensaba que ya solo le quedaba descansar. Pero los muertos tienen otros planes, y han decidido no darle tregua, aunque ella preferiría hacer lo que hacemos todos, tenerlos presente solo en estas fechas, cuando nuestros difuntos parecen estar más cerca de nosotros.

Fermina tiene los achaques propios de la edad, pero conserva bien puesta la cabeza y los nervios. Sobre todo desde que el año pasado comenzó a verlos. Primero fueron sus propios familiares, pero poco a poco los espectros de muertos desconocidos comenzaron a asediar su casa y su calle, bajando en riadas desde el cementerio, agolpados en las ventanas. Vigilantes, siempre vigilantes, pero silenciosos, como una marea muda que, sin embargo, ansiaba hacerse entender.

Todo empezó en diciembre de 2014. La señora Fermina se encontraba en su casa de Feria, un bonito pueblo pacense que se derrama en forma de lagarto rojiblanco a los pies del imponente castillo del ducado.

Fermina me cuenta con brillo en los ojos lo contenta que se puso cuando vio a su hermana salir por el pasillo y detenerse en el portón de la casa.

-        “Me dio mucha alegria de verla, ¿sabe usted?

-       ¿Y eso porqué? – Le pregunto, intrigada.

-       Porque estaba muerta – responde con una tranquilidad pasmosa.

-       ¿Y la vio usted ahí mismo? – Le pregunto mientras miró de reojo el portón de la casa, a un metro escaso de donde me encuentro tomando notas- ¿Y la vio bien?

-       ¡Toma, Claro! – se ofende Fermina- ¡Tan bien como la estoy viendo ahora, que está ahí, sentá desde esta mañana junto a otra difunta  a la que no conozco!.

 A Fermina el fantasma de su hermana no le incomoda, porque se le aparece tal y como era, “sin darme miedo ni ná” y también porque Fermina ya estaba avisada. Cuando su hermana vivía era viuda, y estaba sola, y cuando Fermina, que la visitaba asiduamente, llegaba tarde, ella la amenazaba, medio en serio, medio en broma, con aparecerse después de muerta:

-       Fermina, ¿Por qué llegas tan tarde? Pues que sepas que cuando me muera “te voy a salir”…

Y bien que “le sale”… Incluso la acompaña en la ambulancia que la desplaza dos veces por semana hasta el hospital de Badajoz, donde le realizan sus diálisis periódicas. Cuando Fermina entra en la ambulancia ya está allí su hermana esperándola. Sentada.  Y a veces, el fantasma llora. Y le enseña un papel blanco con letras azules, pero como Fermina no sabe leer, sigue sin saber que quiere decirle su hermana, y la pena la embarga.

Fermina Ramirez (Angel Briz)

Unos meses más tarde, en marzo de este año, murió su marido. Pero eso no significó que la señora Fermina dejase de verlo.

A veces lo ve como si estuviera vivo, otras veces ve su rostro flotando sobre su cama “en una especie de corona, negra como las plumas de los cuervos negros”, y a veces incluso le tira de las sabanas de la cama. Otras veces mueve la boca como diciéndole algo, pero ella no puede escucharle. Y a veces, también  llora.

Pero Fermina no está sola en esta experiencia. Otras mujeres de la familia tienen extrañas vías de comunicación con el mas allá. Su nieta ve presencias extrañas en su casa que la avisan de desgracias en su familia, y su hija, que también se llama Fermina, tiene el extraño don de saber si una persona va a morir pronto. No se equivoca nunca, y vive asustada por verlo en alguien cercano. Ella también ha notado la presencia de su difunto padre en la casa. Lo escucha suspirar y a veces incluso ha notado como le tiran del cabello.

 Pero al fin y al cabo, la hermana y el marido de Fermina son de la familia, y no molestan demasiado. Lo peor vino después.

“Un día- me cuenta Fermina-  estaba yo sentada a la puerta de la casa para tomar el fresco, que es como nos ponemos ya de que se quita el sol, cuando de repente vi bajar del cementerio una camá de personas, la calle abajo.

-       ¿Y como vienen Fermina?- Le pregunto asombrada.

-       Pues unos varios vienen vestidos con una especie de bata lila, y otras varias vienen con pañuelos y vestidos negros hasta el suelo…

Fermina está cansada de ese río de muertos silentes. Quiere ayudarlos, pero no sabe cómo.

-Y les digo “hijos míos, pero decidme lo que queréis de mí, si misas, si velas, si dar limosnas, si ir al santo… lo que sea”… Pero es que abren la boca y yo no sé lo que dicen, no puedo oírlos… – Me confiesa con la mirada triste.

El pueblo de Feria visto desde el castillo (Angel Briz)

La señora Fermina reza todas las noches a las Animas Benditas. Dos veces. Una por su marido, y otra “ellos”.

Ellos, los muertos anónimos que se suben a los pisos de las casas. Se meten dentro de las casas que dan a la suya y se asoman, están siempre asomados por las ventanas, tranquilos, sosegados, quietos… “y en cuantito que yo me siento, vienen ya todos. Y hasta las tres de la mañana están ahí”.

A las tres de la mañana, como si se produjese un ensalmo, los difuntos desaparecen y Fermina descansa, pero sólo hasta la mañana siguiente.

Y Fermina ya está cansada. Está cansada de que los muertos la observen, silenciosos, desde las ventanas y los espejos. Cansada de verlos encaramados y atentos siguiéndole sus pasos. Quiere que se vayan, que la dejen tranquila en su casita blanca, que no le hablen más con palabras mudas, que no le hagan señas que no entiende, que descansen en paz los difuntos y ella.

-       “Si al menos  me dijesen que es lo que quieren…- musita Fermina con los ojos llorosos- Pero siguen aquí, detrás de ustedes, mirándome desde la ventana, desde todas las ventanas, en todas las ventanas…

 

Con un escalofrío recorriendo nuestra espina dorsal, recogemos libretas, cámaras y grabadoras  y abandonamos las  empinadas calles de Feria. Volvemos taciturnos a casa y dejamos a Fermina con su pena y con sus muertos. Con todos sus muertos.


Las brujas invisibles

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Ya hemos contado en  otras ocasiones que Extremadura es tierra de Brujas. Y entre los numerosos dones que poseen las brujas extremeñas se encuentra la facultad de volar, la de transportar a alguien por los aires, la de transformarse en todo tipo de animales  e incluso buscado y misterioso don de la invisibilidad.

 De los primeros hablaremos en otra ocasión, pero hoy vamos a centrarnos en las brujas invisibles, que aunque poco vistas (perdonen el chiste fácil) son bien conocidas en toda nuestra tierra.

En Burguillo del Cerros, bella localidad templaria con castillo con tesoro incluido se encuentra la Cañada de las Brujas, en la dehesa boyal. Y es que según nos contaba a principios del siglo XX Antonio Machado,  padre del afamado poeta, la población no solo creía en la existencia de las brujas, sino que hasta se sospechaba enterada de sus costumbres, “pues mil veces he oído a personas decir que las brujas son mujeres que tienen la propiedad de hacerse invisibles mediante amuletos y brebajes que confeccionan al efecto”. Para elaborar estas pócimas de invisibilidad las brujas  acudían a los cementerios a extraer de los huesos de los cadáveres y los tuétanos de los difuntos.

Más difícil, pero también menos escatológico, lo tenían aquellas brujas que decidían hacerse invisibles gracias a la flor del helecho macho. Esta simiente sirve para infinidad de hechicerías, aunque quizás la más curiosa sea la potestad de la flor de helecho macho para hacer invisible a su propietario.

El helecho crece en lugares sombríos, en barrancos y en bosques húmedos, y abunda en determinadas zonas de Extremadura, dando incluso nombre a poblaciones como Helechal, en la comarca de La Serena, o Helechosa de los Montes, en la comarca de la Siberia.

Se afirma que la víspera de San Juan, mientras suenan las campanadas de la medianoche, florece y grana el helecho, y si nadie no se haya allí en ese mismo momento, la simiente cae y se pierde.

Helechos en Castañar de Ibor (Jimber)

Por eso, brujas como La Chacona, vecina de Valle de Matamoros y natural de Jerez de los Caballeros, buscaba las helecheras  del pueblo la víspera de San Juan, pertrechada con un poco de agua bendita, con la que mojaba los granos de helecho. A  medianoche volvía recoger el fruto, que después habría que bautizar en una iglesia al mismo tiempo que el cura bautizaba a una criatura real. Después, los granos se ponían en el ara del altar, sin que nadie lo advirtiese, y había que dejarlos bajo el mantel para el cura dijese una misa entera sobre ellos, porque de no ser así perderían sus virtudes y lo que es peor, el diablo se llevaría los granos.

Una vez terminada la misa había que recoger los granos de helechos y ponérselos en la cabeza para que sobre ellos se dijesen tres evangelios durante tres domingos seguidos, con la complicación añadida de que todos estos rituales tenían que hacerse sin que se enterase el sacerdote, que por supuesto solía ser reacio a facilitar medios a las brujas para que cometiesen sus fechorías.

La bruja veleta de Burguillos del Cerro (Angel Briz)

Pero volviendo a  las brujas de Burguillos del Cerro, aunque invisibles, hablaban, y se conocía por el metal de su voz que eran mujeres. Se aparecían a aquellos a quienes tenían ojeriza por haberle sido infieles, o a aquellos que no aceptaron sus ofertas de cariño, “y hasta cuentan como cosa vista que en el molino del puerto estaba una noche un molinero asando un trozo de longaniza y una bruja lo molestaba con continuos gritos, sustos, contusiones y reproches de ingratitud, y que estando sacando del asador la longaniza habló la bruja a su lado”. El molinero le tiro un golpe con el asador y logró darle en la cara a la invisible bruja, que desapareció con un alarido.

El pueblo, siempre hábil para hilar fino, enlazó rápidamente este hecho con una mujer de la localidad que tenía una cicatriz en la cara, a la que comenzaron a llamar bruja y de la que decían que era  la que se apareció al molinero.

Pero no sólo en el sur campan las brujas etéreas a sus anchas. Medio siglo más tarde y en el norte de Extremadura, las brujas incorpóreas también hacían de las suyas.

Una apacible tarde, en la alquería hurdana de Asegur, Araceli Azabal Iglesias me contaba cómo se enfrentó en su juventud a unas brujas invisibles que quisieron echarla de su casa.

Araceli Azabal, de la alquería hurdana de Asegur, se enfrento a brujas invisibles (Angel Briz)

Algunas noches me quedaba yo sola en casa, mire usted. Teníamos unas casita de madera de castaño con dos plantas, abajo la bodega y la cama, y arriba la cocina, y las brujas subían y bajaban las escaleras y traca que traca, traca que traca… Y no sabe usted el miedo que pasaba yo…Que hasta me jaleaban la almohada de hojas de maíz que yo tenía, y sonaba y sonaba… Y yo con un miedo… Una noche tuve tanto miedo que tuve que irme a casa de mi suegra, aunque todavía no estaba casada con su hijo, que estábamos de novios, y me dijo que esas eran las brujas, y que no tenía que salir de casa. Así que al día siguiente volví a mi casa. Pero esa siguiente noche también volvieron las brujas, y fue una cosa terrible, porque se las escuchaba como si hubiera una pareja bailando el pasodoble en la planta de arriba”.

Aterrorizada, Araceli volvió a casa de su suegra, que le aconsejó  que bajo ningún concepto abandonase su vivienda dejándola a merced de las brujas, pero que para protegerse, durmiese con un cuchillo debajo de la almohada.  Y mano de santo, oiga, porque desde que metió el cuchillo en la cama las brujas, que aunque invisibles no eran ciegas ni tontas, no volvieron a molestar a la pobre Araceli.

 

La huerta encantada del Abrilongo: El refugio de los seres mágicos

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Ilustración: Borja González Hoyos

Todo empezó hace cuatro años. O quizás miles. Pero lo cierto es que fue en el 2010 cuando un joven diseñador extremeño reconvertido en hortelano  decide abrir un pozo en su huerta ecológica. Y al excavar, descubre algo que no estaba previsto y que, al parecer, desencadena una serie de extraños acontecimientos.

En el subsuelo, a unos dos metros de profundidad, aparece  un manantial de agua pura y cristalina, y sobre él, en la roca madre, una piedra calcolítica con una serie de extrañas cazoletas grabadas en su superficie. Sobre ella, en los estratos superiores, restos de tejas romanas y de un suelo de pizarra, posibles restos de antiguos  cultos anteriores y que hoy se han perdido en las aguas del tiempo.

Javier Piris no es un hortelano cualquiera. Es un diseñador informático extremeño  afincado en Escocia  al que un buen día el destino (en forma de enfermedad de su padre) empujó a desertar de los ordenadores y volver a dar vida a la huerta del Abrilongo, una parcela de tierra que sus ancestros poseían en la localidad rayana de La Codosera.

 Y precisamente La Codosera no es tampoco un lugar cualquiera. Esta localidad liminal y fronteriza es conocida por sus apariciones marianas (la virgen de Chandavila), sus casas encantadas y por la cantidad de ermitas y de fuentes asentadas en el término municipal, un espacio singular de  culto que ya se manifestaba en la Edad de Bronce, como avala la magnífica  tapa de incensario de la Edad del Bronce aparecida en sus tierras y conservada ahora en Museo Arqueológico de Badajoz.

La sacralización de estos lugares continúa en época romana, pues hay historiadores que sitúan aquí el poblado de As Septem Ara, o Siete Altares.

La huerta del Abrilongo (Ángel Briz)

Una extraña niebla brillante y una misteriosa tonada femenina

Y quizás uno de estos siete altares fuese el que descubrió accidentalmente Javier, porque desde la aparición del manantial y de los misteriosos restos arqueológicos que lo cubren comienzan a sucederse una serie de hechos inexplicables.

El verano toca a su fin y ya se intuye el otoño del 2011.  Javier lleva algo más de  dos horas trabajando con las zanahorias mientras una extraña y hermosa melodía se repite insistentemente en su cabeza.

El sol comienza a decaer, y los límites se difuminan. Javier decide irse. Ha sido una tarde provechosa. Sube una pequeña loma y llega hasta la pequeña casa de estilo alentejano que preside el terreno. Javier se detiene y algo le hace volverse. Está atardeciendo,  (y ya sabemos que el ocaso y el amanecer son momentos claves en el mundo de las hadas y los daimones. Son momentos liminares, cuando las fronteras entre los dos mundos se hacen mínimas) y Javier observa una niebla que brilla, que deslumbra. Era una niebla tan extraña que Javier, años después, sigue sin darle una explicación: “yo me he criado en el campo y nunca he visto esa niebla…”, me apuntaba sorprendido.

En ese momento Javier se da cuenta de algo sorprendente: La tonada que pensaba que llevaba toda la tarde tarareando no estaba en su cabeza. Viene de fuera. De la niebla. “Me doy cuenta de que era una voz de mujer. Una melancólica canción sin palabras definidas ni música. Se escuchaba muy bajito al principio. Solo la voz,  sin acompañamiento. Venía de la niebla…”. Mientras Javier recuerda para mí aquellos momentos, yo recuerdo las palabras de ciertos investigadores del mundo feérico: “Una vez que el oído humano capta la música hechicera de las hadas, esta música permanece siempre en su mente, aunque resulta imposible recordar la melodía o las palabras”.

Javier no se lo piensa y da media vuelta, decidió a internarse en la niebla y buscar el origen de la misteriosa tonada. Pero al llegar a la huerta (apenas unos metros) la niebla se ha disuelto como por arte de magia, llevándose consigo los ecos de la extraña melodía.

La casa de la huerta del Abrilongo (Ángel Briz)

El neozelandes que no tenía miedo

Los años pasan y llega un nuevo verano. Es 2014 y una pareja australiana de Nueva Zelanda, Simon y Hanna, se encuentran trabajando de voluntarios en la huerta del Abrilongo. Un reencuentro con la madre tierra a cambio de comida y alojamiento.

De nuevo todo ocurre al atardecer, en esa frontera entre la luz y la oscuridad en la que todo es posible y en la que los espíritus, los seres legendarios, los dioses y los daimones se manifiestan con tanta asiduidad. Simon ha bajado a la huerta para coger algunas verduras para la cena, cuando de repente  escucha, cerca de una higuera, la risa de una mujer joven. Al volverse, contempla sorprendido como las tomateras se estremecen como si alguien se estuviese ocultando entre ellas. Piensa que puede ser Hanna gastándole una broma, pero acaba de dejarla en la casa preparando la cena, y es además es  imposible que una mujer pueda ocultase en las pequeñas tomateras. De pronto, Simon se percata de que la atmósfera está enrarecida, y de que una campana de irrealidad cubre la huerta del Abrilongo.

Simon, el enorme australiano, observa que la oscuridad se va adueñando de la huerta y decide subir a la casa para comprobar si su mujer se encuentra allí. Y allí la encuentra, cocinando, por lo que,  aún extrañado, decide contarle la extraña experiencia. La ventana está abierta, y ambos escuchan de repente  unos pasos que se acercan. Pero la casa y la huerta están en medio del campo. Nadie tiene porqué estar allí.  Justo en ese momento, el contador de la luz salta y  los australianos quedan a oscuras. Pero Simon no se amilana fácilmente. Sus dos metros lo avalan. Decide iluminarse con el resplandor del móvil, pero en ese momento la batería, que estaba completa, se vacía de repente. Simon no se asusta y sale a la oscuridad, iluminada tan solo por la luna. Rodea la casa. No hay nadie. Vuelve a entrar en la pequeña vivienda y tranquiliza a Hanna. No hay nadie fuera. No pasa nada. Pero sí pasa. En el momento en que ambos se están riendo de sus recientes miedos, todos los platos caen al suelo entre un terrible estrépito… ¿Duendes traviesos? ¿Hadas juguetonas? Simon y Hanna nunca lo averiguaron, y aún hoy, en la lejana Australia, deben recordar su encuentro con la magia en un rincón escondido de Extremadura.

Los alrededores de La Codosera son realmente mágicos (Jimber)

Alex, el inglés que se perdió en la negrura

Lo cierto es que ellos no fueron los únicos ni los últimos moradores de la huerta del Abrilongo que han tenido extrañas experiencias en los últimos años.

Incluso este mes de agosto, según comenta Javier, había dos parejas de voluntarios en la huerta, y cada pareja ha tenido extrañas experiencias…

 “Como con casi todos los voluntarios, antes de irse les cuento un poco que han estado en un sitio especial (no se lo cuento antes para que no anden asustados), y a una de las parejas, al contarles que la aparición de Chandavila era en principio como una sombra negra, se sobresaltaron un poco.  Me contaron que una noche bajaron a la huerta, y estando cerca del río vieron en la otra orilla algo parecido a  la sombra de una persona quieta mirándolos. No se movía y  tenía los bordes borrosos. No diferenciaban si era una persona o qué era. En ese momento pensaron que era un extraño que les estaba observando, y que su vista les estaba jugando una mala pasada, así que se asustaron y se fueron a la casa”.

La otra pareja de voluntarios eran dos amigos ingleses que la noche antes de irse de la finca fueron a cenar en bicicleta al caserío de La Tojera. Al volver, Alex, que iba delante, entró de repente en una extraña negrura.  No veía nada a su alrededor. Y el amigo que iba detrás decía que era como si de repente hubiera desaparecido.  La extraña experiencia solo duró un instante, pero la sensación de irrealidad de ese momento tardarán mucho tiempo en olvidarla.

El manantial descubierto por Javier en su huerta (A. Briz)

¿Dónde está el país de las hadas?

Y es que algo o alguien invisible parece haber decidido habitar la huerta y el río ahora que el hombre ha vuelto a unirse a la naturaleza. O quizás siempre estuvieron ahí y no podíamos oírlos…

O quizás el descubrimiento del manantial y las antiguas diosas de las aguas tengan mucho que ver. Porque aguas y fuentes es precisamente lo que le sobra a la zona donde se encuentra esta huerta , en la orilla del Abrilongo, una arroyo que salta cantarín a la sombra de grandes árboles, un riachuelo transparente que conserva la esencia de los antiguos cauces encantados, un agua sagrada que se convierte en frontera de países. En una orilla, la huerta extremeña. En  la otra, a dos metros escasos, Portugal.

Y es esa agua a la que se ha rendido culto en la península Ibérica desde el principio de los tiempos.  Y como bien afirma entre otros el profesor Luis Alonso Rubio, en las religiones primitivas de la Península, las fuentes se identifican con el lugar donde, por lo general, habitan seres beneficiosos, preferentemente femeninos, que alcanzan incluso la categoría de deidades.

Para el mundo romano, las fuentes eran el lugar de residencia de ninfas y náyades, mientras que con la llegada del cristianismo, y ante la imposibilidad de la Iglesia de erradicar del todo estas creencias tan arraigadas entre la población, las fuentes se consagran a personajes del santoral, curiosamente, y en la mayoría de los casos, a la Virgen María.

Mientras, la tradición popular coloca en las fuentes a seres fabulosos tales como damas encantadas, hadas o moras cuidadoras de fabulosos tesoros, que no dejan de ser las sucesoras reconvertidas de las primeras divinidades paganas.

Tapa de Incensario del siglo IV a.C. hallado en La Codosera (A. Briz)

Las antiguas diosas han vuelto

La zona de la Codosera permite descubrir todavía algunos elementos que denotan la existencia de estos cultos a las aguas en tiempo pasado e, incluso, su pervivencia en la actualidad.

Una de las inscripciones más antiguas que se conservan en la comarca es la aparecida en la Ribeira da Venda (Arronches), casualmente a tan solo unos 15 kilómetros de la huerta del Abrilongo. Es del siglo I a.C., y recoge uno de los pocos textos conocidos en lengua lusitana. Se trata de una ofrenda múltiple de animales a  divinidades indígenas, algunas de ellas relacionadas con el mundo acuático, como Brieniae, o Broenia.

 

Piedra grabada con cazoletas aparecida sobre el manantial (Javier Piris)

El enigma de las cazoletas grabadas

La devoción a esta diosa  prerromana a pocos kilómetros quizás explicarían la aparición de la extraña piedra con cazoletas encima del manantial. Algunos Otros investigadores afirman que pueden ser recipientes horadados para realizar libaciones y ungüentos, y hay quien afirma que incluso, al ser las cazoletas rellenadas de agua, reflejarían mágicamente la posición de ciertas estrellas en noches especiales como los solsticios.

Como antropólogo y arqueólogo, el teósofo Roso de Luna relaciona las cazoletas con la escritura ogmica y con los templos: “No sé por qué suerte de afinidad parecen constituir los templos un núcleo de atracción de las piedras con cazoletas. Casi todas las que hemos visto se hallan en los atrios de las iglesias y en los poyos de sus portadas. Otras, no obstante (…) están grabadas en la viva roca”.

Estas cazoletas estarían, según estas ideas,  sacralizando un manantial como zona mágica y de culto, un lugar que posteriormente la civilización romana pudo utilizar igualmente como lugar de ofrenda a los dioses. Los dioses del agua.

Altar levantado en la Codosera a la virgen, a algunos santos... ¡Y a dos gnomos! (A. Briz)

Recuperando los antiguos ritos mágicos

Y es que este culto a las aguas, lejos de olvidarse, se ha perpetuado, aunque disfrazado con los ropajes del cristianismo.

Así, la religiosidad popular atribuye poderes curativos a las aguas de determinados pozos y fuentes, como ocurre en el caso del cercano paraje de de “Chandavila”, donde la aparición de una extraña mujer vestida de negro a unas niñas se relación inmediatamente con la virgen de los Dolores, lo que hizo que se erigiese un santuario que ha día de hoy sigue acogiendo a peregrinos y creyentes que aspiran a beber su milagrosa agua.

Un santuario en el que el viajero, si decide olvidar el gran santuario y adentrarse en el agreste monte, encontrará una pequeña capillita levantada en el lugar exacto  en el que tuvo lugar la primer aparición. Una capilla en la que, como en una extraña religión sincretista, se une el culto a la virgen, a  Jesucristo, a los ángeles, a santos antiguos y santas modernas… y a duendes.

 En otras ocasiones, las fuentes juegan un papel protagonista en la celebración de ritos como los de la noche de San Juan, pervivencia de cultos paganos coincidentes con la celebración del solsticio de verano. Así, hasta hace no muchos años, algunas fuentes como la “Fuente Arriba”, al llegar la víspera de San Juan eran limpiadas, blanqueadas y engalanadas con flores.

Al llegar la noche, en torno a ellas se celebraban reuniones de vecinos que allí acudían a recoger la denominada “agua de San Juan”, a la que se le atribuían facultades curativas y protectoras. Javier decidió hace unos años recuperar en la huerta del Abrilongo los ritos sanjuaniegos en la noche del 23 de junio, tal y como hacían sus antepasados.

Y los dioses (y las antiguas diosas), por lo que se ve,  respondieron.

 

 

 

 

 

Centauros en Extremadura: galopando en las montañas

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Todo el mundo conoce a los centauros, pero pocos saben que sus cascos retumbaron en los valles y sierras del norte de Extremadura, donde aún se les recuerda. Es más: somos de los pocos territorios en los que las imponentes centaúrides camparon a sus anchas, y aún se les canta y se les recita y hasta se les levantan estatuas y se les consagran días. ¿No lo creen? Pues pasen y lean…

El centauro, como bien saben, es una criatura con la cabeza, los brazos y el torso de un humano y el cuerpo y las patas de un caballo. Lo heredamos de la mitología grecoromana, y sus versiones femeninas (que son las que más abundan en Extremadura) reciben el nombre de centáurides. El retórico griego Filóstrato el Viejo nos habla de estos seres zoomorfos femeninos en términos leogiosos:

“Qué hermosas son las centáurides, aunque tengan cuerpo de yegua; porque algunas crecen de yeguas blancas, otras de yeguas castañas, y el pelaje de otras es manchado, pero todas brillan como las yeguas bien cuidadas”.

Varios autores romanos recogen la leyenda de que en un monte sagrado de  Lusitania, el viento fecundaba a las yeguas. Ese monte, en opinión de Silio Itálico, se localiza en tierra de Vettones, patria de uno de nuestros mitos señeros: la Serrana de la Vera.

Muchos ignoran que la leyenda de la Serrana, en el principio de sus tiempos, no contaba la historia  de  una bella joven seducida y engañada (esta imagen se construye después), sino que habla de un ser monstruoso de doble naturaleza, humana y animal, que habita en una cueva en la montaña.

De hecho, ya en el siglo XVIII el párroco de Piornal, don Pedro Vicente de Thegeda, recoge esa leyenda en la correspondencia al geógrafo Tomas López el 1 de septiembre de 1786:

Ay una cueva, según tradición, que una bestia medio mujer de el medio cuerpo arriba y del medio cuerpo abajo, de bestia igual, habitaba en el verano, de tanta fortaleza que tiraba a la Barra con una piedra que pesa más de 100 arrobas  y ella misma se precipitó por no ser cogida; está la cueva a poniente, distante del pueblo 3 quartos de legua y para el yvierno tenía otra cueva para habitar, llamado el puerto de la Serrana”.

De hecho,  es un ser mítico en cuanto a que es mitad persona y mitad animal :

 “De la cintura parriba de persona humana era

De la cintura pabajo era estatura de yegua”

"Que mi padre era pastor y mi madre era una yegua" (Jimber)

Pero si hacemos caso a los romances más antiguos, la Serrana es un ser de tamaño y constitución sobrehumanos, con cabeza y busto de mujer pero patas de yegua.

Esto de tener pezuñas bajo las largas faldas no puede dejar de recordarnos a las lamias castúas y a las “patas de cabra que hasta hace bien poco atemorizaban (oh, sorpresa) a los cabreros y habitantes de esta misma comarca.

También es curioso, cuando menos, que ya en el Libro de las maravillas del Mundo des Juan de Mandeville (o Mandavila) de 1540 se  nos hable de unas peculiares mujeres, vestidas con largas faldas, que ocultan sus patas de asno, que atraen a los varones a la Isla de los Espejismos donde, después de emborracharlos y yacer con ellos, los degüellan mientras duermen y se los comen, lo que explica que en el suelo de la isla este plagado de calaveras y huesos.

Exactamente lo mismo que hacen las serranas extremeñas con los jóvenes que consiguen atrapar en su cueva.

- Bebe serranito bebe,   agua de esa calavera,

 que puede ser que algún día   otro de la tuya beba.

De hecho, no solamente actúa así la Serrana , sino que si pasamos “achancando” a la comarca vecina de Las Hurdes nos encontramos a la temida  Chancalaera, una mujerona engendrada por un pastor gigante que tenía a su servicio el rey “Batueco”. El pastor tuvo relaciones amorosas con una cierva (otros dicen que con una yegua), y de ahí nació La Chancalaera, un origen que comparte con la Serrana , quien en sus romances más antiguos confiesa que su padre era un pastor y su madre era una yegua.

El investigador hurdanófilo Félix Barroso recoge un romance de la comarca en el que se da buena cuenta de estos datos:

-¿De quién son tos esos huesos

que brillan junto a la hoguera?

-De hombres que yo he matado

por estas espesas sierras.

que tengo una maldición

y cien años de condena,

que mi padre era un pastor

y mi madre era una yegua,

y todo el que ve el mi rostro

tiene que morir por fuerza.

Si seguimos achacando unas montañas más llegamos al  Valle del Jerte , donde la Serrana se convierte en yegua por completo y cuando quiere, debido a una maldición que recoge el antropólogo Flores del Manzano de boca de L.G. , de la localidad de Cabrero, en el Valle del Jerte, quien afirmaba que su abuelo le contaba

 “…que La Serrana era una mujer de por aquí. Tenía un novio que no agradaba a sus padres, pero ella no hacía mucho caso. Una noche los sorprendieron y el padre la echó de casa y al salir la maldijo, por eso la serrana un día se convertía en juna culebra grande, otras veces se hacia una yegua, y cuando le convenía, se convertía en una doncella”.

Centauro en el British Museum (Ángel Briz)

Pero no solo de centaúrides vive el norte de Extremadura. Cuentan los extremeños del norte que habitaba por la zona de un ser gigante mitad caballo, mitad hombre, que  se entretenían en raptar doncellas  para gozarlas en su gruta, una cueva en la que nadie osaba penetrar en ella por el miedo que imponía el monstruo.

Cuentan que en una ocasión  desapareció inexplicablemente una joven hermosísima y muy querida por todos, y pensaron que el centauro la había cogido. Entonces se organizo una expedición de jóvenes valientes y arriesgados que se introdujo en la cueva.  Allí encontraron el esqueleto del monstruo, sobre un lecho de escobones, helechos y ramajos, pero no hallaron el menor indicio de la bella moza desaparecida.

Y así. con el tiempo, nos quedamos en estas tierras  huerfános de centauros, serranas y chancalaeras, aunque algunos afirmen que en las noches de luna, si se presta atención y el agua corre quieta, puede escucharse  el galopar lejano de los seres que habitaron, hace ya mucho tiempo, en las cuevas agrestes de nuestras sierras vígenes.

 

 

El sepulcro megalítico de Huerta Montero: La magia de los Muertos en el solsticio de invierno.

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Ilustración: Borja González Hoyos

Amanece el 21 de diciembre en las afueras de Almendralejo. Las nieblas que envuelven a  la Vega de Harnina como un sudario blanco comienzan a deshilacharse. Allá, a los lejos, en el horizonte de Almendralejo, el sol de invierno intenta rasgar los jirones niebla con sus rayos dorados. Apenas lo consigue.
Por fin, la luz cobra fuerza. Los rayos del sol penetran en un corredor oculto en la colina. Lleva más de cuatro milenios intentando volver a hacerlo, año tras año.  La luz avanza por el corredor de piedra y desemboca en la cámara circular donde reposan los huesos de los antepasados. La luz del sol les da de nuevo en los ojos sin cuenca. El dios del sol acaricia, un solsticio de invierno más, a nuestros antepasados de la Edad del Cobre.
Unos antepasados que rezaron aquí hace 4650 años, y  los que se enterró aquí colectivamente durante cerca de un milenio. En total, reposan en su mágico suelo  109 individuos entre niños y adultos, de una edad máxima de 23 años, algunos de ellos en posición fetal.
En un segundo momento, hace unos 4.000 años, alguien coloca los huesos de otras 34 personas al fondo del sepulcro, formando una media luna en la que los huesos más grandes se centran y los más pequeños ocupan las esquinas. La edad media de los difuntos ha bajado hasta los  21 años. Los arqueólogos afirman que la reorganización de los huesos en forma de media luna pudo deberse a una ofrenda ritual en el momento de clausurar la tumba. Bonito gesto de despedida…
Los objetos personales que se encuentran en el sepulcro como parte de los ajuares funerarios  incluyen colmillos de jabalí, conchas marinas, ídolos placa y un silbato realizado en hueso de buitre decorado con forma humana. También se han encontrado ídolos falange, utilizados seguramente como amuletos que acompañaron a los difuntos en el tránsito hacia la otra vida.

Sepulcro de Huerta Montero (Ángel Briz)

Y es que para nuestros ancestros la tumba no solo es considerada un lugar de enterramiento… es el lugar donde moran los antepasados, donde rendir culto a aquellos que ya se fueron, a los que emprendieron antes que ellos el camino incierto hacia el Más Allá, a Aquellos que, por vivir en la Muerte, pueden ser mediadores entre los vivos y los dioses, pueden interceder por las súplicas de sus descendientes, pueden aplacar la ira de los que Todo lo Pueden.
De ahí la orientación de la tumba,  proyectada para que el sol penetre a través del corredor en la cámara el día más corto del año, para poder celebrar  una ceremonia que ofrendara la luz del nuevo sol a sus difuntos.
Pero la entrada de la vida se cerró a cal y canto, y la Casa de los Muertos se camufló en el paisaje de la Huerta Montero, y tuvieron que pasar cuatro milenios hasta que nuestros difuntos volvieron a sentir la caricia del sol en sus huesos. Fue concretamente en el año 1988, cuando un agricultor descubrió, accidentalmente, que su colina estaba hueca…

Poblado del Cabezo de San Marcos (Ángel Briz)

Nuestros antepasados vivían cerca de donde fueron enterrados, en un poblado fortificado con varias líneas de muralla en el “Cabezo de San Marcos” y con una aldea a sus pies. Entre el poblado y el sepulcro es fácil descubrir vestigios mágicos de un lugar señalado ya por nuestros ancestros.

Las pulideras de San Marcos (Ángel Briz)

En algunas rocas cercanas a la Ermita de San Marcos todavía pueden reconocerse perfectamente Las Pulideras,  un tipo de grabados en la roca muy parecidos a las cazoletas. Son una serie de oquedades utilitarias, que se han localizado en superficies horizontales y que generalmente se han interpretado como talleres para el pulimento de instrumentos líticos.

Justo por encima de estas piedras grabadas se encontraba la Fuente Santa, ya perdida, un manantial de orígenes de remotos del que todo el mundo bebía en las romerías. El agua caía en un receptáculo “muy antiguo” que una vez colmado corría entre los riscos,  cuesta abajo, y en cascada caía a la  pradera formando una gran charca.

La piedra resbaladiza (Angel Briz)

Cerca, muy cerca, dentro de los límites de lo que es ahora el Club Privado San Marcos, se encuentra otro elemento lítico ritual:  “La piedra resbaliza”. Estas piedras pulimentadas aparecen con frecuencia asociadadas siempre a cuevas o abrigos con arte rupestre del Calcolíto, y en este caso no es una excepción.  La piedra pulida por el uso durante cientos de generaciones, se utiliza ahora como entretenimiento, pero formó parte de un ritual de fertilidad por el que la piedra (elemento masculino) fecunda a la mujer que se desliza por ella.

La cueva del moro (Ángel Briz)

Y a un tiro de piedra (nunca mejor dicho) nos encontramos con la cueva del moro. Las leyendas hablan del lugar donde los moros enterraron sus tesoros antes de huir ante la reconquista, incluso de un moro que allí se escondió durante cierto tiempo, pero las pequeñas  medidas del habitáculo desmienten estas  leyenda,  y dan algo más de verosimilitud a las que afirman que se llama así por su antigüedad, o como se dice en Extremadura, “del tiempo de los moros”…
Lo cierto es que la acumulación de rocas que forman la covacha es realmente antigua. Y testigos mudos de los milenios son las silenciosas cazoletas que aparecen granadas en el fondo de la covacha. Para el arqueólogo Francisco Blasco, responsable de las excavaciones, todo tiene su espíritu, especialmente para nuestros antepasados. Las cazoletasrepresentan a los difuntos y a los espíritus, o a divinidades menores, y la “cueva del moro” es un templo para rendir culto a los dioses o a los difuntos.
Sepulcros, fuentes, templos y piedras, ritos milenarios que aún hoy nos llaman a gritos desde el pasado ancestral de sus silencios.

Campanas sobrenaturales

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Ahora que se acercan las campanadas más esperadas del año vienen a mi memoria esas otras campanas  misteriosas que, a lo largo de los siglos, causaron pavor y asombro en estas tierras extremeñas.

 Las campanas hablan y gritan y susurran sobre agonías, defunciones, ánimas, y partos, y alertan y avisan sobre  tormentas, granizos y tempestades, guerras y fiestas… De hecho, existía en Extremadura una exhaustiva reglamentación  sobre el tañer de las campanas, cuyos toques tanto religiosos como civiles están estrictamente regulados.

Como afirma el antropólogo Javier Marcos Arévalo  “cada cosa o cada día señalado tenía sus específicos toques, según la clase y la festividad, en invierno y en verano…”.

Las campanas han marcado  durante siglos los tiempos y las horas de los pueblos europeos. Ya en el siglo XVIII Juan Solano de Figueroa y Altamiranodescribía con atención la importancia de las campanas en Extremadura, símbolo cristiano cuya importancia nos la da su propia consagración y el hecho de que a muchas se las designe con nombres propios. De hecho,  el tañido de las campanas es una fuerza destructoras de las tormentas, pero solo desde el instante en que se consideran incluidas dentro de la esfera de lo sagrado tienen el poder de “alejar la truena”, ya que  «si la campana no está bautizá se toca de balde, no aprovecha».

 Es lo mismo que pensaba en el siglo XVI el jesuita Martín del Río, quien  creía que esta virtud de las campanas no se debía ni a su forma ni a su composición, sino al hecho de estar consagradas.

El ritual prescrito por la Iglesia para conjurar este tipo de tormentas lo describe Pedro Ciruelo en el mismo siglo. Decía Ciruelo que las campanas tañesen y los curas conjuradores se vistiesen con sus estolas y con candelas encendidas y que pusieran en el altar un misal, abierto por las páginas del «Te Igitur» del Evangelio. Si había alguna reliquia, ésta se colocaba sobre el altar y a la vez se cantaban diversos salmos, rezándose después la letanía de los santos.

Las campanas conjuran las tormentas (Angel Briz)

Sin embargo ya en el siglo XII comienzan a aparecer grabados en las campanas determinados conjuros contra el granizo, la peste, los rayos y otras calamidades por el estilo. Afirma nuestro admirado escritor Jesus Callejo que era habitual que al menor indicio de tormenta se volteasen para «espantada»: “Así se estuvo haciendo durante siglos y así lo recomendaban hacer algunos prestigiosos hombres de la Iglesia hasta que una sentencia del Tribunal Supremo de 6 de marzo de 1905 prohibió en España «por razones de seguridad» tocar las campanas porque- se creía que el efecto causado era el contrario: se favorecía el desarrollo de estas tormentas”.

 En  La ermita del Cristo del Amparo de Jerte , según nos cuenta el historiador Jose María Domínguez Moreno , hasta no hace muchos años, se ejecutó un curioso ritual coincidiendo con la Cruz de mayo, fecha en la que solían comenzar los tañidos «por los buenos temporales». Al sonar la campana el cura procedía a bendecir los cencerros que allí amontonaban los cabreros, que luego pasarían a ser colgados del cuello de los ganados. «Ninguna cabra con esquila sagrá la mata el rayo. No cae donde ande una cabra con esquila.» . Pero lo más inquietante es que se afirma que poseía la virtud de tocar por sí sola al asomar la tormenta por los altos del cerro de Calamacho y Puerto de Tornavacas.

 Y aquí es donde comienza el miedo. Cuando las campanas comienzan a tocar solas, o movidas por manos invisibles …

Las campanas regulaban las vidas y los tiempos (Jimber)

Rescata  el periodista e investigador  Iker Jimenez la declaración ante el tribunal de la Inquisición de José Alonso Lechón, alguacil mayor de Villafranca de los Barros, que en el siglo XVII escuchó doblar solas las campanas de la ermita de la Coronada.

 “Yendo este testigo el día ventidos de agosto del pasado mil y seiscientos y sesenta y cinco, a cosa de las once de la noche, poco más o menos, en compañía de su merced don Álvaro Gutiérrez Blanco, alcalde ordinario de la villa aquel año, llegando al final de la calle del Aceituno que salía al ejido de la ermita de Nuestra Señora de la Coronada, oyeron que una de las campanas de dicha ermita dio una campanada, y dentro de poco sonó otra campanada, y este testigo y su merced fueron a dicha ermita que está extramuros de la villa. Yendo a dar a ella sonó otra campanada, y habiendo todos juntos llegado vieron que las puertas que tiene estaban cerradas y se comprobó que no había persona alguna en el interior de la ermita… “.

 Aquel tañer fantasmal volvió a producirse, claro y nítido, y tras haber escrutado con paciencia y cierto temor órgano, sacristía y torre los allí presentes se cercioraron definitivamente de que nadie había podido hacer sonar las campanas cuatro veces. Fue entonces cuando se personó en la plazoleta una gran multitud y comenzó a latir con fuerza la palabra “milagro”, un milagro que ha quedado reflejado en una tabla que aún se conserva junto al altar.

En la alquería hurdana de El Gasco el 1 de marzo se escuchan campanas (Angel Briz)

En el norte de Extremadura, en Las Hurdes, y concretamente en la legendaria alquería de El Gasco existe una cueva donde el día del Ángel, el 1 de marzo, suenan unas misteriosas campanas. Y no debe ser mentira la historia, porque hace poco me contaba una anciana del lugar, arrullada por el rumor del agua que corría a los pies del pueblo, que una cuñada suya fue a por chaparro a un cancho de Pico Castillo y oyó tocar la misteriosa esquila…

Y es que lo curioso de estas campanas fantasmales es que a veces dejan de ser leyendas para convertirse en realidades…

Cuando las campanas suenan solas (Angel Briz)

Porque si hay un toque de campanas que pone los pelos de puntas es el toque de difuntos. Y más cuando no existe en los contornos una campana real que produzca el fúnebre sonido…

Una soleada mañana de verano, mientras ascendíamos con el coche las sinuosas curvas hurdanas que nos llevaban a la bella alquería de Aceitunilla, el investigador Félix Barroso me narraba, en primera persona, cómo fue testigo de estas campanadas fantasmales.

Me hallaba un día recogiendo unas antiguas canciones  junto a un hurdano que me estaba cantando el  Romance de la bastarda, un romance medieval que es una maravilla. Cuando llegamos a la estrofa que dice  “¿Por quién doblan las campanas?, ¿Quién se ha muerto? ,¿Quién se ha muerto?”. En ese momento la voz del hombre se apaga por completo y suenan nítidamente campanas doblando a muerto… Lo extraño– me contaba Félix, pensativo- es que ahí, en Martilandrán, no hay iglesia ni ermita ni leche que le dieron”.

Las campanadas fantasmales se grabaron, pero cuando le puso la cinta para que la escuchase, el hurdano le apremió para que le diera la cinta “que la iba a tirar a la lumbre porque habían entrado las mengas (brujas) en su casa”.

En el fondo del rio Ruecas descansa una campana de oro (Jimber)

Pero no desesperen si escuchan campanas y no saben dónde, porque  todavía hoy hay quien continúa buscando la campana de oro que tañía en el castillo árabe que existía, hace mucho tiempo, en el Cerro del Castillejo, en Madrigalejo. Cuenta la leyenda que el señor del castillo desobedeció a los Reyes Católicos, y éstos decretaron destruir el castillo piedra a piedra, y construir con ellas la iglesia del pueblo.

En el traslado de las piedras, la carreta que transportaba la campana de oro volcó, y la campana salió rodando cerro abajo hasta caer en las aguas del río Ruecas, donde por mucho que se buscó y rebuscó, jamás apareció.

Con el tiempo, el lugar pasó a llamarse “la tabla de la campana”, y hoy en día aún hay quien la sigue buscando esperanzado en el fondo del río, y se afirma en voz baja, que si se aguza bien el oído y se introduce la cabeza en el agua, se pueden escuchar sus tañidos entre el nadar sincopado de los peces…

 

 

 

 

 

 

 

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