La niebla amenaza con no irse nunca y borrarlo todo. El cielo, encapotado, descarga incesante una fina lluvia que empapa sin ruido los campos verdes, las ovejas mansas, los caminos de tierra. El viejo cementerio del pueblo cacereño de Talaván da miedo. O al menos, respeto. Allí nos dirigimos, siguiendo los pasos que nuestros intrépidos compañeros Lorenzos (Sergio Lorenzo y Lorenzo Cordero), andaros hace ya años.
Nosotros ya no tuvimos que escalar el muro, porque está caído en una parte, aunque sí nos adentrarnos en una pequeña selva hasta llegar a las ruinas de la ermita de este singular cementerio que lleva abandonado casi un siglo. La Ermita del Santo Cristo fue utilizada como camposanto hasta 1928, quedando abandonada y en proceso de ruina desde entonces.
Primero, un pasillo de nichos desdentados y abiertos, donde reposaron momias milagrosas. Según me cuenta Epifanio, un vecino de Talaván, un mal día una tumba del cementerio apareció abierta, y en el interior, una dama incorrupta que pronto adquirió fama de santa. La Santa del Cementerio recibía a diario peticiones, rezos y encomiendas, hasta que algún alma caritativa, la familia o la iglesia, decidieron sacar de allí a la cadavérica señora y enterrarla decentemente en otro lugar.
Enfrente, la pared agujereada en la que aun se observa el estarcido de mitológicos seres con cabellos de querubín y alas, pero provistos de enormes colas enroscadas… Y en un medallón, como vigilando quien se adentra en sus dominios, un extravagante personaje tocado con bombín y una extraña y minina sonrisa que recuerda la del gato de Alicia. Pero las maravillas de este país de difuntos no han hecho nada más que empezar.
El medallón que mira a levante, sujetado por los extraños seres alados, contiene a su vez una cabeza femenina igual de inquietante que la gatuna, tocada y envuelta en una capa.
Seguimos esquivando zarzas y trozos de lápidas y vemos, al fondo, una cúpula que lleva años amenazando con caerse, pero que se mantiene ahí de puritito milagro.
Y allí, en la cúpula, si levantamos la mirada, los encontramos. Los ángeles malos. Seres alados con mirada amenazante y dientes afilados de piraña. Dientes enrojecidos como el extraño sombrero que llevan sobre sus cabezas. Y bajo ellos, rodeando el ábside, una sentencia en latín:
OBLATVS ET QVIA IPSE VOLVIT. ET PECCATA NOSTRA IPSE. PORTAVIT. ESAIE. 53. MARZO.15 DE 1628 AÑOS.
(Se ofreció porque quiso. Él mismo cargó con nuestros pecados. Isaías 53.
15 de marzo de 1628)
Las terroríficas figuras han generado no solo mucho interés, sino también diversas interpretaciones en cuanto a su significado. Mientras que para algunos son “ángeles malos”, otros los relacionan con ánimas del purgatorio, aunque el que fuera mi profesor en la universidad, el catedrático Antonio Piñero, (especialista en cristianismo primitivo) señalaba que son demonios, de acuerdo con el salmo de Isaías. Piñero afirma que cada vez que aparece este salmo representa luchas contra el demonio, por lo que el dibujo puede tratarse de un rito apotropaico, es decir, de rechazo o defensa ante un adversario del que posees su esencia al dibujarlo.
Otros estudiosos han clasificado a estos extraños personajes como “réprobos”, es decir, condenados a la pena eterna, pero alados en su condición de seres espirituales.
Sean como fueren, la cúpula en la que habitan no resistirá en pie mucho tiempo. La ermita se encuentra en peligro de derrumbe. Los ángeles malos de Talaván exigen, desde sus alturas, una reparación inmediata, y si desoímos sus palabras mereceremos que, al menos, se nos aparezcan en sueños. Avisados quedan.
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