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Santa Lucía del Trampal, el santuario celta de la diosa Ataecina

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Pocos lugares hay en  España que derrochen tanta magia como el enclave en el que se levanta la basílica visigoda de Santa Lucía del Trampal, sacralizado desde antiguo a las diosas del inframundo.

Adaegina o Ataecina era una diosa infernal adorada por los antiguos íberos, lusitanos, y celtíberos, una de las deidades ibéricas más importantes. Era la diosa del renacer, la fertilidad, la naturaleza, la luna y la curación, a la vez una diosa madre de la muerte y de la regeneración, del renacimiento y de la vuelta a la vida, diosa telúrica relacionada con el mundo subterráneo o infernal, cuyos poderes curativos y fértiles se manifiestan a través de las aguas subterráneas de determinadas fuentes o manantiales de orígenes profundos.

En Extremadura, región con grandes influencias célticas, existen numerosos lugares donde está clara esta vinculación de Adaegina o Ataecina con el agua de determinadas fuentes a las que se han atribuido desde entonces ciertas propiedades sanadoras o de la fertilidad.

 El lugar dónde se han encontrado el mayor número de dedicatorias a esta diosa céltica (medio centenar) es en los muros, suelos y alrededores inmediatos de la ermita visigoda de Santa Lucía del Trampal, cercana a la localidad cacereña de Alcuéscar, evidentemente levantada en el mismo lugar donde existió un antiguo santuario dedicado a la Dea Sancta Adaegina,  un lugar sagrado que posteriormente fue cristianizado en el siglo VI d. C.

Muchos santuarios indígenas se situaban en enclaves naturales de especial belleza, como este, que pudo haber sido un santuario a cielo abierto, en plena dehesa, limitado tan solo por una cerca de piedra que lo rodeaba.

Exvoto a Ataecina (Angel Briz)

Allí se colocaban las aras, sencillos altares de piedras con un texto grabado, con la figurita de una cabra sobre ellas, símbolo de la diosa, y a sus pies era sacrificado el animal para ser después consumido durante la fiesta religiosa. La cabra, exvoto a esta diosa prerromana y telúrica, se ha encontrado en otros parajes extremeños tan mágicos como Los Barruecos.

Posible ara celta en Santa Lucía del Trampal (Angel Briz)

Una de estas aras se encuentra en la actualidad en una de las paredes exteriores de Santa Lucía, formando parte del santuario cristiano, evidenciando el sincretismo de creencias que tanto abunda en estas tierras.

No es casualidad que por encima de la ermita visigoda de “El Trampal” aflore un caudaloso manantial de aguas termominerales, al que acuden muchas personas de la comarca para llevársela, convencidos de sus poderes curativos y sanadores, y que según cuentan los lugareños, antiguamente servía al pantano de Proserpina, en Mérida. Y Proserpina, nada casualmente,era el nombre romano de la diosa  Ataecina, a la que se veneraba en el Trampal.

Basílica visigoda de Santa Lucía del Trampal (Angel Briz)

Sin saberse aún el porqué, el monasterio fue abandonado en torno al año 850, tal vez debido a una conversión general al islamismo, ya que se relaciona con este momento un hallazgo de difícil explicación: una sepultura de rito islámico en el crucero de la iglesia.

Abandonado el monasterio se inició la ruina de su iglesia, permaneciendo olvidada durante cuatrocientos años. Tras la reconquista del territorio en el año 1230 todavía pasó siglo y medio hasta que, en época gótica, un nuevo monasterio recuperó la explotación agrícola y recuperó la iglesia. Se repusieron en granito las columnas del crucero, se cubrió la nave con una armadura sobre nuevos arcos y se construyó una capilla funeraria.

El proceso definitivo de ruina de Santa Lucía del Trampal procede, siglos después con la desamortización de Mendizábal, de tal manera que a mediados del siglo XX el único empleo del edificio era el de establo y choza para refugio de campesinos.

Culto a Ataecina según la asociación recreacionista "Lusitania romana" (Angel Briz)

Hasta los años ochenta del siglo XX esta iglesia, derrumbada y oculta, había pasado casi completamente desapercibida como una ruina que yacía en un valle rodeada de vegetación. Sin embargo, aunque abandonada, no era desconocida, puesto que hace décadas se hacían romerías desde el pueblo.

Y es que la memoria popular no olvida tan fácilmente a sus dioses.

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El diablo anda suelto en Las Hurdes

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Ilustración: Borja González

 

Las Hurdes es una comarca mágica en las que los seres mitológicos, aún hoy, parecen  campar a sus anchas. Algunos, como el Macho Lanú, o las lamias, de los que ya hemos hablado en otra ocasión,  tienen una parte diabólica, aunque sea las patas o los cuernos, pero poca gente sabe que el mismo Diablo (o al menos su arquetipo)  sigue apareciéndose a los extremeños en los intricados valles de esta tierra legendaria.

No es nada nuevo. Ya en   1600 el carmelita Juan Nieremberg en su “Curiosa Philosophiae”, cuenta, refiriéndose a la comarca de las Hurdes,  que:

“Existe en este reino un áspero valle infestado de demonios, un lugar que los pastores creen habitado por salvajes, gente ni vista ni oída de lengua, de usos distintos a los nuestros, que andan desnudos y piensan ser solos en la Tierra. Algún testigo declaró haberles oído voces góticas y otras imposibles de entender.”

De hecho, en las crónicas carmelitanas se han conservado casos de ermitaños luchando con el demonio, y el cronista Padre José de Santa Teresa cuenta el ataque del demonio a un ermitaño.

Hasta México llegaron noticias de la obra del maligno contra los ermitaños de las Batuecas. El carmelita Juan de Jesús María Robles, cuenta en su “Guía Interior”, escrita hacia 1636, algunos casos de obsesión demoniaca en el desierto de las Batuecas desconocidos para los cronistas españoles.

 Y lo espectacular es que el Diablo se sigue apareciendo. En 2013, investigando en Las Hurdes, Luis Guerrero, de Casares, me contaba como su amigo el Tío Juanito venía de Asegur y se sentó, cansado como estaba, en el límite de los pueblos, sobre un guijarro. Encendió el yesquero, prendió el cigarro y de pronto “se le aparece al lado un tío negro, silencioso”. El Tío Juanito lo mira y comprende inmediatamente que no es de este mundo. Arroja al suelo el cigarro recién encendido, y echa a correr hacia el pueblo mientras un estruendo atrona el valle. Sus gritos resuenan en las escarpadas rocas:

 

-       ¡Cabrón!… Es el diabloooo!!!!

La Tía Clementina llegó a ver a dos diablos en una noche (Angel Briz)

 La tía Clementina también me contó, al día siguiente, como ella se encontró no con uno, sino con dos diablos en el valle de Aceitunilla. Negros como la pez, con dos cuernos enormes y ojos como ascuas encendidas. Ella se encomendó a la virgen y a todos los santos y pudo pasar entre ellos. Ahora, a sus casi cien años, asegura convencida que de no haberlo hecho ahora estaría muerta.

Su marido había muerto y Clementina volvía con su hermano Evaristo de Hervás. Era ya la una de la noche. Al llegar a Nuñomoral su hermano le ofreció colchón en su casa, pero Clementina, teniendo a los hijos pequeños durmiendosolos en Aceitunilla, y temiendo que se quemasen porque dormían al lado de la lumbre, decidió subir a pesar de las horas.

Según se sale del pueblo, en el barrio de la Loba, ve en un lombo unas “hogueras de lumbre” en un trozo de olivo.  Clementina me mira a los ojos y recuerda:

- “Llegando a la curva me entraron unos escalofríos por el cuerpo…y me decía el pensamiento: Rece usted el Padrenuestro y la Salve y acuérdese usted de la Virgen de la Peña y del Dios del Cielo, porque la matan esta noche”.

La mujer llevaba una bolsa de ajos en las manos, y en el valle vio “dos hombres, uno a cada lado, con dos cuernos enormes, negros cono la pez… aquello no era cosa buena. Se veían cuatro ojos grandes, y yo decía, ¡Dios mío! ¿Cómo pasaré yo por allí?…”

Clementina rememora y menea la cabeza, como si todavía se estuviese enfrentando a ese dilema:

-           “Yo pase temblando con los ajos en la mano, y cuando pase y llegue a la prensa se me podía torcer la ropa, y salía sudor como si hubiese salido de un charco… Ahí no hay cosa buena, en ese valle…”.

La carretera hacia Aceitunilla, escenario de numerosos encuentros (A. Briz)

Pero no solo Clementina vio al Diablo. Su cuñado Borrajera también lo vio. Fue a hacer carbón y en la Sierra, en la Bodoya, cuando escuchó unos lamentos o ruidos. Sin pensarlo, contestó a las voces. De pronto, un estruendo que iba destrozando las jaras avanzó raudo hasta el. Y apareció un hombre alto, negro como la pez y con dos cuernos, que comenzó a tirarle encima las cepas y el carbón que llevaba. Su cuñado se tapó con el pan que llevaba, y no se atrevió asomar la cabeza hasta que aclaro el día. “El diablo le dijo que no volviese nunca mas a hacerle burlas, y que se libraba porque venía el día”, me contaba Clementina. Su cuñado, al volver, pálido y demudado, contó la historia, enfermó y al poco tiempo murió.

El Tío Cristino de El Gasco también recordaba como a un vecino suyo se le apareció el demonio en una carbonera. Era muy negro y tenía las uñas largas, y no se fue de su lado hasta que amaneció.

El marido de Araceli también se encontró con el diablo (Israel J. Espino)

Son numerosos los encuentros con el demonio en las abruptas y bellas tierras de Las Hurdes. Araceli A. , de Asegur, me confirmaba que había habido muchas personas que habían visto a ese extraño ser. Incluso su marido, cuando venía de enterrar a un hijo suyo, se había encontrado en la carretera de Aceitunilla con luces misteriosas y con “con un tío negro como la pez”. Ella tiene claro que hay momentos en los que es mejor no recorrer los caminos:

-        “Y es que hay horas malas en el día y horas malas en la noche, sabe usted…”

 

 

Asiento con la cabeza ante su sabiduría popular, sin saber realmente cuales son las horas buenas, aunque intuyo las malas…

 Y es que los hurdanos, repletos de sapiencias ancestrales, saben más por viejos que por diablos. Mucho más.

Encantadas de San Juan: La Velasca

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Borja Gonzalez ilustrador

Ilustración: Borja Gónzalez

Las aguas de la fuente de la Velasca, o de San Blasco (como se la llamó en tiempos remotos) fluyen a la vera de la cañada del Moro, a la búsqueda del arroyo del Buey, discurriendo por una vaguada cercana a la ermita que entonces llamaban de San Blas, y hoy de San Roque. Hay que salir por esta calle de Cabeza del Buey, cruzar la carretera y tomar un camino de tierra llamado “camino de la Velasca”. Unos metros antes de llegar a la depuradora, sale un pequeño sendero a la derecha que lleva directamente a la fuente encantada.

El lugar es solitario y algo mágico, especialmente cuando el sol comienza a descender y los oscuros nubarrones anuncian tormenta sobre la sierra del Pedregoso.

En esta fuente encantada, vive un mora maldita por su padre, mago iracundo, una mora cuya leyenda  el poeta Manuel José Quintana recoge en un romance de 1826, en el que cuenta como el pastor Silvio, pese a las advertencias que le hacen los más ancianos del lugar, permite que la noche lo sorprenda junto a la fuente. De repente, del pozo comienza a surgir una bruma, y de la bruma la figura tumbada de una bella agarena que con la media luna brillando en sus cabellos, dormita sobre una hermosa alfombra árabe digna de las Mil y Una Noches. A medida que la mora despierta de su largo sueño, su figura se torna cada vez más sólida y perfecta. La encantada le suplica al pastor que la salve, entregándose a ella en el pozo. Le ofrece riquezas, amor y placeres, y el pobre Silvio, obnubilado por esos ojos negros, se arroja a los brazos de la bella mora. Su grito y su chapoteo desesperado en las oscuras aguas del pozo son los últimos sonidos que se escuchan en el silencio de la noche…

La fuente de la Velasca (A. Briz)

La fuente de la Velasca (A. Briz)

Otras voces afirman que la bella muchacha es una joven musulmana a la que un rey cristiano hizo prisionera. Cuenta la leyenda con ribetes de cantamora y sirena que una noche de invierno, aprovechando la oscuridad y la ausencia de su dueño, se decide a escapar del castillo. Aterida de frío, vaga toda la noche.

Al amanecer, unos labradores de la zona comprueban que sus mulas se espantan cuando se acercaban a un pozo sin brocal. Acuden, atraídos por la curiosidad, y descubren unos hermosos vestidos de mujer flotando en sus aguas.

Desde aquel día cuentan que en las noches de San Juan se escucha un irresistible canto de mujer, que atrae la atención de los incautos que osan acercarse por la zona y los llama desde las aguas oscuras del pozo de la Velasca.  Y se afirma que pocos han sobrevivido para contarlo, porque atrapados y trastornados por el encanto de su voz y la belleza de su figura, se ven impulsados a lanzarse tras ella a la quietud de sus aguas.

Plaza de la fuente de Cabeza del Buey (A. Briz)

Plaza de la fuente de Cabeza del Buey (A. Briz)

A principios del siglo XIX nuestro querido  Publio Hurtado asciende a la mora Velasca a la categoría de reina, y le asigna una dedicación exclusiva: bordar unas babuchas para el profeta Mahoma,  pero con una labor tan minuciosa y delicada que tendrá tarea hasta el día del fin del mundo.

En Cabeza del Buey todavía se habla de la mora encantada, y algunas ancianas del pueblo, le contaron a Manuel Garrido Palacios cómo unos ladrones murieron del susto al ser testigos de la aparición de la encantada, y de como un gracioso que se dedicaba a hacerse pasar por la moracantana  para asustar a las mozas que iban a por agua,  terminó desapareciendo un día como por arte de magia. En el pueblo no dudaron ni por un momento que había sido la mora la que se lo había llevado…

Otra versión la cuenta el cronista oficial de Cabeza del buey , Vicente Serrano, quien  afirmaba que ni reina mora ni morita de a pie. Que las habitantes del Pozo son tres princesas hijas de un rey moro y de una cristiana prisionera, princesa también para más señas.

El abuelo cristiano de las niñas, rey castellano, enterado de su existencia, decide mandar a tres caballeros para rescatarlas de las garras musulmanas. Disfrazados de árabes, consiguen sacarlas de la fortaleza y huyen con ellas camino de Castilla. El amor no tarda en surgir entre las doncellas y los caballeros, pero el rey moro, enterado por sus astrólogos y magos del rapto de sus hijas, consigue darlos alcance justo al lado del pozo que nos ocupa. Viendo el rey lo felices que se encuentran sus hijas con los cristianos y su enconada oposición a volver al castillo, las arroja al pozo y las maldice :

– ¡Vivid en espíritu, tened esa fuente como cárcel, consumíos en deseos, mostraos sólo de noche y que quien os viere se espante, hasta que alguien predestinado os liberte del encanto y os saque de ella!

Cuentan que tras la Reconquista  apareció un antiguo pergamino contaba el secreto para deshacer la maldición de las tres princesas moras hechizadas en la fuente. Sólo se las puede desencantar tres amigos valientes que se acerquen a la fuente en la noche de San Juan, pronunciando, cada uno,  una de las frases mágicas que llevan implícito el nombre cristiano de las princesas:

 

-Ana, tu madre me manda.

-María, tu madre me envía.

-Inés, salid las tres.

 

Una última versión afirma que en una ocasión tres mozos llegaron a desencantarlas de esta manera, y que las princesas emergieron por ese orden de su cárcel acuática, y bailaron y danzaron bajo la luna y las estrellas, sobre el agua, como hacían , en ese mismo instantes, y a más de 30 leguas de distancia, las encantás de Montijo.

Pero cuentan que al ir a bautizarlas, desaparecieron en la nada.

Y con ellas, el hechizo de la fuente de la Velasca.

 

 

 

 

 

la Tía Cabalganta, una asesina en serie de leyenda

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Ilustración: Borja González

Ilustración: Borja González

Unas tienen la fama y otras cardan la lana. Y es que si hablamos de mujeres  extremeñas que asesinan a un hombre después de otro en venganza por un abandono amoroso, pronto se nos viene a la cabeza el arquetipo por excelencia: la Serrana de la Vera.

 

Sin embargo, la provincia de Badajoz también tiene su propia “serial killer”, a la que todavía se recuerda en el pueblo de Táliga en las noches de tormenta y de cuyo molino aún quedan en pie algunos muros entre higueras salvajes.

La Tía Cabalganta, cuyo nombre real se ha perdido en el tiempo, era una joven hermosa y divertida que tuvo la mala fortuna de enamorarse de un forastero que apareció en el pueblo durante las fiestas patronales de Táliga. Tras muchas promesas de amor eterno y de matrimonio inmediato, el forastero desapareció una mala mañana, abandonándola ultrajada y con el corazón roto.

Desde entonces, despreciada y rechazada por los vecinos del pueblo a causa de un sentido del honor mal entendido, fue mudando el carácter, los modales y la personalidad, llegando a ser temida y aborrecida por sus convecinos.

La Tía Cabalganta decidió abandonar el pueblo y establecerse en un molino abandonado junto a la rivera de Táliga. Allí buscó una nueva vida, aislada del resto del mundo y adquiriendo un carácter cada vez más hostil. Según cuentan los pastores, ganaderos y habitantes de cortijos cercanos, solían verla recogiendo productos del campo para calmar el hambre. Incluso alguno llegó a afirmar que era frecuente verla frente al molino con un gran caldero, a la luz de la luna llena, musitando conjuros y elaborando pócimas, lo que le acarreó en los contornos la única mala fama que le faltaba: la de bruja.

Lo cierto es que su resquemor hacia los hombres se convirtió en inquina y odio hacia los forasteros, y parece ser que habilitó una de las habitaciones del molino, ubicado en el camino que va de Higuera de Vargas a Barcarrota, para recoger a los viajantes que por allí pasaban.

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El molino de la Tía Cabalganta, en Táliga (Israel J. Espino)

 

Muchos fueron los que pensaron que era su día de suerte cuando encontraron cama limpia y posadera hermosa, pero ninguno, según la leyenda, salió con vida de aquel lugar. Antes del alba, la Tía Cabalganta los degollaba. Después, los enterraba en un huerto cercano.

Cuenta que fueron quince los hombres asesinados por la Tía Cabalganta, y que los frutos del huerto eran los más hermosos de la zona, y aunque en el pueblo se murmuraba sobre las desapariciones del molino, nadie se atrevió a denunciarla por miedo a su supuesta condición de bruja.

Pero el miedo de los vecinos desapareció una fría noche de tormenta junto a La Tía Cabalganta. Cuentan que los relámpagos y los truenos hacían tambalearse los cielos negros, y       que la lluvia caía tan fuerte que parecía que se habían abierto las compuertas del infierno.

Nadie sabe que ocurrió con ella, pero tampoco nadie volvió a verla con vida. Algunos afirman que un rayo justiciero la calcinó; Para otros, se ahogó con la crecida de la rivera, y la corriente impetuosa se llevó lejos su cuerpo, aunque no su recuerdo.

Porque tiempo después, un vecino que se dirigía a su trabajo afirmó haber visto, junto al huerto donde enterraba a sus víctimas, a una mujer esbelta y hermosa, con los vestidos convertidos en jirones, huyendo entre los matorrales perseguida por los espectros de unos cuerpos degollados.

 

La Chicharrona de Las Hurdes, Señora de las Matanzas

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La Chicharrona, bajando de la sierra (Jorge Armestar) GALERIA DE FOTOS

La Chicharrona, bajando de la sierra. (Jorge Armestar) GALERIA DE FOTOS

 

VER GALERÍA COMPLETA AQUÍ  (AUTOR: JORGE ARMESTAR)

Sopla un viento helado y cortante que desciende desde la sierra de las Corujas, una montaña mágica y legendaria en la comarca extremeña de Las Hurdes. Allí, al pie de su cumbre, tiene su gruta la Chancalaera, hermanastra mitológica de la Serrana de la Vera, harpía extremeña mitad mujer y mitad ave que seduce a los hombre para luego matarlos.   Pero hoy la Chancalaera permanece oculta en su guarida, porque quien desciende de la sierra es otra extraña figura femenina: La Chicharrona.

Su nombre, “Chicharrona”, le viene por su relación con uno de los rituales más enraizados en la cultura rural extremeña: La Matanza. Con la ella llegan las mantecas, y con las mantecas del cerdo se hacen los chicharrones, unos deliciosos bollos de harina y azúcar.

Suele encarnarse cada año en alguna vecina hurdana, habitualmente moza de cierta belleza y con las características que la tradición y el legado de los antepasados asignan a este personaje, una mujer de cabellera rubia y larga. Es La Chicharrona una mujerona silvana y mitológica, vestida de pieles de cabra, que cubre su pajiza cabellera con un viejo gorro de piel de zorra o pelo de lobo, y que calza unas enormes “chancáh”, una especie de zuecos o antiguas almadreñas. Lleva las pieles animales sujetas por un cinturón ancho, de donde cuelgan cencerros y calabazas vinateras. En su cuello, grandes collares formado por mazorcas de maíz ya desgranadas y chorizos enroscados.

En sus manos, los símbolos de su poderío: una vejiga de cerdo rellena de agua y un garrote, emblema de la mujer salvaje. En su regazo el símbolo fructificador de un fardel con castañas, nueces e higos pasos. De su zurrón sobresale un pergamino enrollado: La licencia. Y aún trae más en su bolsa encantada: el frío invernal.

 

En el zurrón lleva el frio

Que reparte a manos llenas

Traigamos el aguardiente

Compadre, siga la fiesta

 

Y es que si la Chicharrona baja a las alquerías hurdanas es porque hoy es 8 de diciembre, cristianizado como el día de la Inmaculada Concepción, “La Pura”, La Virgen de las Matanzas. Es el día en que los aires fríos se adueñan de esta parte del mundo, y la fecha indicada desde tiempos inmemoriales para que La Chicharrona descienda de sus dominios mágicos con la licencia para que los humanos puedan iniciar los rituales matanceros.

 

“De entre la nieve branca

abaja la Chicharrona,

licencia trae pa matar

el cebón y la cebona”

 

Antiguamente, cuando La Chicharrona llegaba a la aldea con los primeros rayos del amanecer, la esperaban los niños tocando zambombas hechas con pucheros viejos o haciendo sonar tapaderas de latón y ruidosos cencerros. La señora de las Matanzas lanzaba al aire los frutos secos, y perseguía con sus rústicas armas a los chavales que se burlaban de ella.

 

Los vecinos reciben a la Chicharrona con antiguos cantares (Jorge Armestar) GALERIA DE FOTOS

Los vecinos reciben a la Chicharrona con antiguos cantares (Jorge Armestar) GALERIA DE FOTOS

Ahora que ya casi no quedan niños que la esperen le sale al paso el tamborilero, y en las calles del pueblo la reciben los ancianos con coplas vetustas y antiguas tonadas que hablan del frío seco que trae la Dama Salvaje, de las alquerías hurdanas, de la sierra mágica y del momento mítico en el que los dos mundos se encuentran. Y somos los adultos, lugareños y foráneos, los que nos acercamos a besar a La Chicharrona, con el convencimiento de que traerá suerte a nuestras vidas y carne a nuestras despensas.

Antiguamente los muchachos recorrían las casas recolectando comida para la “jogará”, la hoguera comunitaria, en la que se asaban patatas, chorizos en aceite y restos de la matanza anterior.

Los vecinos besan a la Chicharrona, en el convencimiento de que les traerá fortuna y condumio (Jorge Armestar) GALERIA DE FOTOS

Los vecinos besan a la Chicharrona, en el convencimiento de que les traerá fortuna y condumio (Jorge Armestar) GALERIA DE FOTOS

Este año se ha escoltado a La Chicharrona hasta la era de lanchas de la alquería de El Mesegal, que con tan buena voluntad limpiaron los vecinos de la aldea. Allí la aguarda El Chicharrón, macho cabrío antropomorfo ataviado con pieles y coronado por cuernos que comienza un lúbrico cortejo que cristaliza en una danza ancestral al son de la gaita y el tamboril.

Danza lúbrica y ancestral entre el Chicharrón y la Chicharrona (Jorge Armestar) GALERIA DE FOTOS

Danza lúbrica y ancestral entre el Chicharrón y la Chicharrona (Jorge Armestar) GALERIA DE FOTOS

Ya no quedan muchachos que corran por las calles haciendo resonar los valles con ruido de cencerros, entrechocar de latas y estrépito de zambombas, ya no crece el clamor cuando la noche cae sobre las casas hurdanas, porque el ruido, de todos era sabido, espantaba a las brujas para que no vinieran “a maliciar la chacina”.

Dicen que todavía quedan casas en las que, cuando la oscuridad y la noche ya se han enseñoreado de los valles hurdanos, se hacen los “seranos” las tertulias nocturnas donde se cuentan cuentos y se cantan coplas.

Y ya en la noche cerrada, cuando las últimas luces se apagan y el silencio se adueña de la aldea, los hombres duermen, pero los ritos no acaban. Porque en algunas viviendas “dejaban un pote de castañas cocidas con un cacho de tocino, arrimado a la lumbre. Y es que decían -cuenta Félix Barroso, etnógrafo y rescatador de tradiciones hurdanas- que, cuando todos estaban dormidos, entraba La  Chicharrona a cenar en las casas. Había que tenerla contenta para que el año próximo también trajera la licencia y el tiempo frío y seco para poder hacer las matanzas”.

Este ritual, curiosamente, tiene una enorme similitud con otros que hemos encontrado durante la Edad Media en lugares tan alejados como Centroeuropa, antiguos ritos italogermánicos en los que las familias depositaban ciertas noches del año comida y bebida para la Dama Abundia, con el convencimiento de que con este ágape nocturno se ganarían la benevolencia de las Buenas Damas y la abundancia de la familia para todo un año.

Pero del Cortejo de las Damas Buenas hablaremos en otra ocasión. Con la licencia, por supuesto, de La Chicharrona. Faltaría más.

 

 

 

Los muertos inquietos de Mérida: Que la tierra te sea pesada

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Ilustración de Gustav Doré

Ilustración de Gustav Doré

“Apenas puedo creerlo, pues dicen que nuestros abuelos salieron de las tumbas, quejándose en el transcurso de la noche silenciosa. Dicen que una masa vacía de almas desfiguradas recorrió aullando las calles de la ciudad y los campos extensos”.

No se trata de una escena de ninguna película de serie B, sino de un texto del mismísimo Ovidio, en el que advertía a sus contemporáneos del peligro de olvidar unas buenas pompas fúnebres.

Hace ya algún tiempo el arqueólogo y conservador del Museo Nacional de Arte Romano, Jose Luis de la Barrera, me comentaba algo que me hizo pensar: “La imagen que tenemos de los romanos sentados plácidamente leyendo los epitafios de las tumbas hay que desterrarla drásticamente, porque realmente el romano pasaría a galope tendido por allí. El romano era un hombre miedoso. Huía de las tumbas. Las temía”.

Y es que como ya comentamos, el romano, más que a la muerte, teme a la mala muerte, y a lo que esta conlleva. Un mal entierro, sin observar los ritos adecuados, podía convertir a un muerto en un lémur, una larva, un fantasma.

El romano no teme a la muerte, sino a la mala muerte. Funus de Emérita Lvdica. (A. Briz)

El romano no teme a la muerte, sino a la mala muerte. Funus de Emérita Lvdica. (A. Briz)

 

El romano teme a “la infamia”, que no le permite estar enterrado en el mismo sitio que los demás, como parecen demostrarlo las fuentes escritas cuando nos hablan de rituales específicos destinados a conjurar el peligro potencial de determinados tipos de muertos, como bien ha estudiado, entre otros, la doctora en Historia Antigua Silvia Alfayé. Serían “marginados”, a los que se daba sepultura en áreas diferenciadas (probablemente de noche y poco menos que a escondidas), o conforme a ritos que los distinguían peyorativamente de sus coetáneos, como criminales, ajusticiados (pasados a espada, decapitados, asfixiados, o ahorcados), suicidas, discapacitados, enfermos contagiosos (lepra, tuberculosis, demencia, rabia, porfiria), individuos que desempeñaron trabajos o actividades infamantes, como enterradores, hechiceros, magos, actores o simplemente muertos prematuros, olvidados de los dioses y un peligro potencial para los vivos, sobre todo los más cercanos.

Efectivamente, y como me contaba la arqueóloga y conservadora del Museo nacional de Arte Romano Pilar Caldera, a los ajusticiados se les da la mala muerte, y no cumplen uno de los principales rituales, que consiste en depositarlo en el suelo cuando está agonizando, para que sea acogido por la madre tierra.

Enterramiento en el MNAR (Ángel Briz)

El cadaver debe reposar en la tierra. Enterramiento en el MNAR (Ángel Briz).

Los que han muerto colgados o crucificados (que no tocan el suelo a la hora de su muerte), los que han muerto de enfermedades extrañas o deshonrosas, y también los niños, los inmmaturis (espíritus iracundos porque no se les ha dado la posibilidad de terminar el recorrido de su vida) tienen todas las papeletas para volver de la tumba. Una forma de conjurar ese peligro es con la fórmula “sid tibi terra gravis” “que la tierra te sea pesada”.

¿Cómo se conseguía esta “tierra pesada”? Pues realizando una serie de ritos que, a lo largo de la historia y según afirma el arqueólogo Enrique Gonzalez Cuenca, han sido interpretados a lo largo del tiempo en clave “vampírica” o “revenántica”,  y suelen consistir en tumbas con muertos decapitados (o mutilados de alguna otra forma), con piedras en la boca, dispuestos en decúbito prono, inmovilizados con grandes piedras o clavados al suelo.

Una de las formas más sencillas de mantener a los muertos a raya es enterrar el cadáver en decúbito prono (es decir, boca abajo, con el rostro hacia el suelo), de tal manera que, si intenta salir de la tumba, cada vez se hundirá más y más en la tierra. Aunque no está publicado aún, el Doctor en Geografía e Historia Desiderio Vaquerizo ha adelantado que en Mérida se ha encontrado una decena de cadáveres decapitados (probablemente de ajusticiados) y enterrados boca abajo, “porque el ser humano tiene mucho miedo a aquello que no puede gobernar. Y el mundo de ultratumba no se gobierna desde aquí, se gobierna desde allí”.

El arqueólogo Miguel Alba recuerda que así apareció un cadáver romano en la zona del Camarín, en plena Vía de la Plata, pasando el río Albarregas, (“los fantasmas tienen problemas para atravesar el agua”, me recuerda Miguel, guiñándome un ojo). La sepultura tenía la inhumación hacia abajo, lo que se interpreta como una especie de castigo, aunque reconoce que es extraño que hayan aparecido con su depósito funerario.

 

Pero no solo los romanos temen a sus muertos. La arqueóloga Yolanda Picado se encontraba analizando el lugar donde se iba a hacer una carretera en los alrededores de Esparragalejo, a las afueras de Mérida, cuando se encontró con algo que no esperaba: un cementerio musulmán con un enorme número de cadáveres enterrados boca abajo, y con los brazos colocados de manera antinatural. La construcción de la autovía y el hecho de que las tumbas se encontrasen en un terreno privado cortaron de lleno un estudio que podía haber dado más de una sorpresa…

Otra forma de impedir que los muertos vuelvan a la vida es colocar clavos que fijen el cuerpo a la tumba, para que este no acompañe al alma en ningún viaje no deseado. Como me contaba Calderaen las tumbas se pueden encontrar clavos con distintos significados: los clavos del ataúd y los clavos del bronce, que fijan el alma al cuerpo porque no es deseable que acompañen al cuerpo, o bien fija, mata, sujeta a los espíritus que puedan ser molestos, por esos están clavados alrededor de la cabeza del difunto o en los hombros”. Caldera afirma que al menos una calavera apareció con un clavo en el cráneo, y otras con la cabeza separada y puesta entre las piernas, en la zona de los Bodegones. Jose Luis de la Barrera también me confirmaba la idea: “se ponían clavos mágicos para evitar que el cadáver resucitase”.

Clavos mágicos para sujetar al difunto a la tierra. MNAR. (Foto Ángel Briz)

Clavos mágicos para sujetar al difunto a la tierra. MNAR. (Foto Ángel Briz)

Otro de los métodos para evitar que los muertos salgan de sus tumbas es el de inmovilizar el cadáver con una piedra. En Mérida la arqueóloga Juana Márquez se encontraba excavando la tumba A-19 de la necrópolis de Albarregas, en Mérida, cuando se encontró con la sorpresa: una enorme piedra colocada sobre las piernas de un niño de menos de 3 meses.

Los niños en época Altoimperial romana son considerados muertes prematuras porque son muertes antes de tiempo, muertes raras, extrañas, como las los suicidas. Y hay rituales de magia que se realizaban aprovechando enterramiento infantiles. Márquez me asegura que “si el enterramiento fuera de época Aaltoimperial, podría asegurar que la piedra estaba ahí para impedir que el niño se levantara como sucede con otros cadáveres con piedras encima, o con algunos muertos con clavos, pero al ser un enterramiento Tardoromano es difícil de demostrar, y es aún más difícil poder fecharlos, porque no tienen deposito funerario”.

Tumba infantil aparecida en la necrópolis de Bodegones con piedra sobre las piernas (Foto: Consorcio de Mérida)

Tumba infantil aparecida en la necrópolis de Bodegones con una piedra sobre las piernas (Foto: Consorcio de Mérida)

Así que, aunque Márquez afirme que puede haber una posibilidad de que esa piedra no tenga nada que ver con rituales mágicos, De la Barrera opina que “a tenor de otra serie de ejemplos de otros lugares del Imperio (no solo en época romana sino también en época posteriores) se ha interpretado como un método mágico, para evitar que personas que no habían alcanzado aún una determinada edad o que tenían una serie de características excepcionales pudiesen salir de la tumba y atormentar a los vivos. Esas piedras aparecen no solo en niños, sino también en personas mayores, es decir que lo que se pretendía era no sólo reforzar el espacio, sino también la salida de la tumba”.

Los romanos creían que el espíritu de un niño muerto prematuramente podía ser invocado contra un enemigo, y que los muertos volvían como fantasmas. Y volvían no sólo en espíritu, sino en cuerpo y alma, a menudo para terminar algo.“Los romanos entendían que el alma volvía a poner en movimiento el cuerpo para determinados fines, como la resucitación de cadáveres –continúa contándome Caldera- , sobre todo cuando morían de muerte violenta. Gracias a una ceremonia de brujería se le ordenaba que volviera a la vida durante el tiempo necesario para preguntarle sobre el porvenir”. La necromancia, la adivinación a través de los muertos, viene de lejos.

Caldera va más allá y afirma que ésta no es la única tumba emeritense con piedras colocadas a propósito para inmovilizar a los muertos. Y que las hay, no solo romanas, sino también hasta el siglo XVII.

Y anteriores también. Porque a escasos kilómetros de Mérida, en Almendralejo, hallamos un difunto de la Edad de Bronce al que destrozaron el cráneo con una gran piedra. Se encontró en la Cista VI de la Necrópolis de Las Minitas, y en esta ocasión carecía de ajuar funerario.

Y es que como bien afirma el arqueólogo Enrique Gutiérrez Cuenca en su proyecto Mauranus, “ahora que ya sabemos que los muertos “reviven” y nos visitan, conviene tener presentes algunos trucos para ponérselo más difícil. Una de las formas de prevenir el retorno de un cadáver parece haber sido la colocación de algún tipo de objeto en su boca. El porqué no queda claro, ya que aunque resulta que, según una opinión muy extendida en la Europa preindustrial, los muertos mastican (sí, sí, mastican), esas cosas que se meten en sus bocas al enterrarlos y que tienen como función evitar que hagan daño a los vivos, pueden servir tanto para que las masquen (y así se entretengan) como para evitar que muerdan y se devoren a sí mismos o a otros cadáveres. O a los vivos…”

Varios arqueólogos que han trabajado en Mérida, entre los que se encuentran Caldera y Picado, no dudan en afirmar que sin duda han aparecido en esta ciudad cadáveres con piedras en la boca. “El problema – afirma Caldera- es que hasta hace bien poco no existía una gran sensibilidad hacia lo mágico. Los temas de magia, aunque se sabe que es una constante, no son algo que haya tenido un gran predicamento a pie de excavación”. Por eso, como mucho, en algunos estudios se limitan a poner “cabeza fuera de su lugar”, sin considerar si fue colocada ahí a propósito ni por qué se hizo”.

Y es que, como afirma Vaquerizo, en las excavaciones “hay que hacer las preguntas correctas, porque si no, la tierra no habla”. Como en la vida misma.

 

 

 

 

 

 

La reina Coñori, las amazonas y los extremeños tuertos

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Ilustración: Borja González

Ilustración: Borja González

Cuando hablamos de amazonas todos tenemos en mente el mito clásico de las bellas mujeres guerreras que se cortaban un pecho para poder disparar mejor sus arcos (de hecho, existe una etimología popular según la cual su nombre procede del “a-mazos”, es decir, “sin pechos”).

Aquellos que hayan sentido curiosidad por este pueblo de mujeres y haya seguido indagando, habrá descubierto que la leyenda cuenta que para evitar la extinción de su raza, las amazonas visitaban, una vez al año, a una tribu vecina, y copulaban con ellos. Si de estas uniones nacían niños varones, se sacrificaban o se devolvían a sus padres, pero si nacían niñas las conservaban, eran educadas por sus madres y se las adiestraba en las labores de campo, de la caza y de la guerra.

 

Marco Polo, en el siglo XIII habla de esta tribu estrictamente femenina que vivían en una isla, Isla Mujer, pero como ocurrió con otros seres mitológicos como los hombres salvajes, las amazonas, a medida que el hombre conquistaba nuevos territorios y las fronteras cada vez estaban más alejadas, fueron alejándose también, retirándose a los confines del mundo conocido. Y cuando llega la Era de los Descubrimientos, la imaginación popular las traslada a las nuevas tierras recién descubiertas, más  allá del océano.

A las amazonas se las mencionan ya en el primer relato europeo sobre América, el diario del Primer Viaje de Cristóbal Colón. En su entrada del 16 de enero de 1493 escribe, supuestamente en base al testimonio de los pobladores nativos, una versión similar a la descripción que siglos antes había realizado Marco Polo.

El extremeño Hernán Cortés, conquistador de Méjico, refiere al rey de España Carlos V en 1524 una nueva ubicación del mito de las amazonas: Cihuatán, al Noroeste del Valle de México.

Y así mismo me trajo relación de los señores de la provincia de Cihuatán, que se afirma mucho de haber una isla poblada de mujeres, sin varón ninguno, y que en ciertos tiempos van de la tierra firme hombres que con ellas han acceso…y si paren mujeres las guardan; y si hombres, los echan de su compañía

Amazonas en un grabado de Theodore de Bry

Amazonas en un grabado de Theodore de Bry

Dos décadas después, la expectativa de encontrar las amazonas en el Nuevo Mundo seguía intacta. Otro extremeño, esta vez el sacerdote  trujillano Gaspar de Carvajal, acompaña al conquistador español Francisco de Orellana (también extremeño y trujillano) por río Marañón en Sudamérica, en 1542. El sacerdote narra en sus escritos como en esta expedición sufrieron el ataque de mujeres guerreras que desde la orilla le disparaban dardos de cerbatanas y flechas.

“Estas mujeres son muy altas y blancas y tienen el cabello muy largo y entranzado y revuelto a la cabeza : son muy membrudas, andaban desnudas en cueros y atapadas sus vergüenzas, con sus arcos y flechas en las manos, haciendo tanta guerra como diez indios, y en verdad que hubo muchas de éstas que metieron un palmo de flecha por uno de los bergantines y otras menos, que parecían nuestros bergantines puerco espín.”

Muy inventada no tuvo que ser la cosa, porque el pobre sacerdote perdió un ojo en esta aventura. El mismo triste destino que había sufrido en otra batalla otro insigne conquistador trujillano: Francisco de  Orellana,  que recibiría el sobrenombre de “el tuerto del Amazonas”.

Francisco de Orellana, descubridor del Amazonas

Francisco de Orellana, descubridor del Amazonas

En uno de los combates con estas tribus vieron mujeres que animosamente peleaban como capitanes delante de los indios, a las cuales consideraron, por las referencias anteriores, como las amazonas, por lo que decidieron dar ese nombre al rio que estaban navegando.

    Retomando el tópico de la relación entre las amazonas y los hombres, Carvajal cuenta como el capitán interroga a un indio sobre esta tribu de amazonas:

“Y el capitán le preguntó (a un indio) que si estas mujeres parían : él dijo que sí. Y el capitán dijo que cómo, no siendo casadas ni residiendo hombres entre ellas, se empreñaban : el indio respondió que estas mujeres participaban con hombres a ciertos tiempos y que cuando les viene aquella gana, de una cierta provincia que confina junto a ellas, de un muy gran señor, que son blancos, excepto que no tienen barbas, vienen a tener parte con ellas (…)  y que están con ellas cierto tiempo y después se van. Las que quedan preñadas, si paren hijo dicen que lo matan o lo envían a sus padres, y si hembra que la crían con muy gran regocijo, y dicen que todas estas mujeres tienen una por señora principal a quien obedecen, que se llama Coñori.”

El indio sigue contando como en la ciudad donde reside la reina Coñori había cinco casas del sol, donde tenían sus diosas de oro y de plata. Estas casa, desde los cimientos hasta medio estado en alto, estaban planchadas de plata todas a la redonda, y los bancos también era de plata, y los techos de estas casas están forrados con plumas de papagayos y de guacamayas.

Lo cierto es que los extremeños no llegaron nunca a encontrar este famoso pueblo de las amazonas, a pesar de que Orellana, una vez que volvió a España, consiguió que le nombrasen gobernador de aquellas tierras.  Y regresó a ellas,  quizás con la esperanza de conocer por fin  a la hermosa reina Coñori y a su pueblo de bellas mujeres blancas con templos de paredes de plata y  tejados de plumas.

Pero el hombre propone y los dioses disponen, y Orellana perdió la vida en el mes de los muertos de 1546, intentando remontar el Amazonas. La selva, el rio y las diosas de oro y de plata de los templos perdidos se cobraron su tributo de sangre , y la tribu de las mujeres guerreras se disolvió, una vez más, en las brumas  del mito y la leyenda.

 

 

http://www.cervantesvirtual.com/obra/descubrimiento-del-rio-de-las-amazonas–0/

http://blogs.elpais.com/papeles-perdidos/pdf/gaspardecarvajal.pdf

 

 

 

Yuste y el miedo a las mujeres

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Monasterio de Yuste, por Laborde

Monasterio de Yuste, por Laborde

Si hay un arquetipo legendario en Extremadura esa es La Serrana de la Vera. Un mito que tiene tantas caras como leyendas, aunque quizás la más conocida sea la que afirma que fue una bella joven que repudiada en amores decide escapar al monte, a la Sierra de Tormantos, en Extremadura, donde se refugia en una cueva, viste con pieles de animales y emborracha, abusa y mata (por este orden) a los  hombres que se internan en sus dominios.

Pero quizás una de las caras más desconocida del mito de la Serrana  es la que la relaciona con la fundación de uno de los monasterios más famosos de España: El de Yuste.

Cuenta la historia que a la ermita del Salvador, cerca de Cuacos, llegaron dos ascetas placentinos huyendo del bullicio de la ciudad. Poco a poco algunos piadosos más  se fueron uniendo a la hermandad, y con el tiempo llegaron a instituirse como “Hermanos de la Pobre Vida”. Para sobrevivir, pedían pan por los pueblos y aun así pasaban hambre, aunque una mano invisible les ayudaba, de vez en cuando, a no morir de inanición.

Y es que en ocasiones encontraban, colgadas de las ramas de los árboles, perchas de perdices y conejos, manjares para su pobre dieta que los hermanos devoraban sin saber a quién debían agradecer tan grata limosna. Hasta que un mal día, un hermano, por casualidad, descubre que la misteriosa benefactora es una rubia y musculosa mujer de larga trenza y corta falda que porta una honda de descomunales dimensiones.

La serrana de la Vera, en Garganta la Olla (A. Briz)

La serrana de la Vera, en Garganta la Olla (A. Briz)

Tras informar a sus hermanos de su descubrimiento, se le comisiona para que investigue más sobre la identidad de aquella extraña mujer, y disfrazado de pastor, la observa de nuevo en un altozano. Ella, al divisarle, y confundirle seguramente con un cabrero, le llama a grandes voces e intenta atraerle con gestos obscenos. El hermano huye aterrorizado, pero una gran piedra arrojada por la honda de la Serrana le golpea la cabeza, y solo vive lo suficiente para llegar al convento y narrar su aventura. En el entierro del malogrado hermano, un pastor aseguraba con miedo: “Esa mujer no es una mujer cualquiera, que es la terrible Serrana de la Vera…”.

Atemorizados, los hermanos buscan un terreno más seguro, y un vecino de Cuacos llamado Sancho Martin les regala, en 1402, unas tierras para que levanten iglesia y convento. Es el inicio del Monasterio de Yuste.

Quizás las afirmación de que el origen del monasterio fuese el miedo a una mujer sea una mera leyenda, pero como todas, algo de verdad tiene detrás.

El monasterio de Yuste (Jimber)

El monasterio de Yuste (Jimber)

Porque lo que sí es historia es que en la época en la que el emperador Carlos V estuvo retirado en el monasterio, en pleno siglo XVI, estaba prohibido a toda mujer acercarse al monasterio «a una distancia de más de dos tiros de ballesta so pena de doscientos azotes».

Ya no nos azotan por acercarnos al edificio, pero sus habitantes no han dejado de tenernos miedo. Hasta bien entrado el siglo XXI las mujeres no podíamos consultar la biblioteca del monasterio, con más de 40.000 volúmenes, por encontrarse ésta en las dependencias en las que vivían los monjes, una zona en la que estaba prohibida la entrada a las mujeres.

Ya no tenemos ese problema, porque la Orden de los Jerónimos se  llevó la biblioteca a la Universidad de Comillas cuando sus últimos monjes abandonaron el edificio en 2011.  Y ya no podemos consultarla en el momasterio ni las mujeres ni los hombres.

El día en que dejemos de igualarnos por abajo y lo hagamos por arriba, todos (y todas) habremos ganado mucho.

 


 Tras las huellas de las gigantas extremeñas

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Andro Thevet. Cosmografía Universal. 1575

Andro Thevet. Cosmografía Universal

No sé si saben ustedes que en el norte de Extremadura habitaban gigantas que a pesar de su gran tamaño conseguían ocultarse como por arte de magia… Y uno de estos lugares era el bello pueblecito de Eljas, enclavado en la Sierra de Gata y en el que existe un grupo de grandes rocas que describen un círculo irregular conocidas como las Torres de Fernán Centeno.

 

Bajo la plazoleta que forman aseguran los lugareños que  vive una enorme mora encantada, nieta del famoso gigante Fierabrás de Alejandría, (ese del que ya hablamos en otra ocasión y que murió en el Tajo antes de tirar al rio varios toneles de su famoso bálsamo curalotodo), pero de muchísima más corpulencia que su abuelo.

Cuenta Publio Hurtado que sale de su escondite solo tres noches al año: miércoles, jueves y viernes de pasión, y cuando lo hace, su afición consiste en jugar a las canicas con las enormes piedras de la sierra.  Y dicen que hay quienes ha visto en esas noches volar por los aires esos bloques titánicos a veinte y treinta metros de altura, impulsados a por las enormes manos de la gigantesca mora,  quien cuando se cansa y termina sus juegos malabares deja colocados los peñascos en el mismo sitio en el que los arrancó.

Pero la nieta de Fierabrás no estaba sola en el norte, porque me ha contado un pajarito que también la Giganta Daniela se movía a sus anchas por la comarca de la Vera y por las alturas del Valle del Jerte… Aunque esta giganta es más que conocida, porque  no es otra que la que ahora se conoce como Serrana de la Vera, una amazona gigantesca y montaraz que según me contaba el tío Mateo en Garganta la Olla,  se llamaba Daniela y tenía una fuerza y un tamaño verdaderamente descomunal.

Garganta la Olla, el pueblo de la giganta Daniela (A. Briz)

Garganta la Olla, el pueblo de la giganta Daniela (A. Briz)

De su tamaño dan fe las enormes huellas de su pie que han quedado grabados en la roca, en el camino de Piornal. Se decía que, poniendo un pie en esta roca, con el otro alcanzaba la cima del monte, situado a un kilómetro de distancia, en lo que ahora se denomina el “paso de la Serrana”.

De su fuerza descomunal da fe “el tiro de la Serrana”, una enorme peña de doce metros de longitud que afirman que fue arrojada por la joven, unos dicen que a pulso, y otros que con su honda.

La forzuda también cerraba la cueva con una piedra de doscientas arrobas, con parte de la cual, según se dice en Garganta la Olla, se construyó la pesada pila bautismal de la iglesia del pueblo.

Y aunque es cierto que las gigantas extremeñas hace tiempo que no dan señales de vida, hay quien afirma que aún permanecen ocultas, esperando tiempos mejores en los que los humanos dejemos de perseguir al diferente y estemos, por fin, a la altura de las circunstancias.

Las encantadas de San Juan

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Ilustración: Borja González Hoyos

Ilustración: Borja González Hoyos

Ya estamos de nuevo en la noche más pagana del año, en esa fecha mágica en la que las puertas del universo maravilloso se abren para inundar este mundo a golpe de prodigios. Y Extremadura, al igual que casi toda Europa, se convertirá durante la noche del 23 al 24 de junio en una tierra de fenómenos extraordinarios poblada por seres mágicos.

Ya hablamos en otra ocasión de los castillos encantados cuyas feéricas habitantes solo pueden contemplarse en la Noche de San Juan. También os conté las historias de las extrañas tiendas que montan las misteriosas moras a la entrada de las cuevas en esta noche, y os hemos adelantado (de nada, chicos) cuales son los pasos a seguir para haceros con la chica y con el tesoro y no perder la vida en el intento.

El paisaje extremeño se puebla de encantadas la noche de San Juan (Jimber)

El paisaje extremeño se puebla de encantadas la noche de San Juan (Jimber)

Os presentamos incluso a las moras encantadas que salen esta noche del fondo de los pozos, como La Velasca, y a las que viven en lagos, como las “Encantás” de Montijo. Sin embargo, y aunque no os lo creáis, aún quedan encantadas para rato.

Como la Cantamora, una joven árabe de voz hipnótica que habita en los restos de un colector romano abovedado, en las ruinas   de Talavera la Vieja, la antigua Augustóbriga, una ciudad romana inundada en la actualidad por el pantano de Valdecañas y que solo en ocasiones de sequía, cuando el nivel del agua desciende, deja ver sus blancos huesos de piedra y hasta algún que otro tesoro.

 La Cantamora, haciendo honor a su nombre, inmoviliza con sus dulces melodías a las personas, aves, reptiles y mamíferos que llegan a escucharla, como una sirena sin cola condenada a cantar únicamente en esta noche mágica.

Trujillo y su Berrocal (Marcos Otaño)

En otra cueva (oculta hasta esta noche), y esta vez en Trujillo, también habita una señora encantada y adivina a la que los enamorados pueden preguntar unan vez al año por su futuro. A las once y media de la noche del 23 de junio, la pareja debe acudir a la fuente de Santa Olalla y preguntar a la encantada si podrán casarse dentro del año. A las doce en punto se abrirán unas pizarras cercanas a la fuente y saldrá un carnero negro. Si topa por tres veces en las pizarras, la boda será un hecho.

Y si no tienen novia, pero quieren una (aunque sea encantada) no duden en acercarse esta noche a Berlanga, y comiencen a pasear, como quien no quiere la cosa, por las cercanías del pozo de la Mineta. Si las indicaciones de Publio Hurtado son correctas, les saldrá al paso una perrita negra. No se corten y síganla, porque no es otra que la perra de Pepa, una bella dama encantada que espera en las negras profundidades a que un caballero valiente la rescate.

La pobre Pepa se encuentra condenada en aquellas profundidades como pena a una supuesta infidelidad que su marido, un mago con bastante mala leche, decidió castigar arrojándola para siempre a la oscuridad del pozo seco, en donde, por si fuera poco, tiene que escuchar continuamente a una lechuza llamándola “fea” por toda la eternidad.

Con un castigo como ese y calculando el tiempo que la pobre lleva encerrada, ya le digo yo que por muy feo que sea usted, a la Pepa la tiene ganada.

Es lo que tiene San Juan, que reparte prodigios como si fueran pan.

 

 

 

 

 

 

 

La cueva de Los Postes: Dioses, antropófagos y poseídos

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Grupo de homo sapiens en la cueva de los Postes de Fuentes de León

Grupo de homo sapiens (Cueva de los Postes de Fuentes de León)

En el momento en que uno se adentra en las profundidades de las cuevas  que horadan el subsuelo de Fuentes de León siente que está entrando en un extraño mundo donde las épocas se confunden y la realidad se convierte en magia.

Fuentes de León es santiaguista y templaria, y bajo su legendario castillo del Cuerno se abren las grutas que esconden maravillas, misterios y sorpresas aun sin descubrir.

Al abrigo de un cerro conocido en la antigüedad como “la patada de Dios” y anteriormente la “Patada de Alá”, en las ultimas estribaciones de Sierra Morena, se encuentra este encantador pueblo de arquitectura serrana. Y a siete kilómetros de la localidad, entre encinas y bajo tierra nos encontramos con la cueva de Los Postes.

Fue en el año 2001 cuando un grupo de geólogos descubre en ella restos óseos junto a diversos restos arqueológicos; hallazgo que originaría el comienzo de las excavaciones por un equipo de expertos, dirigidos por el entusiasta arqueólogo Hipólito Collado, uno de los muchos lujos que tenemos en Extremadura.

Entrada a la Cueva de los Postes (Fuentes de León)

Entrada a la Cueva de los Postes (Fuentes de León)

Collado, en sus excavaciones, ha llegado hasta una capa, bajo las coladas, que los geólogos han tasado en 200.000 años de antigüedad. Allí, junto a restos de osos pardos (los más antiguos de la península ibérica), megaciervos ya extinguidos de enormes cornamentas, mamuts, uros, hienas, y tortugas gigantes apareció un objeto casi imposible… ¡Un peine!

Los arqueólogos se excitan ante el hecho, ya que si ha aparecido un peine es posible que aparezcan restos humanos de esa antigüedad… y efectivamente, el hueso que están buscando, aparece. Aparece lo mínimo que se despacha, pero lo suficiente como para dar la vuelta a la historia.

El descubrimiento es una pequeña falange humana. La falange del primer neandertal de Extremadura, posiblemente incluso preneandertal, lo que tiraría por tierra la teoría oficial de que los humanos entraron en la península ibérica por los pirineos, y demostraría que el hombre pudo entrar en la península ibérica por el sur.

La hipótesis es tan impactante y el proyecto tan prometedor que tanto el gran paleontólogo Juan Luis Arsuaga, codirector de Atapuerca, como su equipo, se han interesado y han colaborado en las excavaciones extremeñas.

Cueva de los Postes (Fuentes de León)

Interior de la Cueva de los Postes

A medida que avanzamos en el tiempo llegamos a la época neolítica, momento en el que, gracias a algunos restos aparecidos dan fe de su utilización como cementerio secundario. En un primer momento se pensó que aquellos hombres dejaban a sus difuntos en el exterior de la cueva, en un pudridero, y luego eran depositados en su interior con su ajuar funerario, ya que hachas de piedra, cuchillos de sílex, puntas de flecha y otros elementos han aparecido disgregados junto a los fragmentos óseos.

De hecho, observando con atención la cueva es posible descubrir a simple vista restos cerámicos, incluso una vasija invertida soldada con el carbonato cálcico, como base de una estalagmita; fragmentos de una costilla, un fémur o una tibia humana, y el brillo de pequeñas piezas dentales incrustadas en el ocre de los sedimentos. En total ya han sido desenterrados los restos óseos de un centenar de individuos.

Pero está hipótesis del cementerio ritual quedó descartada al descubrirse cráneos y huesos asados y cocinados, con señales de dientes humanos. Pero los habitantes de la cueva de los postes no eran caníbales, sino antropófagos, es decir, no mataban a sus congéneres, solo se los comían, posiblemente debido a la necesidad, ya que se han encontrado restos de pino negro, un árbol que solo crece en climas muy fríos, casi glaciales, lo que indica que esa parte de Extremadura, en esos momentos, estaría cubierta de nieve, los ríos estarían congelados y sería muy difícil conseguir comida.

La naturaleza adversa hizo que nuestros antepasados derivaran en una antropofagia por necesidad, y de hecho, sabían perfectamente que partes del cuerpo tenían que comer para aprovechar mejor los nutrientes, ya que se han encontrado una columna vertebral a la que se le había arrancado la médula.

Los estudios óseos describen a niños muertos prematuramente, y a adultos que no superaban los 30 años, que era la edad estimada de supervivencia. Muchas mujeres mueren en el parto. En algunos huesos aparecen trazas de canibalismo, con raspaduras, fracturas y señales de haber sido cocinados. Después de consumir los animales domésticos, las semillas, los restos vegetales y la escasa caza las familias ofrecían a la comunidad sus componentes más débiles, niños y ancianos. Curiosamente no tenían caries, porque no consumían azúcar, pero sufrían un terrible desgaste molar que llevaba a los más viejos a morir por desnutrición, porque llegaba un momento en que no podían masticar y morían, literalmente, de hambre.

Cráneo trepanado de la cueva de los Postes (Fuentes de León) . (Fotografía cedida por Hipólito Collado).

Cráneo trepanado de la cueva de los Postes. (Fotografía cortesía de Hipólito Collado).

 De este tiempo se ha hallado un extraño cráneo, que en un principio se pensó que era de un mono. Pero los estudios revelaron que era humano de unos 18 años, que estaba deformado y trepanado y que pertenecían a un individuo al que los arqueólogos han llamado, entre ellos, “El tarao”.

Lo que inicialmente confundió a los antropólogos fue la extraña deformación de su frente, cuyo análisis ha revelado que la deformación se debió a que el sujeto permaneció amarrado fuertemente con un correaje en la cabeza dentro de la cueva durante buena parte de su vida, como si el resto de la comunidad creyera que estaba poseído por algún espíritu o temiera que supusiera alguna amenaza para ellos.

Quizás por eso sufrió la trepanación de su cráneo hasta tres veces en vida, tal vez para curar alguna dolencia, dejando, según sus creencias, que el causante de ese mal saliera por el orificio  practicado. Estas creencias eran asumidas y las trepanaciones practicadas en tribus de África y en Egipto.

Sin embargo, “El tarao” no murió por ninguna de las tres trepanaciones, sino por una fractura en el cráneo, no sabemos si asestada por los miembros de la tribu para que dejase de sufrir, o bien por el propio individuo por no soportar el dolor.

Y seguimos avanzando en el tiempo. Hace sólo dos mil años los romanos venían aquí a rezar a dioses ignotos y ctónicos, utilizando el lugar como santuario sagrado. Por eso, nada más descubrirse la cueva los arqueólogos encontraron en las primeras capas de sus excavaciones restos de cerámicas, monedas romanas, terracotas con imágenes de dioses, vasijas, cuencos o lucernas, objetos de culto a antiguas deidades.

 

Lucerna romana aparecida en el santuario de la Cueva de los Postes

Lucerna romana hallada en la Cueva de los Postes

Como afirma Collado, la última gran ocupación detectada en estas cuevas nos traslada hasta la época romana, “momento en el que las cuevas son utilizadas nuevamente como espacios rituales, en donde se depositan ajuares para rendir culto a divinidades relacionadas con el mundo subterráneo, manteniendo de este modo rituales, que posiblemente ya eran realizados por los grupos indígenas ya asentados en esta territorio”.

Los romanos utilizan la cueva como santuario importante, al que se desplazan, para hacer sus ofrendas, desde un poblado que se halla a unos tres o cuatro kilómetros, remontando la ribera de un río próximo, y en el que todavía son visibles las columnas y capiteles de la antigua villa romana. Vestigios de esta ocupación romana también aparecen en la Cueva del Caballo y en la Cueva del Agua.

Con el tiempo, la entrada a la cueva se derrumba, y se convierte, literalmente, en una madriguera. De hecho, un zorrillo mostró el camino a los descubridores. Curiosamente, a los habitantes de Fuentes de León se les apoda “los zorros”.

En el año 2001, con la entrada del milenio, se inician las excavaciones en la cueva de Los Postes, unas grutas que actualmente (Y excepto en los momentos de campaña) cualquiera puede visitar junto a otras maravillosas cuevas  de la zona.

Para poder visitar el Monumento Natural “Cuevas de Fuentes de León”, solo es necesario pedir cita con antelación al 924 724 174 (Oficina de Turismo). Desde allí se ofrecen visitas guiadas a las cuevas. Vale (y mucho) la pena.

Palabra de sapiens.

 

El “bárbaro” asesinato de las nobles de Mérida y el tesoro de las tumbas suevas

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img_6499_edited_editedCorría el año 2005 cuando los arqueólogos del Consorcio de la Ciudad Monumental de Mérida hicieron un  enigmático descubrimiento: ocho sepulturas en el Corralón de los Blanes, un enorme  jardín  particular invadido por la vegetación y  situado en el centro de la capital extremeña , concretamente en el número 41 de la calle Almendralejo.

El solar, relacionado con el culto a antiguas religiones mistéricas, (que ya había dado antes gratas sorpresas a los arqueólogos con la aparición en sus entrañas de un posible de rituales relacionado con el culto a la Gran Madre), acababa de retirar una vez más el velo de polvo y  siglos que ocultaba sus entrañas y enseñaba a sus muertos.

Pero estas  no eran ni  mucho menos las únicas ni las primeras sepulturas que aparecían en este lugar… Entonces ¿Qué tenían de especial?

De entrada, los arqueólogos descubrieron que los muertos que ocupaban estas tumbas tenían demasiado en común: todos los esqueletos pertenecían a mujeres muy jóvenes, seguramente aristócratas pertenecientes a la nobleza, cuyos cuerpos se enterraron adornados con bellas joyas de oro, zafiro y granates que reflejan la tradición orfebre de los pueblos provenientes de la lejana Turquía y del Asia Central, de oriente y del centro de Europa, de lejanas tierras desde las que vinieron a morir a Mérida…

Una de las jóvenes llevaba un paño en la cabeza con placas de oro (Jimber)

Una de las jóvenes sepultadas, tocada con un paño con placas de oro (Jimber)

Una de estas damas llevaba un precioso collar, ajustado al cuello, con delicadas láminas de oro repujadas, en forma de hojas y adornadas con granates, y la frente de una de las niñas se encontraba adornada con pequeñas plaquitas de oro, de distintas formas geométricas, cosidas a un paño.

Otra niña de siete años llevaba un manto que se unía al vestido por los hombros gracias  a dos imperdibles plateados. Y otra pequeña, de tan solo tres años, sujetaba su manto con dos imperdibles de oro en forma de mosca o abeja. En uno de sus pequeños dedos refulgía un anillo de oro y zafiro.

Gracias a estas joyas los arqueólogos afinaron más en su análisis: descubrieron en las tumbas un total de 124 piezas que conformaban las joyas que adornaban a siete mujeres y niñas de la nobleza sueva. Pero ¿Quiénes eran los suevos y que hacían en Extremadura?

 Los suevos son un pueblo (o una amalgama de ellos más bien) aún muy desconocidos, provenientes del  noreste de Europa y englobados en el término de “bárbaros”, junto a los alanos y los vándalos.

Algunas de las 124 piezas de oro aparecidas en las sepulturas (Jimber)

Algunas de las 124 piezas de oro aparecidas en las sepulturas (Jimber)

Tras la invasión de Hispania y el reparto de las tierras, el rey suevo Requila (también llamado Rechila o Riquila)  se enamoró de Mérida y decidió establecer su corte  en la ciudad entre los años 439 y 448, convirtiéndola en la capital de un reino independiente que abarcaba prácticamente toda la Península Ibérica.

A la muerte de Riquila el trono pasó a su hijo Requiario, pero sabemos por las fuentes literarias que algunos de sus familiares intentaron impedir su nombramiento. Sin embargo, y según afirma el historiador Daniel Gomez Aragonés – autor del libro “Bárbaros en Hispania”- estos miembros de la nobleza sueva que se opusieron a la sucesión  no tuvieron la suficiente fuerza como para impedir la llegada al trono de Requiario.

Pero, ¿Por qué motivo se opondría la familia a que la línea sucesoria siguiese su camino natural? Pues la clave podemos tenerla si levantamos la mirada al cielo: el problema fueron los dioses.

Y es que  Requiario, el heredero,  decidió  abandonar el paganismo de sus ancestros y convertirse  en el primer monarca suevo de confesión cristiana.

Esta conversión al cristianismo y el consiguiente abandono de  los dioses antiguos a los que habían adorado tanto su padre con sus ancestros pudo ser la causa de la oposición de la familia a su acceso al trono.

Otra de las jóvenes sepultadas, con enganches de oro para el manto (Jimber)

Otra de las jóvenes sepultadas, con enganches de oro en forma de insecto para el manto (Jimber)

Y esta oposición al nuevo rey seguramente fue la perdición de los parientes. Porque si la familia se opone a que uno sea rey, hay que quitarse del medio a la familia, aunque nuestra nueva religión diga aquello de “no matarás”, y aunque aquellos a los que nos vayamos a cargar  tengan nuestra misma sangre. O precisamente por eso mismo.

Así que no es descabellado pensar que estas jóvenes muertas y enjoyadas fueron daños colaterales en una intriga cortesana por un “quítame allá esos dioses”.

Algunas de las piezas del tesoro, pertenecientes a un collar de oro y granates. (Jimber)

Algunas de las piezas del tesoro, pertenecientes a un collar de oro y granates. (Jimber)

Para saber si esta teoría era plausible nos dirigimos a Francisco Javier Heras Moras,  el arqueólogo  del Consorcio que dirigió junto a Ana Belen Olmedo la excavación en la que aparecieron los esqueletos, quien  nos confirmó que, efectivamente,  “es extraño encontrar tantas mujeres muertas con tan corta edad, todas aristócratas,  y todas fallecidas en un espacio de tiempo tan corto, ya que todos los enterramientos se producen en los nueve años en los que Mérida fue  sede de la corte sueva”.

De hecho, y aunque por ahora solo se puede considerar una hipótesis, se está considerando la teoría de que las tumbas puedan corresponder al ajusticiamiento de mujeres de una misma familia  realizado con el fin “cortar por lo sano” una determinada línea de sucesión.

Al margen de asesinatos y teorías conspiratorias, lo cierto es que ahora, y hasta el 7 de septiembre, el cuerpo (los cuerpos) del delito pueden contemplarse (al menos en fotografía) en la exposición “Suevas”, en el claustro de la Asamblea de Extremadura. Y también está allí, a escasos centímetros del visitante, el maravilloso tesoro dorado que cubría esos cuerpos, los esqueletos enjoyados de unas jóvenes aristócratas que pudieron ser víctimas inocentes de  un “bárbaro”  juego de tronos que truncó para siempre su vida y su linaje.

 

Fantasmas, monstruos y prodigios en la muerte de Carlos V

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Carlos V en Cuacos de Yuste (Jimber)

Carlos V en Cuacos de Yuste (Jimber)

Se cumplen ahora 460 años de la muerte en Extremadura del emperador Carlos I de España y V de Alemania. El 21 de septiembre de 1558 exhalaba su último suspiro el  hombre más poderoso de la época, asesinado por uno de seres vivos más insignificantes: el mosquito.

Fue en el monasterio de Yuste, en Extremadura, en un lugar mágico fundado entre leyendas y en el que el emperador había decidido retirarse de la pompa mundana. Pero el retiro fue más corto de lo que pensaba, porque enfermó de paludismo (de malaria, vamos, o de tercianas, como se llamaban esas fiebres  por estos lares) y  agonizó durante días hasta que expiró finalmente rondando el equinoccio de otoño.

Siendo el lugar mágico y la fecha también, no es extraño que según los frailes y los escritos, su muerte estuviera rodeada de hechos sobrenaturales: señales celestes, flores milagrosas, fantasmas embozados, extrañas aves ladradoras y hasta damas blancas anunciadores de fallecimientos de alcurnia.

Los fantasmas aparecieron antes incluso que la enfermedad.

Monasterio de Yuste (Jimber)

Monasterio de Yuste, último retiro del emperador Carlos V (Jimber)

La aparición del primer espectro la recogen el verato Delfín Hernández, caballero de la orden de Yuste, y el escritor Luis Martínez , quienes afirman que unos días antes de contagiarse, y mientras estaba  rezando en su habitación , al emperador se le apareció un misterioso espectro embozado.

Carlos, sorprendido, le preguntó su nombre, a lo que el fantasma respondió  desembarazándose de su capa. Lo que vio el emperador debió de dejarlo atónito, porque el fantasma era él mismo. O al menos, su doble, punto por punto, que además se dirigió a él anunciándole que su muerte estaba cerca, y que debía prepararse para morir.

Seguramente el fantasma no tendría ni que haber hablado, porque el que fuera emperador de Alemania tuvo que reconocer enseguida que la figura fantasmal que tenía delante era un Doppelgänger, el doble fantasmagórico de una persona viva que se considera  augurio de muerte en la cultura germánica.

Este papel de emisario de la muerte que constituye el Doppelgänger en la mitología  norteuropea lo encarna en la mitología  celta la Banshee, la Mujer de los Túmulos, una dama espectral y gritona que se aparecía a las familias nobles irlandesas para avisarlas de una muerte próxima.

Y al parecer, los Habsburgo también tenían una dama fantasmal que se encargaba de aparecerse a cada uno de ellos cuando la hora de la muerte estaba próxima: La Dama Blanca de Los Habsburgo.

La Dama Blanca (Gabriel Von Max, 1900)

La Dama Blanca (Gabriel Von Max, 1900)

Entre otros muchos miembros de la familia, tuvo la mala suerte de verla  María Antonieta en las Tullerías, cuando esperaba para ser guillotinada en 1792,  durante la Revolución Francesa.

También el archiduque Rodolfo la vio, si hacemos caso a el  periódico Le Figaro del 5 de febrero de 1889, quien publicaba días después de la muerte del archiduque que Rodolfo veía espíritus y fantasmas, y que la Dama Blanca se le había presentado.

Incluso se apareció una década después a la famosa emperatriz  Sissi en Montreaux, once días antes de ser asesinada en Ginebra, el 10 de septiembre de 1898, y a un montón de parientes menos conocidos pero igual de nobles…

Pues bien,  según  cuenta Paul Morand, la Dama Blanca de los Habsburgo inauguró esta tétrica y funesta tradición familiar  en Extremadura, apareciéndose por primera a Carlos V en Yuste justo antes de su muerte.

Ignoramos si solo se apareció uno de los fantasmas o se le aparecieron los dos, pero lo cierto es que el emperador pilló la indirecta y dispuso que le organizasen los famosos funerales en vida, unas macabras exequias que quedaron asimiladas a otras leyendas que surgieron alrededor de su muerte.

Y es que los sucesos sobrenaturales siguieron adueñándose del hasta entonces tranquilo monasterio de Yuste. Porque según cuenta en 1701 Faminius Strada, hasta los cielos se llenaron de extraños presagios:

 “…poco después que enfermó, se vio en España un cometa, al principio no de mucho resplandor, pero que, creciendo la enfermedad (…) aumentaba más la luz, hasta que, vuelta hacia el asiento de san Jerónimo la funesta crin, la hora en que Carlos dejó de vivir, él dejó de ser visto”.

No solo los cometas anunciaban la muerte del emperador. Cuentan en la zona que la noche de su  muerte la sierra de Tormantos se encontraba desvelada. Que ladraban los perros y balaban las ovejas en los apriscos, que las cabras anunciaban una extraña madrugada y que los gallos despertaron antes de llegar el alba. Y no fueron los únicos portentos: una azucena floreció esa noche en el jardín del monasterio.

Y no solo la sierra de Tormantos y el Vallle de la Vera se envolvía en prodigios. Más allá de las tierras extremeñas, en el reino de Aragón, la agorera campana de Velilla tocó sola anunciando la muerte del emperador, entrando a formar parte de las lista de las numerosas campanas sobrenaturales que pueblan nuestra geografía.

Y aún hay más, porque los sucesos extraños y maravillosos no cesaron con la muerte del emperador. Una semana más tarde (concretamente el 27 de septiembre de 1558) nos cuenta el prior de Yuste, fray Martín Angulo, cómo al disponerse  a acostarse escuchó en el claustro el ladrido de un perro. Salió de su celda con el fin de sacarlo extramuros y se extrañó al ver a unos cuantos frailes recostados en el antepecho de la galería, mirando al cielo.

  • Ese perro nos va a dar una mala noche como no lo echemos fuera del monasterio, dijo.
  • No es un perro el que ladra, Padre– le contestaron los frailes- sino aquel pájaro que está encima del tejado de la iglesia. Y ha ladrado ya cinco veces…

A parecer, como había una buena luna, todos los vieron con claridad. En el tejado se encontraba un pájaro del tamaño de un buitre, mitad blanco y mitad negro, que después de un rato salió volando.

Cinco noches seguidas estuvo esa extraña ave realizando el mismo ritual: Llegaba desde la parte de Jarandilla, ladraba cinco veces y se marchaba en dirección a Garganta la Olla. Y siempre se posaba sobre la sepultura del emperador, bajo el altar de la iglesia del monasterio, donde quiso reposar para que todo el sacerdote, mientras celebraba la misa, pudiese pisar su cabeza y su corazón.

A los pies del altar de la iglesia de Yuste enterraron al emperador (Israel J. Espino)

A los pies del altar de la iglesia de Yuste enterraron al emperador (Israel J. Espino)

Este ser tiene grandes similitudes con el llamado Pájaro de la Muerte, conocido en numerosas zonas de Extremadura y al que se relaciona con los fallecimientos.  Este Pájaro de la Muerte se asimila en algunos lugares con el cuervo, un ave que en ocasiones puede imitar sonidos como el ladrido de un perro.

Pues bien, tanto el cuervo como el mismo perro son animales psicopompos, es decir, que según la mitología son los encargados de trasladar el alma de los difuntos al Mas Allá.

Quizás en este caso, esa extraña bestia que se posaba noche tras noche sobre la tumba del emperador, venía a llevarse su alma a las regiones etéreas, pero el cuerpo se quedó aquí. No en Yuste, donde duró poco, sino en la cripta real  del monasterio del Escorial, rodeado de todos los suyos, momificado y sin meñique.

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Pero aunque la momia ha podido contemplarse en algunas ocasiones, en algunos lugares de  Alemania, según recoge el folclorista  y etnógrafo Van Gennep aún se cree que Carlos V, al igual que ocurre con Federico Barbarroja, no ha muerto, sino que vive en el interior de la legendaria y misteriosa montaña de Untersberg, cerca de Salzburgo. Está dormido,  sentado junto a una mesa. Su barba ya ha rodeado dos veces ese mueble, y se asegura que cuando la haya rodeado por tercera vez, el emperador despertará y llegará el fin del mundo.

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Será cuestión de acercarse con un buen barbero. Por si acaso.

 

 

 

 

 

 

 

 

Ni Truco ni Trato: Chaquetía.

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Parece que de un tiempo a esta parte el marketing estadounidense nos ha metido con calzador las tradiciones anglosajonas relacionadas con “Halloween”, y hay voces que se levantan contra esa nueva invasión.

Quizás muchas de estas personas se sorprendan al comprobar que estos rituales son los mismos que ya teníamos hace cientos de años, solo que envueltos en papeles brillantes y máscaras plastificadas, como todo lo que exporta el país más consumista del mundo.

Ya hemos escrito en otra ocasión de las calaveras conquis extremeñas, (remanentes de nuestro pasado celta y de las fiestas de Samahin) como antecedente de las calabazas de Halloween, y vamos a desgranar ahora cómo también teníamos en estas tierras hasta hace muy poquitos años, el famoso truco o trato.

Hasta no hace mucho tiempo, en un área enorme que comprende parte de Europa, Asia menor y Asia central, turbas de niños y niñas, durante los doce días entre Navidad (25 de diciembre) y el día de Reyes (6 de enero) , solían ir de casa en casa cantando letanías y mendigando dulces y pequeñas sumas de dinero. Los improperios o maldiciones que acompañaban a una eventual negativa a la donación conservaban una antigua connotación agresiva recogida ya por Asterio, un obispo capadocio, en el año 400. La costumbre, en Extremadura, ha sobrevivido hasta nuestros días, aunque trasladada a los primeros días de “la época oscura”: el mes de noviembre.

En numerosas áreas geográficas era clásica  hasta hace muy poco tiempo la imagen de los monaguillos pidiendo casa por casa “limosna para las ánimas benditas“.

Calabaza en la fiesta de La Diabla, de Valverde de Leganés (Israel J. Espino)

Calabaza en la fiesta de La Diabla, de Valverde de Leganés (Israel J. Espino)

En esta turba de chicos y chicas que corrían por el pueblo (algunos con esas “calaveras” de melones y sandías iluminadas por velas) algunos historiadores como Ginzburg ven claramente una representación de la Compañía de los Muertos, que según la tradición se aparecía con especial frecuencia durante esos doce días. Y lo cierto es que, a poco que rasquemos en la imagen, la identificación de los pequeños pedigüeños con los muertos es innegable.

En primer lugar, la tradición oral afirma que no solo la recolecta es para las propias ánimas, sino que son ellas mismas las encargadas de recogerlas, encarnadas en los vecinos del pueblo que ejercen el ritual petitorio, como recoge esta copla recogida por Guadalajara Solera en Navaconcejo.

 

Las ánimas a tu puerta

Pidiendo limosna están

No les digas que perdonen

Pudiéndolo remediar.

 

En Garrovillas de Alconétar, como contaba  Moisés Marcos De Sande  en vísperas de Todos los Santos (en inglés, All Hallow’s Eve, o Halloween)  los monaguillos recorrían el pueblo de casa en casa al conjuro de “Tous los Santus”, recibiendo limosnas en dinero y en especie para la cena y la fogata, y dibujando una artística cruz con carboncillo en las fachadas de las casas donde les dieron limosnas, para que no entrase el diablo en ellas. Pedían también leña para calentarse en la torre, donde estaban toda la noche tocando las campanas que “doblaban” a difunto.

Los niños piden por las casas en el día de Los Santos (Jimber para Extremadura Secreta)

Los niños piden por las casas en el día de Los Santos (Jimber para Extremadura Secreta)

Sin embargo, y con el tiempo, esta “chaquetía” (o “chaquetilla” , o “saquitía”, según  el pueblo) que se pedía para hacer la noche en vela de los monaguillos menos dura en el campanario, poco a poco se fue extendiendo al resto de los niños y jóvenes, quienes pedían productos para poder luego degustar esta comida comunal en el campo.

Así, por las tierras de Hurdes Bajas, dan el nombre de “chiquitía” a una colecta infantil que se realiza la mañana del día de Todos los Santos. Cuenta el etnógrafo Felix Barroso como cuadrillas de muchachos van a casa de sus abuelos, padrinos y otros familiares y allegados, donde se les entregan diferentes donativos: higos pasos, nueces, granadas, membrillos, dinero…

Jóvenes vestidos de calaveras mejicanas (Jimber para Extremadura Secreta)

Jóvenes vestidos de calaveras mejicanas (Jimber para Extremadura Secreta)

De hecho, el chantaje del trick-or-treat (truco o trato) anglófono tiene sus antecedentes en la amenaza que en algunos lugares, como cuenta Jose Maria Dominguez Moreno que se hacía en las aldeas del río Esperabán, donde a la hora de pedir por las casas se cantaba aquello de:

 

Tía, me dé la chiquitía,

que si no, viene el gatu rabón

y le tira la puerta

con un empujón.

 

En otros lugares  la amenaza era igual parecida:

 

Tia María

demi vusté la chaquetía

o si no le cortu el su rabu

i la su torzia

 

O el más expeditivo de:

Los Santos o te rompo los cántaros

Ante esta amenaza latente los adultos, como sucedía en Ceclavín, el día de Todos los Santos,  tenían en la entrada de la casa, ya preparada, una cesta con higos para ofrecer a los niños que iban pidiendo por las casas … Si esto no es el antecedente directo de los caramelos del Halloween estadounidense, que vengas los dioses celtas y lo vean.

 

 

 

 

Los “asustaniños” extremeños

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A lo largo de la historia todos los padres  que en el mundo han sido han utilizado a determinados personajes humanos, fantasmales o monstruosos para atemorizar a sus hijos con diferentes fines: evitar que se acerquen a lugares peligrosos, lograr que se duerman, conseguir que obedezcan…

La mayoría de los asustaniños que vamos a ver no son puramente extremeños, sino que pertenecen a esa gran familia del temor ibérico, mientras que algunos son exclusivamente autóctonos. Unos conservan, algunos se han trasformado con los tiempos y otros se han perdido, como el Bú, un fantasma o ser imaginario emparentado con otro mucho más famoso: el Coco.

El Coco  representa el terror indefinible, el miedo ancestral a lo desconocido, a  lo que no puede expresarse con palabras. Para el recopilador Manuel Martín es el paradigma del  terror individual y propio de cada ser humano. Para  Publio Hurtado, la palabra deriva de la griega “kakos”, que significa feo o deforme, aunque a este fantástico nunca nadie ha conseguido verlo, ni mucho menos describirlo, aunque muchos hayamos cerrados los ojos al son de la nana terrorífica más conocida:

 

Duérmete niño, duérmete ya

Que viene  el coco y te comerá.

 

Duerme, vida mía, que viene el coco

Y se lleva a los niños que duermen poco.

 

La palabra “coco” está registrada por primera vez en Portugal en 1518, con el significado de  “fantasma que lleva una calabaza en la cabeza”, lo que lo emparentaría con nuestras pantarujas, aullones y marimantas, fantasmas ensabanados con los que se atemorizaba hasta hace bien poco a los niños… y a los mayores.

Ilustración: Borja González Hoyos

También aterraba La Mano Negra  es una terrorífica mano sin cuerpo que oprime el pecho de los durmientes y ahoga a los niños desobedientes. La mano monstruosa va acercándose lentamente a la habitación del niño, anunciando a cada paso su situación:

  • La mano negra soy y por las escaleras voy….

A la Mano Negra  también se la denomina Manona, o Mano Pelúa, como la que recorría en el siglo pasado cierta calle de Ahigal.

Pero si los pueblos tenían sus asustaniños  no iban a ser menos enclaves tan tenebrosos como los castillos que tanto abundan en Extremadura.  La Caragontía , también llamada Taragontía  y Zaragutía es un ser híbrido , una mujer con la parte inferior de su cuerpo en forma de serpiente que  vive oculta en las mazmorras y los pasadizos de  algunos los castillos extremeños como el de Montánchez y el Alconchel, y que  tiene su equivalente en  la Tragantía del castillo  andaluz de Cazorla.

En el castillo de Azuaga los niños temían a Juan Colorín, con su porra y su candil, y en el resto de Extremadura, aunque no tuvieran castillos, se atemorizaba con una buena plantilla de raptores de niños.

El Tío Camuñas es un personaje que se utiliza  en casi toda España para asustar a los niños desobedientes. Sin embargo, existió un Camuñas real, cuya biografía recoge el gran Jesús Callejo en su libro “Ogros, cocos y hombres del saco”. Se llamaba Francisco Sánchez y había nacido en Camuñas (Toledo) en 1762. En la guerra de la independencia los franceses  mataron a su hermano, por lo que juró venganza y se convirtió en guerrillero, combatiendo a las tropas de Napoleón, entre las que se hizo popular al grito de “¡Que viene el tío Camuñas!”. Su nombre fue sinónimo de miedo, al menos para los franceses, entre los que se presentaba como un ser terrorífico. De Francia su fama paso a  Cataluña. De ahí a Castilla y después al resto de España.

En Alcántara se decía “que viene el pobre”, o “que viene la tia Turrata”, personajes que competían con otro raptor temible: el famosisimo Hombre del Saco, que para Manuel Martín es la encarnación “del miedo a desaparecer, a que nos separen de los que amamos, de nuestra cotidianidad, a ser llevados contra nuestra voluntad y para siempre, fuera del mundo que conocemos, para sumergirnos en un mundo desconocido y pavoroso”. Se le describe como un hombre mal vestido, con un enorme saco a la espalda donde mete a los niños para llevárselos. De carácter eminentemente urbano, su fama se incrementó en el siglo XIX, formando parte de las leyendas urbanas contra la industria que afirmaba que la grasa humana, preferentemente de niños, era fundamental para hacer funcionar determinadas maquinas, como las locomotoras, por lo que lo que una serie de hombres recorrían las calles secuestrando niños para obtener así la grasa que la industria necesitaba.

El Tío del Sebo, el Cortasebosel Sacamantecas serían la encarnación del miedo a que nos maten sin poder hacer nada sin impedirlo, con el agravante de que sea con una muerte violenta. Va armado con una enorme navaja con la que abrir en canal  a los niños que caen en sus manos para sacarles las mantecas.  Su origen, por desgracia, es muy real, ya que fue el protagonista de algunos asesinatos que conmovieron a Extremadura a comienzos del siglo XX, debido a que se creía que la sangre de los niños y los emplastos con sus grasas podían curar la tuberculosis.

El mismo origen tienen los Sacasangres, algunos autóctonos como el siniestro  Barquero del Colmillo que navegaba por el Guadiana, cerca de Cheles, en busca de nuevas víctimas.  Con su presencia se disuadía a los niños de que se acercasen al rio, en ocasiones peligroso. Y es que el agua ha sido siempre un lugar ideal para esconder a todo tipo de asustaniños…

Ilustración: Borja González

La criatura utilizada para evitar que los niños se acerquen a los pozos y que supuestamente vive en ellos, recibe, entre otros, los nombres de Maruña (Quintana de la Serena) un nombre parecido La Garduña que se esconde en los pozos de Villafranca de los Barros.

Ilustración: Borja González Hoyos

En Santiago de Alcántara se afirma que el que vive en los pozos es El Garabatero, mientras que en Orellana la Vieja, en el fondo del pozo Airón vivía el Pezmulo.

Más habitual era que los pozos estuviesen habitados por mujeres, especialmente moras encantadas, o viejas medio brujas como la Moraquintana de Santibañez el Bajo.

El nombre es muy similar al de la  Moracantana que se lleva con ella al fondo del pozo a las niñas  curiosas que se asoman a los brocales en la noche de San Juan, en Montánchez. Este personaje  también vive en los pozos de lugares tan alejados entre sí como Guareña y Cilleros.

Tanto  monta la moracantana como la Cantamora (una mora que canta) que es la que habitaba un pozo en el Chorrillo, en el pueblo pacense de Bienvenida. Decían los mayores que siempre que algún niño travieso se acercaba por allí y se asomaba al brocal la Cantamora se apoderaba de él y no volvían a verle nunca más.

Pero no solo los pozos eran lugares peligrosos. Los desvanes eran sitios a los que los niños no debían subir solos, y por eso se poblaban con seres come niños como la antropófaga  Cabra Montesina o  el Zamparrón, con cara de ogro y voz gutural, y de una voracidad insaciables. Vive en la intemperie, pero cuando le entra el hambre se cuela en las casas para zamparse todo lo que se encuentre, especialmente a los niños.

Algunos seres mitológicos se han utilizado también como asustaniños, como la Jáncana o la Chancalaera, ambas figuras de la tradición oral de Las Hurdes. La frase ¡Que viene la Jáncana y te lleva! Se ha utilizado hasta hace poco tiempo por las madres hurdanas.

Ilustración: Borja González

No es extraño que los seres mitológicos asusten, pero menos extraño es que se asuste con el malvado por excelencia: El Diablo. En Valverde de Leganés se asusta a los niños con La Diabla, un personaje que se festeja todos los años durante San Bartolomé. En otros lugares  de Extremadura cuenta Publio Hurtado que se  asustaba con el demonuelo Pardillín, hijo del mismo Belcebú, una especie de duende que cuando escucha la voz de su padre abandona su sitial, cerca del fuego y, gateando  por los llares, desaparece por las chimeneas.

Y en Fuente de Cantos aún hay quien me cuenta que sigue teniendo pesadillas  con los Ramiros que les atemorizaron de pequeños, unos personajes demoniacos  que se presentaban en las casas a lo largo del fin de semana que cerraba la Semana de Pasión con una frase que hacía temblar a las pobres criaturas:

  • – ¿Hay aquí algún niño que se haya portado mal?

Sin embargo, los adultos hemos perdido el miedo a estos personajes, aunque sigamos desobedeciendo a nuestros mayores, durmiendo poco y mal y acercándonos a lugares peligrosos para hacernos selfies. Así que no se extrañen si cualquier noche, cuando menos se lo esperen,  escuchan un leve sonido de algo arrastrándose por el suelo y  una tenebrosa voz ronca que susurra en la oscuridad:

  • – La Mano Negra soy… y a los pies de tu cama estoy!

Entre la Navidad y los Reyes Magos cabalgan los muertos por estos pagos

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Los aparecidos son huéspedes del invierno. Y la estación fría está ligada, especialmente entre los germanos, al recuerdo de los muertos.

El solsticio de invierno, ya se consideraba fundamental para nuestros antepasados prehistóricos, pues establecían la relación de que, a partir de ese momento, el sol comenzaba a crecer de nuevo para alumbrar la tierra.

Un ejemplo lo tenemos en el sepulcro megalítico de Huerta Montero, en la localidad pacense de Almendralejo, en el que cada 21 de diciembre las nieblas que envuelven a la Vega de Harnina como un sudario blanco comienzan a deshilacharse. La orientación de la tumba está  proyectada para que el sol penetre a través del corredor en la cámara el día más corto del año, para poder celebrar  una ceremonia que ofrendara la luz del nuevo sol a sus difuntos.

Durante el solsticio de invierno los rayos del sol penetran en el sepulcro megalítico de Huerta Montero (A. Briz)

Durante el solsticio de invierno los rayos del sol penetran en el sepulcro megalítico de Huerta Montero (A. Briz)

Pero no solo es en el solsticio de invierno cuando los muertos se acercan a nosotros. Durante los doce días que van desde Navidad  a Reyes aparecen por los cielos europeos “la cacería Salvaje” y el “Ejército furioso” formado por todos aquellos que murieron antes de tiempo y que deben vagar por la tierra hasta que se cumpla el tiempo que tendrían que haber vivido.

De hecho, en el folklore del Cáucaso, en el periodo comprendido entre Navidad y la noche de San Silvestre, se cree que algunos individuos abandonaban sus cuerpos para viajar en espíritu, cabalgando sobre animales u objetos  al reino de los muertos.

En Extremadura aún quedan, si sabemos buscarlos, claros trasuntos de estas creencias, como la de la Mala Behtia, un grupo de muertos y diablos de los que me contaba el investigador Félix Barroso que acudían a los pueblos hurdanos a por las ánimas de los difuntos, que venían por el aire y que trataban de llegar al lecho  del muerto a través del “lumbreru”, una especie de rústica chimenea.

Si el cortejo nocturno venía por tierra, entonces uno de los que lo componían, que traía una escalera de palo al hombro, la colocaba sobre la pared de la casa y accedían todos al “lumbreru” o chimenea. Y es que Papá Noel tiene un pasado mucho menos edulcorado del que nos han vendido…

Numerosas tradiciones del norte de Europa coinciden en que las apariciones ultratumbales aumentan en este periodo del año, durante el ciclo de los Doce Días (Navidad, Fin de Año Y Reyes) días en los que en Francia se ve pasar el Cortejo infernal mientras que en Escandinavia los grupos de aparecidos recorren los aires y roban comida a los vivos.

También es significativo que los Doce Días de Navidad fueran originalmente los Zwölften (los Doce), que al igual que el mismo período en el calendario celta eran un período intercalado durante el cual se pensaba que los muertos vagabundeaban por la tierra.

 De hecho, estos días que se encuentran comprendidos entre nuestras festividades actuales de Navidad y Reyes eran también considerados “Días de los muertos”, y quizás por eso la Cofradía de Ánimas de Casar de Cáceres, realice su marcha petitoria precisamente la noche de Reyes.

La Cofradías de Ánimas recorre en la Noche de Reyes el pueblo de Casar de Cáceres (A. Briz)

La Cofradías de Ánimas recorre en la Noche de Reyes el pueblo de Casar de Cáceres (A. Briz)

Y en algunos pueblos extremeños aún se coloca un plato en la mesa para el pariente difunto, con la convicción de que puede estar cerca en estas noches tan familiares.

Así que no se dejen confundir por las luces de colores, el espumillón y los villancicos. Porque quizás las luces deslumbrantes  estén ahí precisamente  para impedirnos contemplar  como, sobre el cielo nocturno, los cortejos de muertos cabalgan sobre caballos fantasmales y machos cabríos  en busca de almas incautas que abarrotan las calles frías y los centros comerciales. Felices fiestas.

 

 

 

Las niñas endemoniadas de San Benito, la ermita de los mensajes ocultos

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Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que en la ermita cacereña de San Benito se curaban mudos, cojos y mancos, se realizaban teletransportaciones de continente a continente y se sacaba a los demonios de los cuerpos de pequeñas niñas que aullaban poseídas y hablaban con voces infernales.

La ermita  se yergue ahora  escondida en una moderna urbanización de chalés, pero cuando se levantó, antes de la conquista musulmana, se encontraba enclavada en un lugar mágico del que algunos investigadores, aún hoy, han encontrado numerosos indicios.

ermita de San Benito (Cáceres) (A. Briz)

Los muros de la ermita de San Benito esconden  numerosos secretos  (A. Briz)

Un enclave mágico

El historiador cacereño Antonio Rodriguez González ha investigado a fondo el origen de la ermita y su posible vinculación con las órdenes militares, y ha coincidido, al igual que otros investigadores, en afirmar que el lugar donde se levanta la ermita no es casual.

Para Rodriguez, existe una  alineación de ermitas que  coincide con un camino histórico: la antigua calzada romana que unía Medellín con el puente de Alcántara, e incluso se plantea “una vinculación de esta vía de comunicación con los templarios, ya que existe constancia documental de que la orilla norte del puente de Alcántara estuvo en posesión de dicha orden, al menos entre 1295 y 1307”.

A raíz de sus recientes investigaciones, sostiene que el origen de algunas  ermitas cacereñas se remontaría al siglo XIII, y su fundación y patronazgo tendría que ver con la Orden del Temple y el control que ésta ejercía sobre el Camino de la Plata como cañada trashumante y ruta de peregrinación. “No olvidemos que los templarios adoptaron desde sus inicios la regla benedictina, en su versión cisterciense, y podríamos considerarlos como el brazo armado de la orden monástica”, señala Rodríguez.

La numerología de la arquitectura, como el número de arcos, ofrece claves para el conocimiento. (A. Briz)

La numerología de la arquitectura, como el número de arcos, ofrece claves para el conocimiento. (A. Briz)

Esta función de hito en el camino de peregrinación en el camino Mozárabe de la Ruta de Santiago la suscribe también el arquitecto técnico Agustín Flores, quizás la persona que más años ha dedicado al estudio de este enigmático lugar y el que mejor lo conoce, ya que es el técnico del ayuntamiento de  Cáceres que ha llevado a cabo los trabajos de recuperación de la ermita. Flores descubrió pronto que el edificio y su enclave escondían numerosos secretos tanto en su  forma material como inmaterial.

Un reloj de tiempo y  un lugar de magia blanca

Agustín ha estado investigando durante los últimos dieciocho años todas las materias que pueden ayudarle a desentrañar los enigmas que encierra la ermita: arquitectura, astronomía, astrología, geometría, geología, arqueología, radiestesia, misticismo, filosofía, marcas de cantero, simbología, cábala, alquimia, mitología o cultos religiosos, desde el cristiano hasta el hebreo pasando por el islam y concretando en los ritos benedictinos y templarios.

Flores, ayudado por radiestesistas,  ha encontrado en determinados puntos de la ermita una gran afluencia de energía telúrica, situados estratégicamente en lugares claves del edificio.

Agustín Flores afirma que el sol y la luna hacen de la ermita un reloj de tiempo (A. Briz)

Agustín Flores afirma que el sol y la luna hacen de la ermita un reloj de tiempo (A. Briz)

Flores también ha seguido durante los últimos seis  años el movimiento del Sol y la Luna, tanto en el interior como en en el exterior, en determinadas fechas y  en horas precisas, y  ha concluido con un descubrimiento sorprendente: la arquitectura de la ermita está realizada para que funcione como un reloj de tiempo donde gracias a las proyecciones del sol y de la luna se marcan los equinoccios, los solsticios y otras fechas importantes para los que la construyeron y para aquellos que allí moraban.

También la piedra fundacional de la ermita y las pinturas murales que aparecieron al restaurar el edificio parecen guardar determinadas claves para descifrar el enigma de San Benito.

Las pinturas murales parecen guardar algunas claves (A. Briz)

Las pinturas murales parecen guardar algunas claves (A. Briz)

Flores está convencido de que en San Benito se empleó la magia blanca, lo que no es sorprendente teniendo en cuenta que allí tuvieron lugar más de dieciséis milagros en el siglo XVI, unas curaciones  milagrosas se producían tras pasar un periodo de nueve días (número mágico en la ermita, cuya planta tiene precisamente forma de nueve) durante los cuales se rezaba en comunidad siguiendo un recorrido dentro de la misma que hoy desconocemos. “Esto –afirma Flores-  nos hace pensar que San Benito se comportaba por entonces como un resonador de energías tanto telúricas como cosmológicas y que eran utilizadas junto con los rezos y la sapiencia de los benedictinos para dichas curaciones”.

La piedra fundacional que encontraron oculta puede guardar un código templario (A. Briz)

La piedra fundacional que encontraron oculta puede guardar un código templario (A. Briz)

Las niñas poseídas

Pero quizás las curaciones más espectaculares sean las expulsiones de los demonios de los cuerpos femeninos,  especialmente de niñas. José Luis Hinojal, en su libro “Magia y superstición en la vieja villa de Cáceres”, ha recogido algunos de estos exorcismos.

El primero del que se tiene noticia sucedió en 1530, con la llegada de una niña poseída, Isabel de Orellana, procedente de la villa de Búrdalo (hoy Villamesías) cuyos padres recorrieron con ella las diez leguas que separaban su casa de la ermita.

Dentro de la ermita existen determinados puntos en los que fluye la energía telúrica (A. Briz)

Dentro de la ermita existen determinados puntos en los que fluye la energía telúrica (A. Briz)

Nada más entrar en ella  el padre comenzó a enumerar a viva voz las iglesias a las que pensaba acudir si la niña no sanaba, hasta un total de doce. De pronto, de lo más profundo del cuerpecito de la niña emergió la voz del maligno que se encaraba con sorna al padre, diciendo:

– ¡Cuéntalas! ¡Cuéntalas!

Tras llevar a  la niña a rastra hasta el altar y sujetarla de rodilla, el demonio abandonó finalmente el cuerpo, “dando señal” de su huida en la forma de una moneda de origen medieval, una “blanca”, que salió de la boca de la niña y que, como testimonio mudo del suceso, se fijó con un clavo en la puerta de la iglesia.

No es extraño que la restauración de la ermita haya aparecido alguna de estas monedas entre los muros, porque al parecer era la señal que daba el demonio, al menos en San Benito, para asegurar que había abandonado el cuerpo de los posesos.  Y cada moneda que el energúmeno echaba por la boca era un demonio expulsado, por lo que la posesa  Juana Vivas, vecina del Casar, expulsó el  5 de enero de 1533 tras  su exorcismo tres monedas blancas melladas, pues tres eran los demonios que habitaban en su cuerpo, quizás porque al ser adulta más espacio tenían.

 Otra blanca y algunas cintas fue lo que expulsó por la boca otra niña poseída, Isabel González, quien una mala mañana  de 1532 despertó hechizada y con  señales de haber entrado en ella el mismo demonio, pues aborrecía todas las cosas sagradas y espirituales. Como la medicina no acertaba a sanarla, la llevaros a San Benito, donde temblando y profiriendo voces espantosas, subieron a Isabel al santasanctórum del templo y la encararon con el Viejo, forzándola a abrazar la imagen.

La crónica, que no tiene que envidiar nada a las más terroríficas películas, la recoge magistralmente Hinojal en su obra:

“Ataron a la niña uniendo los dedos pulgares de sus manos, con tal violencia que sólo se escuchaban sus fuertes gemidos y gritos, al tiempo que observaban cómo su cuerpo se retorcía adoptando extraordinarias e inverosímiles posturas, que se incrementaron cuando le echaron encima una estola que habían llevado del párroco de la iglesia de san Mateo.

Pero Martín, invocando el nombre de Dios, dijo entonces:

–          ¡Da señal, puto! ¡Perro!

–          ¡Puta, suéltame, que me iré de aquí! – fue la respuesta que se recibió de boca de la energúmena.

Era necesaria la prueba de abandonar el receptáculo, para la cual, el padre, solicitó con la misma firmeza que había demostrado hasta entonces, que dejase dicho testimonio el mismo instante en que dejar a la niña.

–          ¡Da señal!

A esa orden, Isabel tuvo un fuerte espasmo, tras el cual echó fuera dos agujetas, una especie de cintas que antiguamente tenían por objeto abombar los vestidos a la altura de la cintura y de las mangas, al tiempo que volvía a escuchársele:

–          ¡Puta, suéltame! Que me quiero ir…

No fue suficiente para los que se encontraban dentro del templo. Los padres, monjes, el escribano Francisco Gómez o el bachiller Ambrosio Becerra, entre otros, estaban admirados presenciando la espectacular escena que se estaba desarrollando delante suya…

–          ¡Da más señal!

Esta vez fue una blanca lo que escupió, mientras la enferma entraba en una especie de trance, haciendo grandes extremos, hasta que el cuerpo quedó quieto y sólo se escuchaba un leve y esperanzador sollozo:

–          Padre, suélteme, que ya estoy buena.”

La blanca y las agujetas que expulsó la niña endemoniada se exhibieron en los muros del templo, junto a pieles de caimanes y retazos de milagros que comenzaron a languidecer y olvidarse con el paso de los años.

Sin embargo, y a pesar de que muchos de estos sucesos se han olvidado y de que muchas de las claves se han perdido bajo la arena de los siglos, algunos  investigadores continúan encontrando entre sus muros y en su entorno señales ocultas y coincidencias asombrosas. Y San Benito vuelve a erguirse, levantándose de sus ruinas, como centro de un mundo mágico y faro emblemático de un mapa oculto que solo algunos iniciados están  consiguiendo descifrar.

Los cercos de demonios

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El ritual no era difícil: consistía en trazar en la tierra o en el suelo un cerco o circunferencia realizada con carbón, yeso, cal, candelillas, un cuchillo o incluso un clavo.

Normalmente la hechicera recitaba el conjuro pertinente y apremiaba a los diablos, que aparecían en forma de macho cabrío, de perro grande, de cerdos negros y hasta de  pequeños ratones.

Una vez los tenía delante, las hechiceras les exigían que les respondieran a todo aquello que ellas preguntaban, convirtiéndose así en conocedoras de lo oculto y adivinadoras del futuro de sus clientes.

Como algunos funcionarios, algunas de ellas se excedía en su sus funciones, como  Mari Rodríguez, una hechicera de Fregenal de la Sierra que tenía la villa cuajadita de cercos demoníacos. Según recoge el investigador Fermín Mayorga   ponía un cerco en la audiencia, otro en el matadero y otro en la carnicería, y llamaba a los demonios por sus nombres.

Fregenal de la Sierra estaba repleto de cercos de diablos (Extremadura Secreta)

Fregenal de la Sierra estaba repleto de cercos de diablos (Extremadura Secreta)

Mayor Mejía era otra hechicera  aficionada a estos círculos diabólicos. En  Jerez de los Caballeros hacía cercos para que los hombres acudiesen a ver a las mujeres que se lo pedían. Para ello, hacía un círculo en el suelo con un clavo de hierro que después hincaba en la tierra, a un lado del cerco. Dentro del círculo colocaba un baño de agua y una escudilla con aceite y nueve  velas o candiles, recitando solemnemente un conjuro en el que mencionaba al diablo Cojuelo y con el que  conseguía mágicamente que el hombre invocado acudiese junto a la mujer que la había contratado.

Pero no todos los demonios invocados en los cercos eran tan folclóricos como el diablo Cojuelo. Catalina Flores, una hechicera de Brozas, realizaba los cercos con candelillas e invocaba a Barrabás, Satanás y Gayfás, la plana mayor del infierno para conseguir que un marido quisiese a su mujer.

Y para lograrlo, no reparaba en medios, por muy truculentos que fueran, ya que algunos clientes la vieron sacarle el corazón a un gallo mientras estaba vivo. Y una vez que tenía el corazón en las manos, lo atravesaba, aún palpitante, con «agujas para hechizos», ante la estupefacción de los testigos.

Los gallos y gallinas sacrificados a los demonios tenían que ser negros y robados (Jimber para Extremadura Secreta)

Los gallos y gallinas sacrificados a los demonios tenían que ser negros y robados (Jimber para Extremadura Secreta)

El sacrificio ritual de los gallináceos a las fuerzas infernales debía estar a la orden del día, pero no valía cualquiera. Debían ser negros y robados, como la gallina que les ofrecía Sebastiana Gómez, una hechicera de Aceituna que ejercía en Coria y que ponía una vela a Dios y otra al diablo encargando misas al cura para que los demonios no la maltratasen cuando los invocaba.

Para hablar con ellos, Sebastiana encendía tres velitas y cogiendo una paja o un palo encendido hacía un cerco alrededor. Después hacía otro más pequeño y se metía dentro, tras lo que comenzaba a pronunciar las palabras del conjuro. Una vez terminada la invocación, bramaba y saltaba de forma maravillosa, mascullando entre dientes y murmurando sin que se entendiese lo que decía.

Contaba Sebastiana que entonces venía al cerco «una danza de demonios» y hablaba con ellos. Los demonios le pedían un miembro o un dedo a cambio de su ayuda, a lo que ella se negaba y prometía para sus adentros tres misas a Dios si la libraba de ellos. Entonces los diablos, que no querían irse de vacío, le pedían que les diese alguna cosa, y ella les daba una gallina negra que había robado anteriormente, porque los demonios solo la aceptaban si tenía esas características. Una vez tenían los demonios la gallina en su poder, daban a Sebastiana lo que ella les pedía, que solían ser polvos de amor, granos para ganar en el juego y ser valiente con la espada y huesos para conquistar mujeres difíciles.

También a Satanás invocaba Isabel García, la santera de la ermita de Nuestra Señora de Fontidueñas, en Plasencia, una mujer calificada por sus vecinos de bruja. La santera hacía el cerco con granos de mijo y con una vara de mimbre, y no se andaba con chiquitas, porque invocaba al mismísimo Satanás.

Y claro, cuando no era capaz de manejarlo (poca hechicera para tanto maligno), el diablo la apalizaba, y la pobre Isabel andaba todo el día repleta de cardenales que mostraba como medallas y que ponía como excusa para que subir el precio a sus clientes, esgrimiendo que su trabajo era arriesgado y peligroso no solo para el alma, sino también para el cuerpo.

Satanás se le aparecía algunas veces en forma de cabrón, que es la que toca, pero otras veces aparecía en figura de puerco, y otras ocasiones en diferentes figuras con largos cuernos y uñas de perro.

Satanás le contestaba a todo lo que ella le preguntaba, pero a cambio tuvo que «mandarle» el dedo meñique, y soportaba sus palizas, porque lo que el diablo quería era su alma, y ella no terminaba de dársela. También pegaba a la santera  por nimiedades, como si fuera un marido maltratador cualquiera, amparándose en la mínima excusa, como que Isabel se había  liado con las palabras de la invocación, o que  no la había hecho en condiciones, o porque había ido a confesar o a comulgar.

Isabel normalmente lo conjuraba por el dedo que le tenía dado, como al parecer hacía también La Macharra, una hechicera de Garrovillas de Alconétar que tenía un dedo torcido y a la que se le aparecían los demonios no en forma de cabrones ni de perros, sino de cerdos, que es algo mucho más autóctono.

La Macharra hacía unos cercos y unas crucecitas en los corrales y acudían unos cochinos negros a los que preguntaba lo que quería saber, aunque a veces los cerdos respondían que no conocían la respuesta a sus preguntas. Se ve que los cerdos, aunque de pata negra y parlantes, no eran omniscientes.

Y es que no se puede tener todo, ni aún con la ayuda del mismísimo demonio. Y si no, que se lo pregunten a Fausto.

 

 

 

 

 

 

 

Los fantasmas del puente de Niebla

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Ya hemos llegado, un año más, a la noche mágica de San Juan. Esa noche, la del 23 al 24 de junio, en la que las puertas de los mundos se abren para que la magia pueda llegar hasta nosotros, haciendo de Extremadura una tierra de portentos.

Ya hemos hablado en otras ocasiones de castillos encantados que desvelan en esta noche a sus mágicos inquilinos, de extravagantes reinas moras que solo en esta fecha pueden ser vistas por los ojos humanos y de encantadas que montan sus tiendas y ofrecen los más variados objetos, como la bella joven de la fuente de la Serrana, cerca de Plasencia.

Y es que rodeada de murallas y circundada por el río Jerte, la señorial ciudad de Plasencia constituye sin duda un lugar para vivir la leyenda, especialmente una noche mágica como la de San Juan.

El arroyo Niebla, punto mágico de la Noche de San Juan

El arroyo Niebla, punto mágico de la Noche de San Juan (Extremadura Secreta)

Esa noche en la ciudad no solo salen de sus cautiverios las moras encantadas, sino también hebreas como la camarera judía que en esta noche aparece en el interior del puente de Niebla, en el antiguo camino que unía Malpartida con Plasencia, ofreciendo un verdadero banquete mágico servido en cuencos y vasos provenientes del saqueo del templo de Jerusalén.

Y es que, incorporado ya a la ciudad, convertidas sus orillas en un agradable paseo para ciclistas y corredores y el puente antiguo en una moderna obra de cemento, el legendario puente de Niebla en la noche de san Juan debe ser para los fantasmas como la Puerta del Sol en Nochevieja para los madrileños, gozando del mismo tránsito fantasmagórico que un castillo escocés a medianoche.

Y otro de esos personajes espectrales en una mujer desencajada que recorre el cauce del río en esta noche mágica. Cuenta la leyenda que hace ya algunos siglos, precisamente en una noche de San Juan, dos hermanos de noble familia, los Monroy, se batieron en duelo mortal por el amor de una dama.  Un duelo a muerte sin padrinos, sin testigos y sin condiciones.

Cuenta el sacerdote Sendín Blazquez que una noche como aquella se recordará para siempre, porque la luna se encabritó avergonzada, las estrellas se apagaron y por la sierra de Santa Bárbara aparecieron crespones negros de las nubes cargadas de venganza. Cuenta que el trueno restalló seco y tonante entre las vaguadas de los arroyos, que temblaron las somnolientas torres y los hidalgos de las casonas despertaron, ignorando todavía que allí, junto al arroyo, dos de sus hijos se batían hasta la muerte.

Los Monroy, caídos en el suelo, desangrados y agonizantes, en un momento de lucidez postrera descubrieron lo absurdo de su conducta, y deslizándose penosamente el uno hacia el otro, murieron en un abrazo fraternal, hasta que la sangre que fluyó por sus heridas se fundió en un solo reguero que vertió en el arroyo.

El puente de Niebla, tranformado  y moderno, acoge en sus aguas la sangre de los Monroy (Israel J. Espino)

El puente de Niebla, aun transformado por el  tiempo, mezcla en sus aguas la sangre de los Monroy (Extremadura Secreta)

Al día siguiente todos los altozanos sintieron bajar una tupida niebla que, como un sudario blanco, cubrió las riberas del fétido arroyo, que desde entonces recibió el sobrenombre de “Niebla”.

Dicen que en la Noche de San Juan, en el aniversario del triste suceso, se puede ver el espíritu de una bella dama que vaga desencajada y penitente por la zona. Y aunque algunos pensamos que será una encantada de las muchas que pululan por la zona en la noche de marras, el sacerdote aseguraba que el espectro no es otro que el fantasma de la indecisa joven causante del triste duelo, castigada injustamente tras su muerte a deambular año tras año por los alrededores del suceso, penando con su alma inmortal la desdicha y el dolor de tanta vida cortada.

Una noche mitológica en las Hurdes para “regilar de mieiu”

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Regilandu de mieu, en Las Hurdes, viene a significar “temblando de miedo”, que es básicamente lo que se hace cuando se acude a la bella alquería de Cambrón la noche del 18 de julio, cuando esta pequeña alquería hurdana  se convierte por arte y gracia de sus propios vecinos en uno de los lugares donde pasar miedo en Extremadura.

El mieu comienza a entrar en el cuerpo a las 22,30 horas en la plaza del pueblo, donde tras una bienvenida teatralizada y una exhibición de cortometrajes se inicia el recorrido por la senda que une la localidad con el centro de interpretación.

El camino parte del pueblo, donde ya las calles oscuras y los personajes tenebrosos aguardan en cada esquina, desde una niña fantasmal hasta un inquietante exorcista…

Inquietantes personajes emergen en la oscuridad de las sierras. (Extremadura Secreta)

Inquietantes personajes emergen en la oscuridad de las sierras. (Extremadura Secreta)

Los visitantes tienen que recorrer, divididos en pequeños grupos y en la oscuridad de la noche el camino que lleva desde Cambrón hasta el Centro de Interpretación del Agua y el Medio Ambiente de Las Hurdes.

En el camino se cruzan, aparecen o se intuyen algunos personajes de la leyenda y de la mitología hurdana, cuya presencia se potencia con iluminación y sonidos.

El Macho Lanú en la noche de Cambrón (Extremadura Secreta)

El Macho Lanú en la noche de Cambrón (Extremadura Secreta)

Hay que tener cuidado con Macho Lanú, mitológico Macho Cabrío bípedo que brama entre los valles con voz humana y cuya silueta se recorta en el monte a la luz de los rayos que provoca con su pedernal El Entignau, Señor de las Tormentas, con su rostro ennegrecido por el hollín y su sombrero con el que rasga las nubes para provocar la lluvia.

El Entignau, señor de las Tormentas (Extremadura Secreta)

El Entignau, señor de las Tormentas (Extremadura Secreta)

Otra luz titilante brilla en un cruce de caminos. Las encorujás, las brujas hurdanas, musitan extrañas salmodias alrededor de velas y de cruces, preparando el ánimo del ya inquieto visitante para la extraña comitiva de luces y velas que se acerca ante ti por el camino oscuro.

Las encorujás, las brujas hurdanas, aparecen en los cruces de caminos(Extremadura Secreta)

Las encorujás, las brujas hurdanas, aparecen en los cruces de caminos(Extremadura Secreta)

Son blancos fantasmas los que vienen en silencio, la procesión de las ánimas que se acerca con cirios en las manos que intentan ofrecerte y que no debes coger jamás, bajo pena de ver la vela convertida en un hueso humano y de verte a tí mismo condenado a acompañar a la procesión de los muertos para toda la eternidad.

La procesión de las ánimas se alía con extraños personajes (Extremadura Secreta)

La procesión de las ánimas se alía con extraños personajes (Extremadura Secreta)

Huyendo del fúnebre cortejo consigues pasar entre las almas perdidas y te adentras de nuevo en el camino y en la noche. Otro punto de luz en el camino te advierte de un nuevo “miedo”.

La jáncana lenguaratúa , dispuesta a cortar lenguas, mortajas y vidas con sus tijeras (Extremadura Secreta)

La jáncana lenguaratúa , dispuesta a cortar lenguas, mortajas y vidas con sus tijeras (Extremadura Secreta)

Sentada ante el tenderete en el que exhibe los más extraños objetos, La jáncana espera al mortal que la desencante eligiéndola a ella entre tanta quincalla. Pero los mortales, materialistas y necios, siempre eligen la tijera con la que la jáncana termina cortándole la lengua o la mortaja.

Tras una senda interminable en la que el corazón parece salirse del pecho, por fin el viajero llega a su destino oculto en las montañas: un puente de piedra y un antiguo molino de aceite donde este año nos espera la maravillosa exposición de fotografía “Mitos y Leyendas” de Simón Planes y Jana Vázquez.

Pero ni siquiera allí estamos a salvo, porque una nueva proyección de sobrecogedores cortometrajes y alguna que otra terrorífica sorpresa consiguen que terminemos la noche tal y como la comenzamos: regilando de mieu.

 

 

 

 

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